jueves 28 de marzo del 2024

Río de Janeiro: los Juegos Olímpicos de la paz

En la previa del Mundial 2014 Brasil era un hervidero. Hoy, la ciudad que recibe a los Juegos es pura expectativa. Las claves de un cambio radical.

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Misma tierra, otra tierra. Misma gente, otra gente. Todo en un lapso. Corría el 30 de junio de 2013 y la final de la Copa de las Confederaciones, en Río de Janeiro, estaba en jaque.

Manifestaciones, disturbios, corridas y un carnaval de quejas paralizaban la ciudad. Y tal era el caos que la organización tuvo que esperar hasta último momento para garantizar la seguridad en el partido por el título. Sólo así Brasil pudo jugar ante España y festejar.

El problema no era futbolístico sino socio-político. Faltaba poco para el Mundial y la gente ponía el grito en el cielo. Consideraba que la inversión millonaria en temas tan frívolos como un juego, o un deporte o un Mundial no podía ser cierta en un país que se caía a pedazos.

Hoy, a menos de dos meses del inicio de los Juegos Olímpicos, la situación social es otra. No hay quejas en las calles ni estallidos sociales. Gracias a una invitación hecha por la empresa General Electric, que estará a cargo de toda la luminaria de los Juegos, tanto en los estadios como en la Villa Olímpica, PERFIL estuvo en el corazón de la ciudad que en 48 días será el centro deportivo mundial.

¿Qué es lo que pasó? ¿Qué cambió entre este Brasil y aquél? El primer cambio es comunicacional. “Brasil tiene una democracia joven y estamos aprendiendo paso a paso”, le dice a PERFIL Mario Andrada, director ejecutivo de Comunicación de los Juegos. Y explica: “Esta vez tuvimos más diálogo con la gente, tratamos de llegarle de otra manera. Ni más ni menos, le dijimos al pueblo brasileño todo lo que estábamos haciendo a cada instante”.

Las palabras de Andrada no son azarosas. La principal estrategia de la organización es demostrar que no se gastó ni un peso de más. ¿Por qué tanta insistencia en ese punto? Porque uno de los motivos del rechazo al Mundial era el exceso. “Exactamente –asiente Leandro, un taxista que suele andar por Barra da Tijuca–. Brasil construyó estadios nuevos, algo que no hacía falta, y lo peor es que algunos fueron en ciudades sin peso futbolístico, como Manaos o Cuiaba”. Lo que no dice Leandro, encima, es que se gastó tres veces más de lo estipulado.

De cara a los Juegos, en cambio, los gastos son los justos. Incluso hace unos días, el alcalde de Río, Eduardo Paes, dijo que en infraestructura sólo se había erogado el 66% del presupuesto. “Del valor total, 8.200 millones de dólares, se invirtieron en obras de infraestructura unos 2.200 millones en estadios e instalaciones deportivas y sólo 2.333 millones en costear el evento”, comentó. Y contó que el 57% de todo el valor era costeado por empresas privadas.

Otra diferencia es más geográfica. Mientras que los mundiales son a nivel país, los Juegos son sólo de una ciudad, en este caso en Río. De manera que cualquier queja que pueda existir en San Pablo, Salvador o Belo Horizonte no está teñida por la competencia. “En San Pablo, de donde vengo, nadie habla de los Juegos”, comenta Ricardo, farmacéutico de profesión.

Finalmente, hay un último gran cambio: el clima político, que es totalmente otro. La salida de Dilma del Planalto hizo que la presión aflojara. “Ahora la gente parece mirar más para adelante que para atrás. No es el paraíso, y no creemos que el nuevo presidente haya caído del cielo, pero al menos hay una expectativa, una luz. Como que empezamos otra vez”, cierra Ricardo.

(*) Nota publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.