sábado 20 de abril del 2024

La lista y los vendedores de ropa interior

El show televisivo montado para anunciar la lista preliminar de Sabella, que se sabía horas antes. Críticas por el derroche de dinero y la inclusión de Martín Demichelis.

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Hubo un tiempo –también imperfecto, por cierto– en el que las críticas y los elogios de los periodistas eran bien o malvenidos según estuvieses, o no, de acuerdo con ellos. Un tiempo no demasiado remoto, supongo. No necesariamente mejor, ni institucional ni políticamente hablando. Un tiempo en el que, simplemente, expresar una opinión era tan sólo eso.

Se trata de un tiempo al que, al menos en la Argentina, parece ya no regresaremos. En términos futboleros, dentro de menos de un mes comenzará el segundo Mundial en el que opinar sobre fútbol representará, para mucha gente, opinar sobre libertad o represión, próceres o vendepatrias, conciencia social o gorilismo. Ya pasó en Sudáfrica: criticar a Maradona era estar en contra del Gobierno y elogiarlo era señal inequívoca de que estabas a sueldo de los medios oficialistas.

Cuatro años más tarde, la imbecilidad se potenció de modo exponencial. Sin estudios de mercado que suavicen los números, siento que los argentinos que admiten que una opinión antagónica sea, tan sólo, una visión distinta sobre un mismo tema son como los enganches: una especie en extinción.

De tal modo, aquella inclasificable presentación del martes último, mezcla de Ritmo de la noche, elección de Miss Argentina y 60 Minutos, es un episodio que se celebra o se denuesta sin términos medios ni atenuantes. Para serles franco, creo que ni el mismísimo ideólogo de semejante disparate lo habrá disfrutado: la movida fue disparatada y tuvo menos audiencia que los demás canales de aire. Destaco esto último porque sólo con la finalidad de darle mayor audiencia a la presentación de la cobertura que hará del Mundial la Televisión Pública tenía sentido apropiarse a cualquier costo y con semejante precariedad intelectual del anuncio de la lista de treinta preconvocados por Sabella.

De tal modo, me quedan sólo quienes criticamos el asunto. Somos todos cipayos, gorilas, antipatrias e hijos putativos de Magnetto. Confieso que no son pocas las veces en estos tiempos en los que prefiero morderme la lengua y callar para evitar la acusación de expresarme de tal modo por el sólo hecho de trabajar en un medio del Grupo Clarín. Es una autocensura miserable como toda autocensura. Pero no por miserable quiero dejar de admitirla. No es casual que, en este espacio, casi no se hayan mencionado ciertas incongruencias –ando generoso hoy– del Fútbol Para Todos a casi cinco años de su nacimiento. Pero no todos los domingos se justifica reprimirse las ganas de decir lo que se piensa. Y que se curtan quienes creen que no es un pensamiento auténtico. Algún día aprenderé que aquél que me crea un farsante incapaz de opinar desde el criterio sino desde la cooptación jamás cambiará de opinión; y no merece ni mi esfuerzo ni mi respeto.

Lo curioso de quienes creen que una crítica de este tipo sólo obedece a un decálogo de procedimientos impuesto por los que quieren arruinar la Argentina es lo poco que les importa el daño que le están haciendo ellos mismos. Cada vez que alguien levanta el maullido acusador de “Gorila” por cuestionar que un megaoperativo periodístico se pague con el dinero de nuestros impuestos, me pregunto si lo realmente antipopular no es despilfarrar injustificadamente el dinero del pueblo. Porque una cosa es ofrecerle al pueblo la posibilidad de mirar gratis todo el fútbol que sea –gratis en tanto no seas uno de los muchos millones que lo miran pagando cable o televisión satelital, claro–, y otra muy distinta es pagar trescientos dólares de viático por día a un enviado especial, como sucedió durante Sudáfrica 2010. Dicho de otro modo: de ningún modo darle al pueblo un partido de fútbol por televisión abierta te da derecho a gastar miles de millones de pesos indiscriminadamente, como se viene haciendo desde 2009 entre pagos a la AFA, a la productora que genera la señal y a la que abastece de los talentos –en algunos casos, muy presuntos–; si quejarse de que se despilfarre la guita del pueblo es ser gorila, conmigo se quedaron cortos: soy el más feo de la manada de orangutanes.

Como hace rato perdí la batalla contra mi propia abominable autorreferencialidad, no tengo más remedio que informarles que hay archivos que dan fe de mi rechazo al gasto de dinero público en deporte desde tiempos de Carlos Menem, pasando por cada uno de los gobiernos que lo sucedió. Soy de la idea de que, en tanto sigan muriéndose chicos de hambre, los maestros ganen miserias, a los médicos no les alcance y se pretenda convertir en mendigos a los jubilados, el deporte no debería tener más opción que autoabastecerse a través del aporte genuino o privado. Sólo a través del juego de la chicana barata puedo entender que a tanto defensor de lo nacional y popular se le escapen tantos detalles.

