jueves 25 de abril del 2024

Los cinco fantásticos y el técnico guevarista

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“Mire; si hubiera dos mil Picassos, cincuenta Einsteins y treinta Dalís, el mundo sería prácticamente inhabitable. Pero que nadie se espante. No los hay.” Salvador Dalí (1904-1989), entrevistado por Joaquín Soler Serrano para ‘A fondo’; Televisión Española (1977).

Hay gente rara. Karlheinz Stockhausen, por ejemplo, que en 1995 estrenó en el Hollad Festival su Cuarteto de Cuerdas para Helicóptero, interpretado por el Arditti Quartet, cada uno volando sobre el auditorio en una máquina diferente, sincronizados por un metrónomo electrónico, grabados, amplificados y filmados para que el público viera a la perfección la obra en pantallas gigantes.

O Françoise Rabbath, que grabó en el Palais du Sports de París en 1971 un disco en trío, el más extraño del que tenga memoria: su contrabajo y dos baterías.

O Jesús Ruiz Nestosa, un escritor paraguayo que en 1973 escribió una novela, Las Musarañas, sin usar signos de puntuación –como Joyce en el Monólogo de Molly Brown– y que, confieso, jamás terminé.

O Roland Kirk, que gracias a una técnica de respiración circular podía tocar sin pausas para aspirar, ¡tres saxos a la vez! –su tenor, más un alto y un soprano adaptados– además de flautas, clarinetes, silbatos… Lo recuerdo bien abrazado a cinco instrumentos que sonaban, brillantes, y fluían, como en una cascada de metal.

Cinco instrumentos también usó –¡y cómo!– el Lobo Zagallo en el recordado Mundial de México 1970: Jairzinho, Gerson, Tostao, Pelé y Rivelino. Todos eran 10 en sus equipos. Cinco talentos y un 5 –Clodoaldo, el eje del equipo– afirmado en el medio. Una audacia, aun en aquellos tiempos de un fútbol más pausado, con tiempo para pensar y retroceder. Sólo el exuberante genio de esos jugadores permitió que Brasil ganara ese Mundial sin despeinarse. Intentar un esquema similar, hoy, suena más a suicidio que a lirismo o utopía. Las cosas, para bien o para mal, no son lo que eran entonces. Lástima.

Sin embargo, Marcelo Trobbiani –aquel volante que brilló en el Estudiantes campeón de Carlos Bilardo con Alejandro Sabella y el Bocha Ponce– se animó, con más voluntarismo que prudencia, a repetir la fórmula inverosímil contra Chile, en el debut de su Sub 20 en Mendoza, por el Sudamericano que clasifica para el Mundial de Turquía. Fue un verdadero desastre.

El ultraofensivo 4-1-4-1 con nuestros cinco fantásticos –Centurión, Lanzini, Iturbe, Alan Ruiz y Vietto– duró lo que un suspiro. Y se tornó previsible, rígido, repetitivo. Con dos extremos con pierna cambiada para meter diagonales que nunca llegaban, dos creativos que no creaban, un punta que –al revés de lo que proponía Pep–, fue más vacío que 9. Perdieron bien, de locales ¡y once contra nueve! Ya contra Paraguay, la cosa empeoró. No los golearon de milagro. Hoy será a todo o nada, contra Bolivia.

Chile armó un equipo ordenado, práctico, que contra la Argentina pegó mucho, aprovechó su momento y tuvo una moral de hierro. Mérito, tal vez, de Mario Salas, el sorprendente técnico guevarista que cierra sus arengas con un “¡Hasta la victoria siempre…!”. Salas, ex volante campeón con Colo Colo, explicó su teoría sin temor al ridículo: “Aplico en el fútbol los fundamentos doctrinarios del Che Guevara porque soy un convencido de que si a los jugadores les entregamos sus principios, sus ideas fundamentales y ellos pueden asimilarlas, eso será muy provechoso para el objetivo grupal, que en este caso es clasificar al Mundial”.

Lo dicho: hay gente rara. Lo imagino en el vestuario, repitiendo el histórico discurso en la ONU: “Porque esta gran humanidad ha dicho basta y se ha echado a andar; y su marcha de gigantes ya no se detendrá…”. O trazando alguna misteriosa similitud entre la Teoría del Foco y la presión constante en todo el terreno para recuperar el balón y pasar al ataque por sorpresa, aun en inferioridad de condiciones. En este partido les salió. Eran menos, tenían menos y ganaron. Lograron su Vietnam.

No conozco a Salas. No sé si es un convencido, un sofista o un extravagante. Pero, al menos, lo lee. No se limita a usar como escudo la imagen de Alberto Korda, ya vaciada de contenido, convertida en un logo, una marca, un tatuaje de moda.

Recuerdo haber preguntado en un viejo programa de Gelblung dedicado al Operativo Independencia: “Si vemos que hasta la gente más conservadora del país hoy asegura respetar la figura histórica de Guevara porque, equivocado o no –remarcan–, fue un hombre que dio la vida por sus ideales: ¿por qué entonces no hay pósters ni tatuajes de Santucho, que hizo lo mismo y pensaba igual? Tal vez porque lo hizo acá; era morocho, santiagueño, no tan lindo, sin apellido aristocrático y tuvo una muerte oscura, cosido a balazos por una patrulla militar en Villa Martelli. Con Guevara y Borges pasa lo mismo: todos hablan, pero pocos se tomaron el trabajo de leerlos”.

Seré sincero: no veo de qué manera aplicar el guevarismo al fútbol, si es que hoy puede aplicarse a algo. Pero prefiero mil veces a Salas y su exótico método, que bien podría servir para abrir las cabezas de muchos chicos que viven entrenando y enchufados a la Play. Guevara, Nietzsche… Cualquiera, antes de esos horribles clips armados con lo peor del cine épico americano; Gladiator, esas cosas que hacen llorar a Caruso Lombardi.

Tal vez, algo del espíritu del guerrillero heroico anidó en esos nueve chilenitos que resistieron el asedio argentino y se llevaron la victoria. Pero creo que Chile –como Paraguay después– ganó por los errores de Trobbiani y el derrumbe anímico de nuestras promocionadas estrellitas. Contra Bolivia –una paradoja guevarista– fue victoria. Igual, ganen o pierdan, lleguen o no al Mundial, mis respetos a Mario Salas por huir de la trampa de la pura táctica y la obviedad del “¡Vamooo’, vamooo’…!”.

Léales más cosas, si puede o lo dejan. Hábleles. Que discutan. Hágalos pensar, que de eso también se trata este juego.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil