viernes 29 de marzo del 2024

Gareth Bale y el cuadrito de Van Gogh

En su columna dominical, Hugo Asch escribe sobre el increíble caso del jugador que el Real Madrid pagó 100 millones de euros.

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"Cuando uno tiene demasiada riqueza a su disposición, resulta imposible hacer una obra de arte. Ni siquiera una obra.” Salvador Dalí (1904-1989), en un reportaje de “L’Express” (1971).

Conocía al club Tottenham Hotspurs porque allí jugaban Ardiles y Villa en los 70, cuando la liga inglesa era un exotismo lejano y misterioso. En 1986 pude conocer el barrio, un suburbio similar a mi Avellaneda natal. Venía de cubrir el entierro de Borges en el cementerio de Plainpalais de Ginebra para La Semana –la antecesora de Noticias– y volé a Londres con la idea de hacer una nota algo más riesgosa que la emotiva despedida del Maestro. Ver, en un pub de la zona y rodeado de ingleses, el partido Argentina-Inglaterra, aquel del Mundial de México 86, a cuatro años de Malvinas.

Después de “la mano de Dios” y con mucho aliento a cerveza, el clima se puso espeso. “There’s an argie in the bar…!”, cantaba un grupito que me señalaba, burlón. Me delató mi actitud, más pendiente del ambiente que del partido, y mi horrible inglés. Oscar Meligeni, mi fotógrafo, inmortalizó a uno que, mirando a cámara, se arqueó hacia atrás, se tomó los genitales con ambas manos y los sacudió en un delicado movimiento circular. Con reflejos de reportero gráfico, escondió el rollo, guardó la cámara y se esfumó. Yo me quedé.

No fue buena idea. La cosa empeoró después del slalom de Maradona. “We won the war, oohh… We won the war!”, se enfurecieron. El dueño, prudente, me evacuó por la puerta de atrás, justo a tiempo. Todavía se lo agradezco.

Y bien. Allí, en Tottenham, jugaba Gareth Bale, la nueva estrella del fútbol mundial. Lateral zurdo nacido en Gales –como Giggs, pobre, sufrirá el karma de no jugar nunca un Mundial–, el Southampton se lo había vendido en 2007, con 17 años, por 7 millones de libras. En 2010, Harry Redknapp lo reconvirtió en volante; y esta temporada, Villas Boas lo paró como media punta. Gran idea: metió 26 goles en 44 partidos y Europa se fijó en él. Buen jugador, rápido, con buen remate, potencia física y atractivo para las chicas. Un Cristiano Ronaldo zurdo en potencia al que, tal vez, le haga falta otro golpe de horno.

Pero no para Florentino Pérez, el presidente del Madrid, desesperado por igualar el impacto mediático provocado por la llegada de Neymar al Barça. Los pícaros ingleses se aprovecharon de su ansiedad y elevaron su cotización hasta una cifra ridícula, que el Tata Martino no dudó en calificar como “una falta de respeto al mundo”.

Hablamos de 91 millones de euros –tres menos de lo que pagaron en 2009 por Cristiano Ronaldo– aunque en Tottenham juran que recibieron 89 millones de libras, lo que al cambio son: 105 millones y monedas. Horror. ¡Más que el sagrado CR7! Con todo eso, Pérez pudo haber comprado dos Neymares; un ejército de 56 Teos Gutiérrez y hasta El retrato del doctor Gachet, pintado por Van Gogh en 1890. En fin, son gustos.

Bale no esperó a que Cristiano se enfureciera o se deprimiera y se alineó, sin el menor pudor: “Cristiano es el jefe: el mejor del mundo, superior a Messi”, se emocionó. Además, contó que, de niño, dormía con un pijamita del Madrid. Encantador. El chico no come vidrio y necesita caer bien. En la cancha deberá justificar su salario: 10 millones al año.

Soy fan del fútbol inglés. Pero por alguna razón, sus grandes cracks rara vez se destacaron en otras ligas. Tampoco en el Madrid. David Beckham fue un caso especial. Le pegaba como los dioses, era un modelo profesional, vendía todo, pero nunca se ganó el corazón del Bernabéu. Ni el de sus colegas del vestuario. Todavía se recuerda con risotadas su inolvidable primer cumpleaños en su imponente mansión de La Moraleja, con el tout Madrid y los galácticos en primera fila.

Los invitados estaban en sus mesas, pero Beckham no aparecía. Hasta que, de pronto, las luces se apagaron, bajó una pantalla gigante y comenzó un corto con sus mejores goles. Figo, indignado, gruñía: “¿Quién se cree que es para pasarnos esta basura?”. Ronaldo y Roberto Carlos se partían de la risa y Zidane, serio, no lo podía creer. El show finalizó y un spot lo enfocó: sonrisa de poster, impecable con su traje Armani. Los cracks posaron para la foto y huyeron, espantados. Beckham fue un producto que excedía, por lejos, el mundo del fútbol.

Owen, una máquina de hacer goles en el Liverpool y la selección, resultó un fiasco: hizo banco un año y volvió a Inglaterra en 2005 junto a Woodgate, un central fichado en 2004 que se lesionó y jugó diez partidos en dos temporadas. Nada. Sólo Steve McManaman, un volante entusiasta, sin grandes luces pero rendidor y carismático, se hizo querer, sobre todo porque fue parte del plantel que ganó las Champions de 2000 y 2002.

La llegada de Bale provocó la salida del fantástico alemán Ozil, fichado por el Arsenal por 45 millones. Una decisión difícil de explicar. Angelotti prefiere a Cristiano por las bandas, así que Bale tendrá dos opciones: moverse como media punta en el lugar del joven Isco, o ir por derecha y relegar a Angel Di María, otro zurdo con perfil cambiado. Veremos.

Bale y Kaká. Luz y sombra. En 2009 el brasileño, por quien el Milan recibió 67 millones de euros, fue presentado a estadio lleno. Cuatro años más tarde, volvió sin pena ni gloria a su viejo club, gratis, y aceptando cobrar la mitad por cada temporada: 4 millones, más bonus.

El fracaso se paga; las deudas, también. Unos son más crueles que otros. “La indemnización se fijará en una libra exacta de vuestra hermosa carne, para ser cortada y quitada de la parte de vuestro cuerpo que me plazca”, dice Shylock, en el primer acto de El mercader de Venecia.

¿Shakespeare? Nah… Demasiado trágico para el bueno de Kaká y el eufórico Bale; tan opuestos y complementarios, obscenamente ricos, materia prima de primer nivel para esa despiadada máquina de picar carne que todavía llamamos fútbol.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil