viernes 29 de marzo del 2024

La hora de dar el mismo golpe que en 2007

La selección choca con Irlanda con el objetivo de meterse otra vez entre los cuatro mejores equipos del mundo, como en el Mundial de Francia.

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Los lugares comunes son odiosos; muchas veces, inevitables. Pasa cuando uno es padre. También con otro tipo de emociones infinitamente más banales. Emociones, al fin.

Mil veces escuché decir que, en Gales, el rugby es religión. Que el rugby nació en Inglaterra, que es el único asunto capaz de poner de acuerdo a los irlandeses, y que los neocelandeses lo juegan mejor que nadie. Pero que en ningún lugar del planeta se vive como en la tierra del Dragón Rojo.

Debo admitir que, cuando hace casi veinte años, demolieron el mítico estadio de Arms Park comencé a sospechar que este asunto tenía un tanto de exageración y mucho de leyenda. Típico de los lugares comunes.

Sin embargo, bastó una tarde de sábado –y una noche inolvidable en el más maravilloso estadio que me tocó conocer– para reconciliarme con aquella idea original. Recomiendo enfáticamente como experiencia de vida meterse en un pub de Cardiff a ver al seleccionado galés jugar un partido importante como el que perdió malamente con los Springboks. O trabarse en cada una de las calles que apuntan al Millennium, ese templo descomunal cuyo modernismo de techo corredizo para que las voces de 72 mil hinchas suene a coro universal resulta un auténtico homenaje a la vieja catedral derribada.

De la misma manera que fue un gran homenaje el partido de ayer de los All Blacks, que en una demostración impresionante, le dieron una paliza histórica a Francia: 62-13.

Odio infinitamente que la vida recién me haya regalado un partido de rugby en Gales ahora, que aquel Arms Park ya no existe. En realidad, se trata de un conflicto de anacronismo. Cuando concluyeron los Juegos Olímpicos de Londres pensé que moriría de emoción viendo a The Who en vivo. Pronto comprendí que lo que en realidad hubiera querido era ver a la banda de Pete Townshend en 1970 o en cualquier momento previo a la muerte de Keith Moon. Del mismo modo, yo no hubiera querido ver el partido de anoche en Arms Park, sino cualquiera de las funciones de gala de Gareth Edwards, Phil Bennett, J.P.R. Williams y amigos.

En el fondo, poco importa dónde se juegue un partido así. Si al fin y al cabo tendré hasta mi propia infancia a flor de piel por el solo hecho de ver a Los Pumas buscando hacer historia. Entonces, es un detalle que ya no sea aquel entrañable estadio, sino esta maravilla hecha, fundamentalmente, a la medida del rugby.

Una vez más, disculpen la autorreferencia. Pero mucho antes de soñar con ser periodista, ver a los Pumas ya me quitaba el sueño.

Todos los indicios sugieren una batalla áspera, ajustada, de esas que se definen por detalles menos que sutiles. Como la de Sudáfrica y Gales, que los de rojo ganaron en todo momento, menos en la definición. No es un tema menor que los irlandeses no vayan a contar con varios jugadores que, al menos, hubieran figurado entre los 23 convocados. Ni que, entre ellos, estén jugadores de la talla de O’Connell –un auténtico líder espiritual– y Sexton, el cerebro y goleador irlandés que brilla en los Lions, ese combinado que los británicos inventaron para enfrentar dignamente a los All Blacks. Sin embargo, cualquier integrante del plantel o del cuerpo técnico argentinos no dudan en ponderar que, aun con ausencias sensibles, los irlandeses tienen un sistema de juego bien definido que no se modifica según quienes sean los que lo ejecuten.

Cosas gratificantes del deporte. No diré quién fue el jugador argentino que se enteró de la ausencia de Sexton a través de un mensaje que llegó a mi celular. Sí les diré que su primera reflexión fue: “Lo lamento de corazón por él. Es un gran pibe”. Y agregó: “Además, nos conocemos tanto que ya teníamos pensados algunos movimientos en defensa y en ataque para sorprenderlo”.

No vayan a creer que son confesiones de buen samaritano. Los Pumas quieren ganar este partido. Desesperadamente. Pero sienten que se le podía ganar a una Irlanda completa tanto como perder con la que hoy saldrá a la cancha. Y aspiran a que una buena noticia de hoy sea la consecuencia de una idea instalada y no sólo una sucesión de episodios aislados tras ochenta minutos.

El argentino es un equipo cuyo sistema nació mucho antes de este Mundial. A la rastra de aquello que soñaron Daniel Hourcade y sus compañeros de ruta con Pampas XV, estos Pumas de hoy juegan un rugby dinámico, de un ataque casi obsesivo. Teniendo en cuenta que muchos de ustedes espiarán estas líneas luego de conocer el resultado, tampoco tiene demasiado sentido ahondar en estos asuntos. Pero es importante que todos registremos que este proceso involucra la presencia argentina en el Rugby Championship y, en el futuro inmediato, una franquicia rentada en el denominado Super Rugby. Haber llegado a los cuartos de final aquí resultó un nexo imprescindible para esta historia. Superarlos representaría, entre otras cosas, tener que explicar mucho menos lo muy bueno que se está haciendo.

Ojalá cuando el diario llegue a sus manos la Argentina haya repetido aquella gloria de 2007. Si así no fuera, ojalá tengamos la madurez suficiente para comprender que la continuidad de ciertos ciclos en nuestro deporte no debe estar necesariamente atada a los resultados. Sobre todo si lo que se pretende es conseguir logros excepcionales. Nunca hay que olvidarse de que, en Inglaterra, Los Pumas lograron meterse entre los ocho mejores por cuarta vez en ocho torneos. Es decir que el objetivo logrado aquí ha sido en la historia tantas veces esquivo como viable.

Una vez más. Si el partido con Irlanda fuese el final de la ilusión, ojalá dejemos de pavear con aquello de que Los Pumas se conforman con las derrotas dignas. En primer lugar, el historial puma está repleto de “derrotas dignas” a las que aspira la mayoría de los rivales de los tres grandes del Sur.

Y en segundo lugar. Son ellos, Los Pumas, los primeros en aborrecer la dignidad de una derrota. Porque sienten que están para mucho más que eso.

*Desde Cardiff

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil