jueves 25 de abril del 2024

Angel Easy, big crisis & Defensores de Macri

El caso Boca: un entrenador quebrado, un plantel sin alma y un presidente con déjá vu. El Xeneize, como el Don Pirulero, cada cual atiende su juego.

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“Cuando el tiempo sea sólo rapidez, instantaneidad y simultaneidad, mientras que lo temporal, entendido como acontecer histórico, haya desaparecido de la existencia de los pueblos; entonces volverán a atravesar todo este aquelarre como fantasmas las preguntas: ¿para qué?, ¿hacia dónde?, ¿y después qué?”

Martín Heidegger (1889-1976); de “Introducción a la metafísica” (1935).

Curioso destino el del ex Daniel Bingo, today Daniel Angel Easy, espada mayor de Defensores de Macri, club de los millones y el fútbol, si lo hubiera o hubiese. Ya en su segundo mandato, aún no logró imponer ninguna idea propia.

Asumió y quiso retener a Julio César Falcioni, el feo que hace jugar feo, campeón invicto con Ameal –sin embargo Angel Easy lo derrotó en las urnas gracias al incipiente síndrome del Cambio, a secas, que empezó a calentar la cabeza de muchos, seducidos por billeteras gordas y un tierno desinterés en formas y contenidos– y ganador de la modesta Copa Argentina con él, único logro hasta el tramo final de su primer mandato.

Había arreglado todo con el Feo en un discreto bar, pero una cámara indiscreta viralizó en la red la reunión secreta. Para qué. La Bombonera ardió y exigió a Bianchi, el hombre que alguna vez humilló al jefe Mauricio, y a Riquelme, quien había recibido su mirada más furiosa luego de perder la Libertadores 2012 contra Corinthians. El presidente, adicto a las encuestas, les dio el gusto. Y se tragó no un sapo: dos. Necesitado, aceptó dormir con el enemigo y gastar una fortuna en ellos.

No pudo salirle peor. El infalible Virrey no pegó una. Y cuando el Enganche Melancólico se fue por enésima vez, Bianchi se quedó solo con sus dudas y un plantel mediocre, sin alma. Todo mal. Luego de un baile impiadoso con Estudiantes, Angel Easy tragó saliva y, escudado en el deseo de su comisión directiva, lo despidió, pese a que Bianchi le juraba que él podía enderezar ese Titanic.

Fue como derribar una estatua sagrada. La gente lo sufrió, hasta que dejó de hacerlo. Así es este fútbol líquido, ¡santo Bauman! Una versión a lo bestia de la idea de Parménides: lo que es es, y lo que fue ya fue, no es más, ¡nosissste! Que pase el que viene.

Angel Easy quería a Guillermo, que dirigía a Lanús. Así que tuvo que conformarse con lo que había. Así llegó el Vasco Arruabarrena, un chico trabajador, querido por su pasado como jugador, con la mirada algo triste y bajo perfil. Sin la inhibitoria presencia del prócer, el equipo se despertó y empezó a ganar. El técnico sumó puntos –un notable 70% de efectividad– aunque falló en los superclásicos y en los duelos decisivos. Ah; ¡peccato mortale!

Abajo en las encuestas como su jefe político a mitad del año pasado, Angel Easy, ex tesorero conservador, rompió el chanchito para ser reelecto. El affaire gas pimienta lo había reducido a cadáver político, así que decidió jugarse el todo por el todo. Fue en busca de un superstar, un ídolo del club que lo salvara. Nadie lo creía, pero llegó Tevez. Resignando dinero, cierto, pero cobrando una fortuna, más de lo que, cuando era tesorero, se negó a pagarle al irritante Román.

Carlitos hizo la diferencia y acumuló un poder político inusual. Defensores de Macri se quedó con el torneo largo y la Copa Argentina, en una coproducción con el árbitro Ceballos. Angel Easy fue reelegido fácil, al trotecito.

La crisis del verano, que creían pasajera, se agudizó en el inicio de temporada. La final de la Supercopa nativa contra el San Lorenzo del kamikaze Guede fue otro papelón. Un déjà vu del último Bianchi. Orion, infalible al revés en tiros libres y penales, gritó en el vestuario: “¡Somos una máquina de perder finales!”. El hoy errático Tevez, con inocencia o malicia, aclaró por las dudas: “Esta es la primera que pierdo desde que volví”. Como en el Don Pirulero, cada cual atiende su juego.

Ratificarle la confianza al técnico suele funcionar como paso previo al despido. No falla. Angel Easy abrió la boca y, zas, el equipo fue goleado. Arruabarrena, quebrado por dentro, aseguró, como Bianchi antes, que aún tenía fuerzas. Un guión repetido y con los mismos actores: un plantel incapaz de salvarse a sí mismo que, cíclicamente, sufre de pánico, amnesia o un súbito desdén.

¿Entonces? Angel Easy, sutil como mamut en una joyería, le comunicó al técnico que él y la comisión directiva creían que su ciclo estaba terminado, pero que si tenía ánimo, podía seguir. Increíble. El tipo gana dos títulos hace un par de meses y le ponen la soga al cuello mientras negocian por debajo de la mesa la llegada de un reemplazante. Es Guillermo o Guillermo, repite la cátedra.

Y si algo faltaba, volvió el Enganche Melancólico. Que a mitad de 2015 había dicho, sin anestesia: “Este fue el peor año de Boca en los últimos veinte”; y hace días, diagnosticó: “El equipo está apurado, no tiene pausa” (¡ejem!). Ya en medio de la crisis confesó que planeaba ir a la Bombonera por primera vez desde su retiro sólo para apoyar al Vasco. ¡Cómo no creerle! Va, y de paso los suyos podrán cantar el viejo grito de guerra: “¡Riqueeelmee, Riqueeelmee!”. Virtuoso.

En esta Argentina líquida, solipsista, fugaz, todo se olvida. Deja de existir si no lo vemos; si sólo tenemos ojos para ciertos títulos o para los candorosos gags creados por los equipos de imagen y comunicación de altos funcionarios. Ay.

Reyes del optimismo leibniziano como el profesor Pangloss, que en el desopilante Cándido de Voltaire (1759), enfrenta la cruda descripción de su amigo y protagonista: “—¡Oh Pangloss! –exclamó Cándido–, tú no habías sospechado semejante espanto… No tendré más remedio que renegar de tu optimismo. —¿Qué es el optimismo? –preguntó Cacambo. —¡Qué dolor! –dijo Cándido–, es obstinarse en defender con vehemencia que todo está bien cuando está mal”.

Ahá.

Cualquier relación con la realidad, compatriotas, tal vez no sea pura coincidencia.