viernes 19 de abril del 2024

Violencia sin final

El fútbol se ha copiado de lo que expresa la sociedad argentina en su totalidad: mínimo respeto por el otro. El problema es saber si estamos a tiempo de cambiar.

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Cuando se organizó el larguísimo torneo de 30 equipos, uno de los escasos argumentos favorables para su implementación fue que no habría tanta tensión, que los entrenadores iban a poder trabajar con mucho margen de tolerancia porque no se les exigiría demasiado, en un certamen donde solamente se producirían dos descensos y como todos imaginaban, esos dos cupos iban a ser completados por un par de los clubes que ascendieron masivamente.

Ahí no se equivocaron. Nueva Chicago y Crucero del Norte –a cinco fechas del final- han comprado todos los boletos y parecen caminar decididamente a la B Nacional. Sin embargo, nada de lo que muchos imaginaron pasó con los entrenadores. Masivamente fueron sufriendo las mismas situaciones que ocurren en los torneos donde se lucha por ganar el título, entrar a una liguilla, clasificar a una copa, evitar el descenso y, de última, cosechar puntos para asegurar el futuro.

Los cinco clubes grandes mantuvieron sus entrenadores por sus buenas campañas, salvo el caso del único que no cumplió las expectativas (desmesuradas) de muchos de sus hinchas y dirigentes: Independiente. Se fue Jorge Almirón y asumió Mauricio Pellegrino, quien ha demostrado sus credenciales ordenando el equipo y sumando puntos. Lo mismo que hizo Gabriel Milito en Estudiantes de La Plata, tras la salida del propio Pellegrino, que no terminó de acertar con un equipo tibio y sin juego.

O sea que los técnicos siguen siendo el fusible más fácil de desconectar. Dejaron sus cargos Almeyda, Perazzo, Falcioni, Merlo, Gallego, Apuzzo y Oldrá, entre los más conocidos. Esa premisa de la tranquilidad y la escasa exigencia para afianzar los supuestos “proyectos”, fue una mentira más, en un mundo de engaños, palabras huecas y voluntarismo.

En cambio, donde todo ha ido realmente para peor es cuando hay que analizar el juego. Partidos descoloridos, con muchísima voluntad, estados físicos impecables, pero poco y nada de fútbol. Para decirlo realmente: la pelota navega por el aire y los golpes, las patadas, son lo más llamativo de choques sin ningún cuidado, infracciones que ponen a los árbitros en ridículo, porque la gran mayoría de ellos mantienen ese estilo permisivo que irrita a todos, ya que son poquísimos los que quieren jugar.

Patadas criminales sin sanción, lesionados cada vez más numerosos, deslealtades que crecen y se apoyan en la falta de penas para los infractores demuestran que el fútbol se ha copiado de lo que expresa la sociedad argentina en su totalidad. Mínimo respeto por el otro, por el que se nos enfrenta o se nos opone simplemente, sabiendo que hagamos lo que hagamos casi que no seremos castigados. Apenas los genocidas y represores de la dictadura se han hallado casi insignificantes frente a la Justicia. En el resto de los temas, no hay reacción punitiva.

La pregunta que puede hacerse es: ¿Por qué en todos los otros deportes no se verifican estos excesos de brusquedades? ¿Por qué en el fútbol los hinchas en la tribuna, los dirigentes en vestuarios o delante de micrófonos creen que tienen derecho a hacer o decir cualquier barbaridad? ¿Por qué los árbitros se equivocan tanto? ¿Tienen miedo de sancionar? Todos sabemos que ciertas camisetas pesan bastante más que otras, pero debería ser penado eso también: el inclinarse ante el poderío de algún club y no medir con la misma vara a todos. O, por lo menos, como lo han hecho casi siempre, disimular un poco.

En realidad quizá haya que decir que culturalmente estamos perdiendo la batalla por goleada. Que se han ido afirmando conceptos equivocados, que se nos metió en la cabeza buscar el triunfo por el atajo, sacando ventaja, despreciando a quien compite con nosotros porque creemos que lo hace de la misma forma y en la lucha ruda, vale todo. Ese vale todo no parece tener fin y según vemos, no hay nadie con la suficiente catadura moral o profesional para poner un límite justo. En un país donde faltan controles de todo tipo, donde muchísimo tiempo se avasalló el derecho elemental de su gente, es lógico que todo derive en este lío.

Sin embargo, otras nacionales han vivido lo mismo y también cosas peores, pero no lo expresan en el fútbol, el deporte nacional. ¿Será que la idea de que lo único que sirve es ganar para después humillar al vencido nos taladró la cabeza y nos la dejó hueca? Basta de “huevo, huevo”, menos de “hay que ganar porque si no van a cobrar” y de “no juegan con nadie”. Un poco de altura, de seriedad, de decencia no vendría mal. El problema es saber si estamos a tiempo de cambiar. O el bosque nos tapó el pequeño árbol que alguna vez se plantó.