viernes 19 de abril del 2024

Brasil puede decir lo que se siente

Tras la reunión entre Macri y Tabaré Vázquez, los países rioplatenses se postularían a organizar el Mundial 2030. Cómo les fue a los últimos anfitriones.

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Escándalos de corrupción, gastos obscenos y manifestaciones casi a diario. El recuerdo del Mundial de Brasil está aún muy fresco. Quizás por eso, el anuncio que hicieron el jueves pasado Mauricio Macri y Tabaré Vázquez en la estancia presidencial uruguaya, en Colonia, despertó una doble sensación: al anhelo por parte de ambos países de organizar nuevamente una Copa del Mundo se le contrapuso la cautela para no repetir lo que hizo el gigante vecino, con consecuencias que llegan hasta la actualidad.

Los presidentes de Argentina y Uruguay afianzaron la idea de organizar conjuntamente el torneo que se hará a un siglo del primer Mundial, aquel en el que los uruguayos vencieron por 4 a 2 a la selección argentina en la final. Fue sólo una frase, apenas un gesto, pero sirvió para reactivar lo que hace dos años había comenzado muy tímidamente con la creación de la Comisión Ejecutiva Binacional, que se planteaba candidatear a los dos países ante la FIFA. En el lanzamiento de esa Comisión, en mayo de 2013, estuvieron Julio Humberto Grondona y Sebastián Bauzá, los dos hombres que presidían en aquel entonces las asociaciones de fútbol de cada país. Hoy, Grondona está muerto y Bauzá no sólo se fue de la AUF, sino que está salpicado por el Fifagate.

Uruguay y Argentina pueden verse en el espejo de Brasil y Sudáfrica, los países con realidades sociales y económicas más o menos parecidas que organizaron los dos últimos mundiales. Después de los festejos alemanes y la humillación al equipo de Scolari por el 7-1, Brasil informó que para su Mundial había invertido 10.600 millones de dólares, de los cuales 3.600 millones fueron destinados a los 12 estadios que presentó como sedes. Seis de esos recintos fueron construidos desde cero, algo que incrementó las erogaciones de los gobiernos estatales y del nacional. Pero no todo fue gasto: al país lo visitaron 700 mil turistas que dejaron 455 millones de dólares.

En Sudáfrica, el costo para la construcción y remodelación de estadios fue significativamente más bajo que el de su sucesor: 1.400 millones de dólares para refaccionar cinco y estrenar otros cinco. El gobierno de Jacob Zuma anunció que para el certamen había desembolsado 5.170 millones de dólares, que sirvieron no sólo para los estadios, sino también para mejorar rutas y aeropuertos y hasta para construir un tren de alta velocidad en Johannesburgo. El Mundial también ayudó a demoler prejuicios sobre Sudáfrica, algo que no se puede medir en dinero.

El Río de la Plata, al menos en principio, tiene una ventaja en lo que se refiere a estadios. Si bien inevitablemente habría que aggiornarlos según las normas de la FIFA, no sería necesario arrancar ninguno de cero. La Copa América 2011 hizo que se refaccionaran los estadios de Córdoba, Santa Fe, Mendoza y La Plata (al que se le colocó el techo), lo que dejó a esas sedes con cierta vigencia, aunque muy lejos de los modernos estadios que se presentaron en Brasil o en Sudáfrica. A ésos hay que agregarles, por supuesto, el Monumental, el de San Juan (el más nuevo del país) y seguramente algún otro, tanto en Buenos Aires como en el interior.

En Uruguay la situación es algo distinta. Al mítico Centenario, uno de los tres utilizados en 1930 y ahora en proceso de remodelación, se le sumaría otro en Montevideo, el de Peñarol, que inaugurará su estadio en poco tiempo. A esos dos espacios montevideanos habría que añadirles el de Maldonado –la infraestructura y la capacidad hotelera de Punta del Este le dan un bonus– y una cuarta sede, que podría ser Paysandú o Rivera, sobre todo por ser una localidad fronteriza con Brasil.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.