martes 23 de abril del 2024

No somos China

En Argentina descuidamos el material humano como si sobraran las medallas. Becas insuficientes, desatenciones e irresponsabilidad ante el control de los dopings.

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En el deporte argentino hay infinidad de historias que sacuden aun sin nombrar a los protagonistas. Algo de eso se encuentra en columnas del pasado reciente.

Aun si admitiese que omitiendo esos nombres cometo un error periodístico de cierta profundidad, hay razones más importantes que el ejercicio de la profesión que justifican la infracción. Créanme. Hoy es un día en el que a los asuntos hay que acompañarlos con nombres y apellidos.

El más reciente es el de Sebastián Crismanich. El único campeón olímpico argentino en Londres 2012 perdió el jueves último en la ciudad mexicana de Aguascalientes la chance de clasificarse para Río.

El correntino tuvo todo para ganar el combate decisivo para la clasificación, pero se le escapó en el último segundo.

Crismanich tiene aún una chance de llegar a Río. Es a través de una de las cuatro invitaciones especiales que se reserva la organización. Parecen muchas y son poquísimas: cuatro en total para repartir entre hombres y mujeres de todas las categorías. Tiene ventajas objetivas: es campeón olímpico vigente, Brasil –el local– no presentará atletas en su categoría y la Argentina no logró que ningún atleta superase la instancia clasificatoria. Lo que se viene es un período de espera muy parecido a una letanía. Y con gran influencia política en la decisión: será muy valioso el trabajo que pueda hacer Gerardo Werthein, presidente del COA, como miembro estable del Comité Olímpico Internacional.

Más allá de los datos reales, hay una subjetividad que no se puede soslayar: Sebastián volvió a competir en un altísimo nivel después de una fractura de tibia y peroné que, en muchos casos, directamente te alejan de por vida de la alta competencia. Y viene de una tierra en la que los estímulos a través de las grandes figuras son vitales –a veces, únicos– para el desarrollo del deporte.

Precisamente por esto aflora la deuda interna de nuestro deporte. Con Crismanich y con tantos más.

En cualquiera de los países con más volumen de medallistas olímpicos de estos tiempos podría admitirse que se le pierda el rastro a alguna figura. O que no se pueda acompañar a todos para ver en qué andan, qué necesitan o qué les pasa.

Nadie hubiera podido evitar la lesión de Sebastián. Ni que perdiese una pelea dominada en el último segundo. Pero estando en claro que sólo el destino se hace cargo de lo inesperado y que sólo los deportistas pueden volcar una competencia hacia un lado u otro, lo que les va quedando a los de afuera –empezando por los dirigentes– es crear las condiciones para que todo fluya. Asistir. Escuchar. Preguntar. Acompañar.

No registro un país en el cual el único campeón olímpico no sea motivo de atención excepcional. Crismanich fue, a partir de Londres, codiciado políticamente y asistido económicamente mediante el Enard para llevar adelante sus planes de preparación y competencias.

Pero hasta aquí llegamos. ¿Alguien le habló del riesgo de mareo que provocan las alturas? ¿Alguien le explicó que debía ser muy exigente con quienes le ofrecieran negocios? A Crismanich le “compraron” su agenda anual después de 2012 a precio de ventajeros: se pagó por un año entero lo que él hubiera podido cobrar por una sola presentación.

¿Alguien desde la inexistente política deportiva lo asesoró para evitar la estafa de aprovecharse de su inexperiencia?

Finalmente, ¿alguien se acercó para preguntarle qué le pasó después de la gloria olímpica? El propio Crismanich explicó en más de una entrevista que el bajón posolímpico le devoró casi medio año de carrera.

Cualquier persona que tenga la mínima experiencia respecto del deporte sabe que ése, el del puerperio post Juegos, es uno de los mayores riesgos para este tipo de atleta.

Son asuntos que están en pleno conocimiento de gente que, honrando sus cargos y hasta sus sueldos sustancialmente superiores a la mejor de las becas, debería estar atenta y comprometerse aun por fuera de sus roles específicos.

En todo caso, en taekwondo pasamos en un solo ciclo olímpico de un campeón mundial a no tener representantes. Deberíamos haber crecido. Nos achicamos.

No sé si en otros países lo hubieran podido evitar. Pero me consta que no se hubiera dejado retroceder sin hacerse cargo del tema. Insisto con un planteo recurrente: no alcanza con pagar viajes, hoteles o comidas. En tanto no se instale con firmeza un brazo político y ético dentro de nuestro deporte, no sólo seguiremos asistiendo a historias lamentables y a fracasos inentendibles, sino que los cuentos de espanto se seguirán acumulando como los expedientes en Comodoro Py.

Germán Chiaraviglio logró recién  el último año volver a saltar de acuerdo con sus antecedentes del mejor del mundo en menores y en juveniles. ¿Quién se ocupó de preguntarle qué le pasaba durante los más de cinco años en los que no hizo más que sufrir y saltar hasta medio metro menos de lo que le auguraban?

Descuidamos el material humano como si realmente estuviésemos condenados al éxito. O como si fuésemos chinos, que coleccionan las medallas olímpicas con si fuesen huevos de chocolate con sorpresa.

Luz Clara Vázquez, luchadora, tuvo un control positivo en los Panamericanos de Toronto. Es probable que usted tenga su historia en el radar. Quiero contarles que la única sancionada fue la deportista, a quien, entre otras cosas, como indican las normas, no se deja entrar en el Cenard.

Sin quitarle ni un poco de responsabilidad a Luz Clara –los afectados son, finalmente, su cuerpo y su carrera–, quiero seguir preguntándome cosas.

¿La deportista tomó sustancias prohibidas a escondidas de su cuerpo técnico y de la dirigencia? ¿Fue ella quien, con becas que muchas veces están por debajo de un sueldo básico, financió la compra de lo que tomó? (se trata casi siempre de productos de alto valor).

Lo más importante: ¿nadie salió en busca de quien le suministró esas drogas prohibidas? Es de sentido común imaginar que alguien debe de haber recetado lo que tomó. De otro modo estaríamos hablando de contrabando de sustancias prohibidas. Además, es el único camino para evitar que, desde ese lugar, se dope a más atletas.

Estamos mirando para el costado: todo caso de doping requiere un rastreo profundo en cuanto a la línea de responsabilidades. En todos lados es así, porque un positivo afecta no sólo al deportista, sino a todo el deporte, que pasa a estar bajo sospecha.

En línea con la explosión que provocan estos casos –fíjense el de Maria Sharapova, sin ir más lejos–, me extraña que nadie haya ido detrás del resto de los culpables del tema Luz Clara. Miento. No me extraña. Es parte del plan.

Hay más. Les juro que hay mucho más. Pronto lo verán.

Con la prudencia y el respeto del caso, es necesario poner los conflictos en superficie.

Es lo menos que puedo hacer a pocos meses de llenarme de emociones de la mano de un deporte argentino que han llevado a un nivel de desidia y desatención indigno de estos tiempos de recursos económicos importantes. Tal vez, insuficientes.

Sin duda, los más voluminosos que recuerdo.