viernes 29 de marzo del 2024

Colón y la auténtica estafa moral

El descenso del Sabalero tuvo a Lerche, Agremiados y la AFA en el medio. El espantoso manejo dirigencial que viene desde tiempos lejanos. ¿Habrá un futuro de decoro para la organización del fútbol argentino?

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¿Habrá un futuro de decoro para la organización del fútbol argentino? De las muchas cosas inverosímiles que brotan día a día del emblemático edificio de Viamonte 1366 una que no me sorprendería es que, tarde o temprano, terminemos extrañando a Julio Grondona.

Al fin y al cabo, vivimos en un curioso país en el que suelo discutir fervorosamente con amigos que aseguran que con Menem estábamos mejor; un país en el que no pocos miembros de la legión de voceros mediáticos opositores insisten en enumerar las coherencias que distinguían al gobierno de Néstor del de Cristina…cuando no dudaban en lapidar las decisiones del primero hasta el día de su mismísimo fallecimiento. Algo así como apelar al mal menor: adjudicarle méritos a alguien que ya no está entre nosotros en desmedro de quien sí lo está se convierte en un elogio abstracto, de nulo potencial electoral.

Me cuentan que una buena forma de proyectar si el futuro ofrecerá algo que enderece un presente con más sinuosidades que el viejo circuito de Nurburgring es revisar minuciosamente el pasado. Vayamos sabiendo que, si por ahí pasa la evaluación, estamos fritos. Mucho antes de que Grondona soñara con ser dirigente, el fútbol argentino ya exhibía ese perfil psicótico con dirigentes que diseñan competencias con el mismo empeño con el que llenan la Claringrilla sentados en el 161 camino a Plaza Italia.

Los seis puntos que le sacaron a Colón fueron la consecuencia de irresponsables que tiraron demasiado de la soga.

Hacia fines de los años ‘50, una de las tantas piezas distintivas de la revista El Gráfico era una sección escrita por Raúl Goro cuyo nombre era, justamente, Viamonte 1366 y que, por lo general, difundía denuncias relacionadas con nuestro fútbol y sus agentes periféricos. Es decir que hace más de medio siglo ya era de consumo masivo todo aquello que se hacía espantosa y bochornosamente mal alrededor de nuestra pasión popular por excelencia. A quienes les cuenten de la condición de próceres de dirigentes como Aragón Cabrera y Armando sugiéranles acercarse a los archivos. Se avergonzarían. Y probablemente repensarían si el presente, en vez de una deformación, no es sólo una consecuencia del pasado.

Quiero aferrarme a dos episodios para remitirme a una tarde tan angustiante como fue la del Gigante de Arroyito: ninguna alegría por salir campeón será más intensa en la Argentina que la angustia por descender. Intrigas, arreglos, injusticias y la ridícula obstinación en sostener el sistema de promedios son asuntos que sobresalen en la superficie de estos días, pero cuyo esplendor data de tiempos inmemoriales. Compartamos dos ejemplos.

Ya en 1963 la AFA decidía descensos a través de los promedios. Ya entonces se discutía la legitimidad de un sistema que, a pocas fechas del final del torneo, condenaba a bajar de categoría a un equipo que ocupaba el cuarto puesto del certamen de ese año. Ese equipo era Estudiantes. Un Estudiantes que, efectivamente, terminó último. Pero que no descendió: la gente del Pincha sufrió las fiestas de fin de año sabiendo que, en 1964 jugaría en segunda. Sin embargo, en los primeros meses de ese año, por una iniciativa de los dirigentes de Boca y de River, se decidió anular no sólo el descenso de Estudiantes sino también los de los dos años siguientes. La intención era elevar la cantidad de equipos en todas las categorías, razón por la cual, en poco tiempo, 16 conjuntos ascendieron en distintos niveles. El Estudiantes de 1963 distaba mucho del que luego haría historia; apenas si Madero y Pachamé jugaban con cierta regularidad. Sin embargo, no es menor el detalle de que, apenas cuatro años después, el equipo platense se convertiría en leyenda. Como verán, hace 51 años ya se modificaban reglamentos a resultado puesto.

El otro ejemplo es bastante más cercano a lo que acaba de suceder (el descenso de Colón). El de 1949 fue un torneo que tuvo como saldo histórico relevante un presunto arreglo para que, en la última fecha, Boca Juniors se salvara del descenso. La victoria 5 a 1 ante Lanús los liberó del problema pero, al haberle ganado Huracán a un Banfield que se preparaba para ser cuasi campeón dos años más tarde, se produjo un empate en el último puesto. Ese año el descenso prescindía del sistema de promedios.

