miércoles 24 de abril del 2024

Alemania, una revolución con la pelota al pie

La eliminación en la Eurocopa de 2000 los llevó a cambiar el paradigma: mas técnica, menos musculo.

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Tal vez a los más jóvenes –los que ahora festejan la primera final de Argentina en un Mundial de sus vidas– les parezca una broma, pero hubo un tiempo no tan lejano en que el prototipo del fútbol alemán eran los jugadores aguerridos, más basados en la entrega física y en la fuerza que en el talento. Eran, o mejor dicho parecían, robots. Les decían “los Panzer”, en referencia a los vehículos blindados que el ejército alemán utilizó durante la segunda Guerra Mundial.

Hoy Alemania juega con música clásica de fondo. Si algún día la selección viajara a la Argentina debería presentarse en el teatro Colón y no en la cancha de River. Sus futbolistas no corren ni se esfuerzan menos que el resto de los equipos, pero sí juegan mejor: el funcionamiento colectivo de la semifinal del martes, el 7-1 a Brasil, es el Louvre de los Mundiales.

¿Pero cuándo Alemania cambió su molde y su arquetipo? ¿Cuándo los Hans Peter Briegel, un fantástico perro de presa de la década del 80, les dejaron sus lugares a los defensores como Philipp Lahm, un lateral tan versátil que es capaz de jugar de mediocampista central en el Bayern Munich de Guardiola? ¿Cuándo los delanteros dejaron de ser solo excelentes delanteros, como Gerd Müller y Karl-Heinz Rummenigge, y se convirtieron en goleadores más integrales y en función de equipo, como Thomas Muller? ¿Cuándo los arqueros se convirtieron en defensores, como Manuel Neuer?

La respuesta es el nuevo siglo. Alemania cambió su fisonomía en 2000. Luego de llegar a dos finales seguidas –perdió la de 1986 y ganó la de 1990, ambas contra Argentina–, la “Mannschaft” sumó dos fracasos consecutivos en Mundiales, los de 1994 y 1998. Pero el golpe de gracia fue la Eurocopa de 2000: Alemania quedó eliminada sin haber ganado un partido y habiendo convertido un solo gol. Había llegado al subsuelo.

Entonces comenzó la reconstrucción. Se reunieron dirigentes, entrenadores y jugadores. Coincidieron en que los millones de euros que gastaban para atraer a las figuras extranjeras deberían ser utilizados para reacondicionar el fútbol base. Los clubes que no tuvieran escuelas para menores no podrían jugar el campeonato profesional. Casi quince años después, hoy existen 366 centros de entrenamientos. Los utilizan 25 mil jóvenes. De allí salió Thomas Muller, que con 24 años ya tiene 10 goles en los mundiales.

También hubo coincidencia en la necesidad de reforzar el fútbol alemán con los inmigrantes. Miroslav Klose, que el martes superó al brasileño Ronaldo como el máximo goleador de los mundiales, nació en Polonia. También Lukas Podolski es polaco. El padre de Mesut Ozil es turco. Toda la familia de Sami Khedira llegó de Túnez. Jerome Boateng tiene familiares de Ghana y Shkodran Mustafi es kosovar.

Los precios de la entrada en la Bundesliga fueron congelados. Es la única liga europea que permite hinchas de pie: una forma de no caer ante la sofisticación de la Premier League inglesa, en la que sólo las clases medias y altas pueden ir a las canchas. Consecuencia: es el torneo con mayor asistencia promedio por partido en el mundo, con 45 mil hinchas.

Los empresarios extranjeros –jeques árabes, petroleros rusos, magnates malayos o estadounidenses– no tienen lugar en Alemania: el 51 por ciento de los clubes deben ser de los socios. No hay lugar para aventureros. En ese contexto, el Bayern Munich se transformó en la mejor escuela: de su laboratorio surgieron Muller, Lahm, Toni Kroos y Schweinsteiger. El único criterio de selección es la técnica. Los talentosos quedan. Los otros, no. El club tiene cinco campos de entrenamientos con 70 mil metros cuadrados. Su influencia en el mundo es total: en Brasil 2014 hubo 18 jugadores del Bayern Munich, siete de ellos en la selección de Alemania; acaso un símbolo: uno por cada gol convertido a Brasil.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil

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