Y seguiré considerando abominable el gasto de no menos de dos mil millones de pesos por año en las transmisiones del fútbol profesional cuando en 2016 haya otro inquilinato en Balcarce 50.

A la par de todas estas consideraciones, hubo un episodio específico el último martes. Como tantas otras veces pasó, hubo un poco de todo. Anuncios, declamaciones, gente amiga y gente deleznable, políticos, funcionarios, kirchneristas de siempre y miembros de la Filial Recién Subidos. Futbolistas, ex campeones del Mundo, vendedores de ropa interior, gente de empresas denunciadas por el mismísimo Gobierno y hasta algún cuenta córners que no conoce el nombre de futbolistas de Primera División del mercado local. Mujeres, hombres, dirigentes, ex periodistas, ex denunciantes de Grondona, ex enemigos de Torneos resumidos en un solo ente y no pocas personas con las que más de una vez trabajé y/o espero trabajar. Admirables, miserables y neutros. Presentes para poner la jeta y gente de buena voluntad que no tuvo más alternativa que prestarse a una movida que, en esencia, no debería haber tenido nada grave de por sí, pero que terminó adueñándose de un anuncio que debió haber sido hecho público en otro contexto y no en la presentación de una cobertura que no por el hecho de ser la del canal del Gobierno deja de ser un emprendimiento privado, con empresas privadas y particulares a las que se les paga para la ocasión.

Casi todo lo mencionado nos importa muchísimo más a los hombres del medio que a ustedes. No en vano, repito, la audiencia que tuvo esa hora gloriosa no trascendió en los números de la jornada. De tal modo, lo más importante fue la bendita lista de treinta. Una lista que TyC Sports anunció una hora antes a través de Martín Arévalo destacando lo que todos: las sorpresas de, fundamentalmente, Demichelis, Rinaudo y Mercado.

Dicen quienes entienden de estas cosas que el defensor del Manchester City fue incluido entre los treinta porque quedará entre los 23. El presente del ex defensor de River es muy bueno y terminó de modo impecable una temporada exitosa, pese a que su equipo quedó eliminado en octavos de la Champions. Sin embargo, hay dos detalles que no escapan a nadie. Uno, su bajo rendimiento en más de un partido del Mundial 2010. El otro –el más relevante–, que no fue sino Sabella quien dejó de convocarlo hace dos años y medio. Martín arrancó las Eliminatorias como titular, pero tuvo un primer tiempo fatal ante Bolivia en cancha de River. El técnico lo dejó en el vestuario en el entretiempo y lo mandó al banco tres días después, en Barranquilla. En ese partido, se lesionó Burdisso y Sabella eligió incluir a Desábato. Nunca más fue convocado.

Hubiera sido una buena pregunta para un martes con tanto periodista cerca del entrenador, en medio de algo que, presumiblemente, fue un programa de televisión. Por cierto, si Demichelis quedase fuera de los 23, cualquier conjetura caería por su propio peso.

Y, a propósito de conjeturas, supongo que nunca se conocerá la historia oculta detrás del atraso del anuncio de los treinta que permitió sumarlo al ¿show? en cuestión. Jamás me jactaría de conocer profundamente a Sabella. Apenas si conversé fuera del micrófono con él algunos minutos. De todos modos, Alejandro es uno de esos protagonistas que se comprometen con su testimonio. Sea en entrevistas mano a mano o en conferencias de prensa, le pone entusiasmo a sus respuestas, ofrece conceptos, se muestra prudente, inquieto, estudioso más allá del fútbol y con sentido común. Todo eso que transmite el técnico del seleccionado –en especial la prudencia y el sentido común– no condice con la movida en la quedó envuelto. Esto de darle lo que pida al que pone el billete es mucho más estilo Grondona que estilo Sabella.

De todos modos, el asunto pronto será una anécdota entre tantas. Y aunque pueda resultar un muerto en el ropero del técnico del seleccionado, quien no tenga uno que me dé las claves de todas sus cuentas de mail (incluidas las extraoficiales).

Lo denso empezará a pasar muy pronto. Es más, dentro de pocas horas, sabremos cuáles son los siete desafortunados que no se concentrarán en Belo Horizonte.

La importancia de ese anuncio también morirá pronto. Es que Brasil 2014 está a la vuelta de la esquina. Y nuestra ilusión futbolera es infinitamente más trascendente que todo este puterío de periodistas, dirigentes, empresarios, tuiteros y blogueros del que ni mi psicóloga consigue mantenerme al margen.

(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario Perfil.