miércoles 17 de abril del 2024

Hogar dulce hogar: el sueño de volver a casa

Con D’Alessandro como caso más resonante, 25 jugadores volvieron sus antiguos clubes. El sentido de pertenencia más allá del dinero.

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El hombre lleva una lucha milenaria contra el paso del tiempo. Intenta dejar una marca imborrable. Antes los jugadores construían sus carreras con una sola camiseta; ahora son nómades cuyas brújulas apuntan hacia Europa. Las idolatrías, en los tiempos del “aguante”, se completan con un regreso épico.

El hincha es melancólico: siempre aguarda que su figura –el goleador, el cacique, el creativo– vuelva al lugar donde fue más feliz. Pero el hincha, sentimental, también es ingrato: si el futbolista decide tomar otro camino en su carrera, o si la segunda etapa no cumple las inmensas expectativas, lo castiga. Este fue un mercado de pases melancólico: la mayoría de los equipos apostó por reconstruir un pasado feliz. El torneo será melancólico y emotivo o terminará en una purga de idolatrías rotas: 25 hombres se reincorporaron a clubes conocidos para ellos.

Hay vueltas sospechadas y regresos imprevistos; 18 equipos tendrán un jugador al que aplaudir de nuevo. Probablemente los Leprosos aguardaban, en algún momento, el retorno de Sebastián Domínguez. Sin embargo, nadie en Racing creía que Rodrigo De Paul, última joya de las inferiores, de buen momento en Valencia, vendría por seis meses para disputar la Libertadores con 21 años, 24 meses después de su venta millonaria al conjunto español: es el jugador más joven de todos los repatriados. Ayer llegó al país.

Otros futbolistas forzaron sus venidas. Nadie creía en el segundo capítulo de Andrés D’Alessandro en River. El provocó la vuelta, como si fuese un pase de magia: llamó a Enzo Francescoli, le transmitió su deseo de incorporarse a River, sentó a los dirigentes del Inter de Porto Alegre –dueño de su pase–, les dijo que quería volver a River y el jueves, entre fotógrafos y con la responsabilidad de “estar a la altura” en sus espaldas, firmó contrato por un año. Daniel Osvaldo se quería “matar” cuando, en noviembre, Boca salió campeón del torneo local. Deseaba estar festejando con sus compañeros en La Bombonera. Por eso rescindió el contrato con Porto y regresó para cambiar la imagen gris que dejó en su primera etapa. A Germán Denis y Lisandro López les pasó algo parecido. Sentían que su lugar en el mundo era Avellaneda, pero a tres cuadras de distancia entre sí: dejaron los euros y los reales para aturdir el barrio con goles.

No hay recetas para entrar en el imaginario colectivo. No existe la fórmula para transformarse en ídolo.

Algunos lo consiguen en un momento determinado, en una jugada memorable; otros, por haber formado parte de un plantel que llenó de ilusión; y también están quienes, surgidos en las divisiones menores, forjaron una carrera en el exterior que llenó de orgullo a los hinchas. Lanús fue campeón gracias a los gritos de José Sand, y Banfield, a los de Santiago Silva: ambos, a los 35 años, comenzarán su segunda etapa en el sur del conurbano bonaerense. Franco Niell evitó el descenso de Gimnasia en 2009 con tres goles en cinco minutos, y estará, otra vez, en el Lobo. Carlos Araujo y Diego Castaño brillaban cuando Huracán y Tigre estuvieron cerca de salir campeones, y aunque ahora regresaron con objetivos más opacos, tienen garantizado el cariño de los simpatizantes. Federico Insúa irrumpió en el Bicho el siglo pasado, fue figura en Boca e Independiente y ahora se sumó a Argentinos porque quiere retirarse en La Paternal. Mauro Cetto salió campeón del mundo en el Mundial juvenil 2001 con Néstor Pekerman y aprovechó el buen clima del Gigante de Arroyito para jugar nuevamente en Rosario Central.

De todos modos, en cada uno de ellos el retorno a casa trasciende lo futbolístico. Buscan, a través de sus experiencias, sembrar el sentido de pertenencia, ese gen imposible de comprar, entre juveniles y aquellos que se afianzan en Primera. Con esa idea volvieron Carlos Tevez y Diego Milito, con ese mantra confirmó su continuidad Marco Ruben. Con un saludo a la tribuna pueden cambiar el clima entre dirigentes, plantel e hinchas; con sus apellidos pueden absorber la presión en los momentos más difíciles. David Ramírez sabe que Godoy Cruz ya no pelea por ingresar a las copas. Y volvió. Mariano Pavone es consciente de que Vélez apostará por los juveniles. Y volvió.

En este torneo corto, los planetas parecen alineados. Los regresos, varios en buen nivel, ilusionan: casi todos los equipos se reforzaron –o tenían- con algún futbolista por el que vale la pena pagar una entrada. Y mejor todavía pagarla para verlos con las camisetas que alguna vez brindaron lindos espectáculos.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.