viernes 19 de abril del 2024

Mercachifles semianalfabetos

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Por mucho que crezcan y se expandan, ni los foros ni las redes sociales serán un equivalente de los medios de comunicación.

Se trata, mayormente, de vías de expresión tan democráticas como indiscriminadas. Democráticas porque basta que uno tenga una computadora o un celular –o pague la hora en un locutorio– para que su opinión valga tanto como la de cualquier otro cristiano que se sume a los comentarios de un artículo o disponga de una cuenta de Twitter o Facebook.

Indiscriminadas porque, en su gran mayoría, quienes exponen esas ideas en las redes no se hacen responsables de lo que dicen; muchos son directamente anónimos; en todo caso, aun el más avezado de los conocedores sobre un determinado tema tiene menos responsabilidad a la hora de expresarse que el más ignorante de los periodistas. La expresión es nuestro oficio. Como la medicina es el del médico o la arquitectura el del arquitecto. Nadie nos aconsejaría meternos con un calefón si no somos gasistas. Por el contrario, todos estamos invitados a los foros; usar palabras en vano suele ser gratis.

No tengo la menor duda de que somos los periodistas los principales responsables de que así sea. En primer lugar, porque desde que comencé mi carrera en 1981 vengo escuchando hablar de que colegiar la profesión es imposible; ni un mísero tribunal de ética es viable. Entonces, técnicamente, para “ser periodista” es lo mismo ser un megalicenciado en comunicación social que tener un amigo que te invite a jugar en el equipo de un diario en el torneo de fútbol interprensa; 24 colaboraciones durante dos años –léase, aportes jubilatorios– eran históricamente suficientes como para tramitar el carnet profesional. De chico soñaba con tener esa libretita marrón con el escudo nacional que tenía mi viejo; a los 20 años me di cuenta de que servía menos que las obras completas de Cortázar en la peluquería de Giordano, si aún quedase alguna.

Como si esto no bastara, aun desde los rincones de la prensa presuntamente convencional aportamos generosamente a la confusión. Por un lado, muchos de los hombres de medios que participamos de las redes sociales nos expresamos como si en Twitter no fuésemos nosotros mismos. Entonces, tiramos fruta a lo pavote sin preocuparnos ni un poquito por apelar a las fuentes que consideraríamos imprescindibles para convertir un chimento en noticia si fuésemos a dedicarnos al tema en la radio, la tele o el diario.

Por el otro, al peculiar fenómeno de los productos partidarios de tanto desarrollo en los clubes de fútbol –muchos de ellos, entrañables y hechos con amor y responsabilidad–, nuestro aporte es el de los periodistas partidarios más o menos encubiertos. Hay quien directamente firma artículos o habla al micrófono casi como un barrabrava con un par de Billiken leídos. En no pocos casos, ese rol se cumple desde una declamada imparcialidad. La quintaesencia de esta especie es la de aquellos que, por diversos intereses, se visten de hinchas de un equipo siendo fanáticos justamente del eterno rival.

Entonces, todo se hace muy difuso. Da lo mismo un forista que un sabio del deporte o un periodista responsable que un mercachifle semianalfabeto. Que la zona de confluencia entre todos estos métodos de expresión sea más difusa y conflictiva que la Franja de Gaza es, ante todo, culpa nuestra. Culpa de los buenos, regulares y malos hombres de prensa.

Esta semana futbolera volvió a sobresalir por cuestiones ajenas a la pelota. Es cierto. Hubo un Boca recuperado en San Pablo y un Newell’s nuevamente soberbio en Liniers. Pero también hubo un hombre de gran influencia en el fútbol argentino que salió públicamente a aclarar que de ninguna manera pensaba entregar el descenso de su club para beneficiar a Independiente a cambio de heredar a Grondona en el trono de Viamonte 1366. Luis Segura no atraviesa sus mejores momentos en La Paternal.

Argentinos Juniors, tampoco. El hombre de confianza de don Julio aceptó a regañadientes volver a contratar a un técnico con quien terminó en pésimos términos una gestión anterior; suele pasarle al entrenador sea donde sea que vaya. Dicen que lo hizo por presión de hinchas y opositores. Podría decirse, también, presión de foristas. No son pocos los dirigentes del fútbol argentino que son tan sensibles a los foros como a lo que diga Olé o a lo que se escuche en el programa de radio de Mariano Closs.

No me extrañaría que Segura haya salido a hablar de un tema tan sensible como absurdo más por presión de foros o redes sociales que por reclamos que no alcancé a leer ni a escuchar, al menos en los productos periodísticos que suelo consumir. Lo que quiero decir es que no me pareció que fuera un tema instalado en la opinión pública cuando Luis salió a desmentir una noticia que nunca fue tal.

Después vendrán las conjeturas. Por ejemplo, la venta de algunos jugadores durante el torneo. Quizás le reclamen no salir con una ametralladora a fusilar a un árbitro por un penal mal cobrado. O colgar en el medio del Diego Armando Maradona a un defensor que perdió una marca en un córner. Por cierto, para cualquier hincha es más fácil echarle la culpa a un dirigente, a un jugador, a una trampa o al destino que asumir que su equipo se metió en un pozo. Mucho antes de que esto sucediese, Argentinos empezaba a complicarse. Eso y no otra cosa es haber sumado 29 de los últimos 96 puntos disputados. Finalmente, a quienes creen realmente que hay algo armado, quiero recordarles que Independiente puede superar en los promedios a Argentinos y aun así descender; sobre todo si a San Martín de San Juan lo dejan seguir jugando tan bien como lo hizo hace una semana en su cancha… justamente ante un pálido Argentinos al cual, para colmo, le toca soportar un entrenador que se guarda las buenas y escupe las malas.

No pretendo arrastrar a nadie en la ingenuidad. Creo que en el fútbol pasa mucho más de lo que se sabe y mucho menos de lo que se dice. Pero si me subo al coro de la suspicacia, para empezar, debo preguntarme para qué voy a la cancha o me siento frente a la tele a mirar un partido. Además de poner en tela de juicio la honorabilidad de un montón de personas. Empezando por la de Segura, en este caso. Y siguiendo por otros dirigentes, jugadores, entrenadores, árbitros, asistentes, etc.

¿Qué nos hará elegir poner en duda nuestra pasión con tal de no aceptar que descender es una variable dolorosa pero tan viable como la de salir campeón?

Curioso destino el de nuestro fútbol. En 1978 no existían los foros. No había internet y aún faltaba mucho para que naciera el fax. Es más, en las redacciones de los diarios, para hacer un llamado al exterior había que, en el mejor de los casos, pedirlo al conmutador. Y ya bastaba con copiar 24 crucigramas en dos años para sacar el carnet. Sin embargo, ya existían las versiones y las leyendas. Recuerdo una que decía que aquella mítica final del Nacional en la que Independiente, con tres expulsados, empató sobre la hora a Talleres y se quedó con el título, catapultó a Grondona como presidente de la AFA –sucedió un año más tarde– en desmedro de Amadeo Nucetelli, capo del club cordobés.

Hace cuarenta años sugerían que sacar campeón a tu club era un buen camino para llegar al poder. Para llegar al mismo lugar, hoy te dicen que hay que hacerlo descender. Y, de ser posible, llenar de mugre el deporte que aspirás a manejar.

(*) Esta nota fue publicada en la edición impresión impresa del Diario Perfil.

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