miércoles 24 de abril del 2024

Razones de una decadencia

En el fútbol, nada es más dramático que un partido y lo que sucede en él. Debería ser mucho menos importante de lo que es. Escribe A. Fabbri.

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Sabemos que los argentinos somos difíciles, que son pocas las cosas que nos vienen bien, que somos protestones, quejosos, que fantaseamos con una realidad que no es la que nosotros tenemos en mente y que a veces exageramos lo que nos pasa como si fuera la peor tragedia. En el fútbol, el reino de los susceptibles, todos esos elementos están en estado puro, nada es más dramático que un partido y lo que sucede en él.

Tengamos un título profesional, seamos estudiantes, simples empleados o ya el invierno laboral nos haya alcanzado, reclamamos, rogamos, exigimos. Todo nos parece poco en el fútbol y más cuando juega nuestro equipo. La autocrítica está casi siempre ausente y cuando aparece, más que un análisis medianamente serio, es un insulto al voleo, un ninguneo de las cualidades de nuestros jugadores y un pedido de fusilamiento para dos o tres muchachos del equipo.

Peligrosamente, la mediocridad que envuelve al fútbol argentino en los últimos años (nunca sabremos si son cinco, diez o veinte) hace que veamos al árbitro como enemigo, que no aceptemos ningún error si nos perjudica, que no entendamos razones cuando hay una jugada con un margen razonable para la duda y que tengamos una dualidad que nos impide mantener la calma. Si mi equipo gana y hace tiempo, todo bien. Si mi equipo pierde y hacen tiempo los rivales, todo mal, ladrones, referí corrupto, adicioná lo que corresponde, no vendas humo.

Si vamos ganando y hay que hacer chiches, está diez puntos, que sufran, que se humillen, oléééé, bailá conmigo… te vas para tu barrio con el culo roto. Si vamos perdiendo son cancheros, mediocres que festejan un caño o un sombrero, la tocan porque tienen miedo, así gana cualquiera. Todo lo manejamos de acuerdo al afecto o al odio que tengamos por el que juega. Y lo peor, es que el mismo razonamiento irracional habita en muchos jugadores, periodistas, políticos, fiscales, abogados, dirigentes, médicos y hombres de la Justicia nacional.

Es decir que muchas de las decisiones que se toman en el ámbito deportivo, están teñidas por la camiseta que tiene cada uno. Es que parece que es muy difícil, extremadamente difícil, hacer a un lado el amor y las simpatías, a la hora de tener que decidir algo. Entonces el fiscal no pide sanciones duras, el juez no castiga aplicando la ley, el médico hace la vista gorda ante una falla en la medicación, el policía deja a la barra hacer algo ilegal porque los muchachos visten los mismos colores que mi cuadro y así podríamos seguir hasta el infinito.

El concepto fútbol está devaluado, desteñido, oxidado. La misma pregunta siempre busca una respuesta que no aparece, por lo menos en mi caso. ¿Por qué razón se puede hacer de todo, pedir de todo y gritar de todo en una cancha de fúbol? ¿Por qué no hay límites de nada? ¿Por qué nada de eso se puede hacer en el vóley, el básquetbol, el automovilismo, el tenis, el rugby o algún otro deporte popular?

No encuentro la respuesta, más allá de la consabida “pasión de multitudes”, de “las pulsaciones a mil” o de “los hinchas solamente quieren ganar”. No entiendo la urgencia porque no veo esas urgencias en otro tipo de hechos, aunque siempre haya algún descerebrado que le pida a la presidenta que le solucione su problema personal, o aquellos que culpan de todo a la gente más humilde y a su precaria educación. La que pudieron tener, no la que hubieran querido. No acierto cuando imagino que son muchos los que creen que los jugadores, los entrenadores, los periodistas y los árbitros son todos decentes y trabajan sin importarles las jerarquías y el poder político de los más poderosos. No entiendo tanta ingenuidad, tan cercana a la estupidez, siendo que el fútbol profesional pasó los 80 años de existencia. A esta altura, no entiendo tomarse a la tremenda, el ejercicio deportivo de ganar, empatar o perder cada semana.

Y por sobre todo, no entiendo tanto miedo a intentar jugar mejor, a atacar más y con mayor número de futbolistas. A creer que lo mejor es hacer un gol, a conseguir desarrollar un respeto por el compañero, por el pase simple, prolijo y eficaz, en medio de tanto pelotazo y tanta mala conducta a la hora de la marca. No entiendo por qué nos convertimos en semejante desfalco popular. A pesar de que como siempre decimos, la alegría y el apoyo de los hinchas supera largamente lo que ofrecen los protagonistas. ¿Estaremos locos? El fútbol debería ser mucho menos importante de lo que es. Sería un buen punto de partida para construir una sociedad más libre, ¿no?

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