viernes 19 de abril del 2024

Todos tenemos un muerto en el placard

El mundo del fútbol señala y condena a Diego Ceballos por sus errores. Hinchas, jugadores, periodistas y dirigentes también son parte de este circo pero se hacen los distraídos cuando no son los afectados.

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Los futboleros somos lo más bajo de la sociedad. Algunos dirán que en realidad lo que es bajo es el gen argentino, y que en la función de hinchas lo único que hacemos es sincerarnos, mostrarnos genuinamente, dejar de posar, pero ésa será discusión de otro día; lo cierto es que en su traje de fanático, los hinchas nos convertimos en monstruos presumiblemente justificables, para sacar lo más rancio de nuestras miserias.

El jueves Boca le ganó a Central la final de la Copa Argentina bajo un escándalo arbitral de Diego Ceballos, tal vez el peor árbitro de Primera División. Conviene entonces repasar un principio básico: el reglamento del fútbol contempla el error humano. Hasta que nadie demuestre que hubo soborno o premeditación al error, lo que pasó es, ni más ni menos, que un error humano. Como un gol errado por un delantero o el pifie de un defensor.

En todo caso, el primer culpable es la FIFA, que no permite el uso de la tecnología. O la AFA, que premia con la final a un árbitro que una vez ya había “visto” algo que no pasó, como un supuesto agarrón de Maidana en el área en un Gimnasia-River; que le dio un gol a Central contra Tigre en el minuto 13 de descuento, con seis jugadores en posición adelantada; que fue acusado por Perazzo de alentar a los jugadores de Boca en un partido ante Olimpo; o que perjudicó groseramente a Huracán en el choque clave ante Independiente por el ascenso a Primera, anulando un gol de Abila. Pero lo que pasó en Córdoba es un tema cerrado. Boca campeón indiscutido. Punto.

La siguiente carencia vino de la prensa. Desde la TV Pública, el chiquilín Elio Rossi tuvo bajezas despreciables. Primero por pedir algo así como la crucifixión de Ceballos, algo que sólo hacía luego de ver cada jugada 14 veces, con numerosas cámaras y sentado en un palco, una ventaja que el árbitro no tenía. Todos somos buenos árbitros si podemos ver las repeticiones, con la tecnología a mano cualquiera es macho.

Y segundo porque, aun con repeticiones, Rossi cometía errores: en el gol de Ruben insistía en que quien estaba en off side era Larrondo y que por tal motivo la jugada estaba mal anulada. Debería saber que la posición adelantada no es pasiva en tanto y en cuanto un jugador (en este caso Larrondo) “interfiera a un oponente”, según el reglamento de la FIFA. Off side. Y así como se equivoca el periodista se puede equivocar el árbitro, sólo que éste no tiene voz para defenderse ni micrófono para prepotear. Tampoco hinchada propia, es el enemigo perfecto.

Finalmente, el fanático. Acomodaticio, ciego, panqueque, con memoria selectiva. El que ve las injusticias sólo cuando son en contra, porque cuando son a favor se hacen artísticamente los giles. ¿Algún hincha de River se quejó por el gol de Funes Mori a Boca en la Bombonera, el día en que “no fue córner”? ¿Alguno de Independiente pataleó cuando Maglio le regaló un penal ante Sportivo Belgrano, un día antes de que el propio hijo del árbitro se mofara del error? ¿Algún cuervo pidió justicia cuando Darío Herrera le hizo repetir el penal de Buffarini ante River porque Barovero se había adelantado 11,3 centímetros?

Todos tenemos un muerto en el placard. Y el que cree que está indemne, que se ponga la mano en el corazón, piense qué hacía el 22 de junio de 1986, cuando Maradona le convertía el primer gol a los ingleses, y diga si no se siente un hipócrita.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.