A los Grondona, los Crespi, los Davicce o los Comparada no los trajo la cigüeña.

La AFA ordenó el desempate a dos partidos en cancha neutral. Como ganó uno cada uno –no se consideró la diferencia de gol que hubiera salvado a Lanús que goleó en la revancha (¡¡¡¡¡jugada un 24 de diciembre!!!!!) después de perder 1 a 0 en la ida– se eligió el 8 de enero como fecha para el desempate. A dos minutos del final, y con el partido empatado en 3, el árbitro inglés Cross anuló un gol a Huracán a instancias de un juez de línea. Los jugadores del Globo se retiraron del campo en señal de protesta. Según el reglamento vigente, se les debería haber dado el partido por perdido. La AFA argumentó que había habido una confusión y que los jugadores se retiraron creyendo que el partido había terminado.

Nadie aclaró que, aun retirándose de la cancha, los de Huracán tampoco salieron a jugar el suplementario de 30 minutos establecido para la ocasión.

De tal modo, se fijó un cuarto partido para el 16 de febrero de 1950. Huracán ganó 3 a 2, pero la cosa volvió a terminar en el Tribunal de Disciplina. A falta de 15 minutos, y después de muchos fallos polémicos en contra de Lanús, el árbitro Muller –también inglés– cobró otro discutido penal para el Globo. Pateó Gioffre. Desviado. Muller pidió repetir la falta por adelantamiento del arquero. Los hombres de Lanús, enfurecidos, se pararon sobre la línea de gol para evitar la ejecución. El partido se suspendió y el Tribunal, ahora sí, descalificó a Lanús. Como hoy, también entonces el fútbol honraba en cemento a sus hombres “notables”: el estadio de Huracán se llama Tomás A. Ducó, presidente de la entidad en esos años de bochorno y, dicen, gran artesano a la hora de tejer soluciones para su equipo. A como diese lugar.

Estas son grageas de un pasado espantoso. Casi tan espantoso como el presente. A los Grondona, los Crespi, los Davicce o los Comparada no los trajo la cigüeña. Fueron los emergentes de un tiempo casi tan lejano a la virtud como el actual.

Esto de buscar el tonto consuelo de que también a nuestros abuelos les vendieron un fútbol enfermo es razonable para un día difícil. En todo este tiempo no encontré un hincha de Colón que aceptara descender a cambio de que a su club le devuelvan todo lo que le robaron. Que es muchísimo. No tengo más remedio que aceptar que, perder la categoría, es para el hincha un drama cercano a la muerte de un familiar; y para algunos futbolistas una variable lúdica de la disfunción sexual.

Es, entonces, un día difícil y triste. Para mucha gente, de los más tristes de su vida. Así se vive un día de descensos en la Argentina. Ni siquiera es consuelo saber que, con un poquito de orden y de paciencia, en menos de seis meses ya podrían estar de regreso. Ser uno de los diez que ascenderá en diciembre próximo.

Pero en el caso de Colón, a la tristeza se le suma una enorme injusticia. Se podrá discutir el concepto de injusticia respecto de lo concreto: por infrecuente que sea, los seis puntos que le sacaron a Colón fueron la consecuencia de irresponsables que tiraron demasiado de la soga. Aquel partido no jugado contra Atlético Rafaela no sólo pudo haberle dado a Colón el punto necesario para evitar este desempate. Además, se violaron los reglamentos: jamás le quitaron puntos al equipo infractor. Ahora bien. ¿Quién se hizo cargo de sancionar a quienes desde Futbolistas Argentinos Agremiados mal aconsejaron a los jugadores que no se presentaron? En un análisis lineal, ese pésimo asesoramiento –auténtica mala praxis gremial– costó el descenso Sabalero.

Finalmente, la mayor injusticia es la intangible, la del destino. El descenso debiera haber sido un castigo para Lerche y su pandilla. Jamás la tristeza inconmensurable de los actuales dirigentes, de un cuerpo técnico meritorio y, sobre todo, de una banda de muchachos que le regalaron a Colón una campaña que, más que para descender, era para jugar la Libertadores. Para los hinchas, mis respetos y una sugerencia: que la pasión no nos cierre los ojos ante los atorrantes vendedores de baratijas.

Podrá asegurarse que este descenso es deportivamente legítimo. El combo armado por las conductas de los dirigentes expulsados, los asesores gremiales y, especialmente, la conducción encabezada por Grondona –que supo ungir a Lerche en un virtual camarlengo de las pelotas–, convierte a la caída de Colón en una auténtica estafa moral.

(*) Esta nota fue publicada en la edición  impresa del Diario Perfil.