jueves 18 de abril del 2024

Triste como una bossa de Vinicius

La crisis económica de Brasil llegó al deporte. A seis meses del comienzo de las competencias ya anunciaron recortes presupuestarios y de personal. El ajuste también afecta la venta de entradas.

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La resaca del último Mundial todavía se siente en Brasil. Estadios que costaron millones de dólares y que hoy no tienen uso, y una sucesión de escándalos de corrupción que originaron, entre otras cuestiones, la renuncia de dos presidentes en la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) son algunos de los temas que fogonean, día a día, la crisis económica que vive el gobierno de Dilma Rousseff. En este escenario, y a seis meses de que comiencen los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, el comité organizador intenta darles un marco de austeridad. Esta semana dio el primer paso hacia eso: anunció la cancelación de construcciones y una serie de recortes presupuestarios. En Brasil, el ajuste también llegó al deporte.

La medida es económica, claro está, pero también simbólica. Aunque parezca tarde, el gobierno busca diferenciar  la cita olímpica de los gastos obscenos que repartió para la última Copa del Mundo. El presente del país así lo amerita: con una inflación en alza, un enorme déficit fiscal, el real en el precio más bajo de su historia y una tasa de desempleo que ya superó el 9 por ciento, Brasil está obligado a recalcular sus números.

Para que cierren, o al menos para evitar mayores pérdidas, la organización de los Juegos aseguró que no construirá la tribuna en la pista de remo, redujo la convocatoria de 70 a 50 mil voluntarios para ahorrar en gastos de indumentaria y viáticos, y también pidió cuatro mil autos oficiales en lugar de cinco mil, pese a que los provee uno de los patrocinadores.

“Cortamos algunos servicios e hicimos algunos ajustes importantes en el presupuesto del comité. En el futuro, muchos Juegos seguirán esta línea para hacer un evento económicamente sostenible sin elefantes blancos”, remarcó Mario Andrada, director de Comunicación del Comité Río 2016.

Aunque no lo dijo, Andrada evidenció que no quiere repetir la historia de Atenas 2004 y Pekín 2008, dos ciudades que construyeron decenas de instalaciones que luego de la competencia quedaron abandonadas. Brasil conoce de cerca esa problemática: varios de los estadios del Mundial hoy buscan alguna utilización que amortice las enormes sumas que valieron. El de Brasilia es un caso paradigmático: fue la más costosa de las doce sedes –460 millones de dólares– y en este año y medio casi no fue escenario de partidos de fútbol. Su inutilidad llegó a tal punto que las autoridades de ese estado dispusieron que parte del estacionamiento sea usado por una empresa de colectivos y que varias dependencias y organismos instalaran sus oficinas allí.

Andrada aseguró que salvo la de la pista de remo, todas las demás tribunas e instalaciones se construirán como estaban previstas, aunque deslizó que podrían tener algunas variaciones con respecto al bosquejo inicial.

Además de que no tendrá la anunciada grada flotante, la pista de remo y canotaje, que está sobre la laguna Rodrigo de Freitas, tiene otro problema: el nivel de contaminación de sus aguas que, como sucede con la Bahía de Guanabara, donde se realizarán las competencias de vela, es una alarma constante para los organizadores. Tanto la basura que se acumula en las orillas como el alto nivel de virus y bacterias provenientes de los efluentes cloacales tornan peligrosas las aguas donde en julio y agosto tendrán que competir los atletas. El tema es motivo de protestas todos los meses, y el COI ya advirtió al gobierno de Río de Janeiro por las demoras sobre el estado de la bahía y de la laguna.

“El COI fue irresponsable cuando creyó en la promesa de las autoridades de Río de Janeiro. La meta de descontaminar el 80 por ciento siempre fue una propaganda engañosa”, afirmó Sergio Ricardo, uno de los fundadores de la organización ecologista Bahía Viva, que promueve la limpieza total de la zona.

Pero no sólo hay demora de parte de los distintos gobiernos. También de las empresas concesionarias. La alcaldía de Río de Janeiro, por ejemplo, rescindió esta semana el contrato con la empresa Ibeg-Tangram-Damiani, encargada de la construcción del centro de tenis, al comprobar un retraso en las obras y “el no cumplimiento de cláusulas contractuales y laborales”.

En total, el comité organizador aspira a recortar 500 millones de dólares del presupuesto de los Juegos, que asciende a 1.850 millones de la moneda estadounidense. Será un ajuste más entre tantos que se están viviendo en la economía brasileña. Los organizadores al menos esperan que los casi cinco mil millones de personas que miren los Juegos por televisión no lo noten.

Tickets a ritmo lento

La venta de entradas es uno de los temas que más preocupa a los organizadores de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Si bien al principio reconocían que el ritmo era lento, sobre todo en Brasil –algo que los directivos atribuían a la crisis–, esta semana los tickets para las competencias más buscadas (carrera de 100 metros, finales de fútbol, básquet, vóley y las de natación, y las de las ceremonias de apertura y clausura) volaron. El nuevo lote de boletos que se pusieron a la venta generó algunas quejas de usuarios, por las dificultades para acceder por el sitio web ingressos.rio2016.com. Según el comité organizador, entre jueves y viernes se vendieron 110 mil entradas, lo que hizo que la venta acumulada ya supere el 75 por ciento. “El ritmo es un poco más bajo de lo que esperábamos, pero es normal por la crisis”, aseguró Andrada, que sí admitió preocupación por los Juegos Paralímpicos, que se harán del 7 al 18 de septiembre. “Hasta ahora vendimos poco más de 300 mil entradas, una cantidad muy baja ya que tenemos que llegar a los tres millones”, lamentó.

Esta nota fue publicada en la Edición impresa del Diario Perfil