miércoles 24 de abril del 2024

Río 2016: la Guerra Fría y el doping

La sanción del TAS a los atletas rusos parece tener un trasfondo político e ideológico. Amistades, intereses y la presión de las asociaciones.

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Se estima que fue en el año 776 AC cuando los pueblos de la Antigua Grecia se juntaron para celebrar los primeros encuentros deportivos en honor a Zeus, dios supremo de la cultura helénica. Lo hicieron entre julio y agosto en un santuario del monte Olimpo y desde ahí en adelante, cada cuatro años, celebraron los “Juegos Olímpicos” como momentos de Paz y Concordia entre las diferentes ciudades-estados. Con el paso del tiempo, los Juegos se transformaron en un recurso pacífico a partir del cual las naciones dirimían contiendas que tenían también un trasfondo político e ideológico. La disputa entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, en plena Guerra Fría (con los boicots cruzados en Moscú 80 y Los Ángeles 84), probablemente haya sido el punto máximo. La actual sanción a los atletas rusos para Rio 2016 no evade esa lógica.

La sanción del Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS), al confirmar la prohibición sobre el equipo ruso de atletismo, deja a los Juegos Olímpicos sin varios probables medallistas y deposita una enorme presión sobre el Comité Olímpico Internacional (COI) para que extienda el castigo a los demás deportes. En el inicio, fue la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) la que sostuvo que ningún atleta desarrollado en el seno del sistema ruso podía dar fe de no haberse valido de métodos espurios para potenciar su rendimiento. Por ese motivo, decidió castigar de oficio (pese a no detectar específicamente una sustancia prohibida en el cuerpo de los atletas) al considerar que las distintas federaciones rusas estimularon, proveyeron y/o cubrieron el uso de esteroides de rápida eliminación (20 días post consumo): drogas que desaparecían llegado el momento del control fuera del país pero que habían dejado, de forma residual, un efecto positivo en la masa muscular de los deportistas.

La postura del TAS de avalar la posición de la IAAF repercute directamente en 68 atletas que habían impugnado la decisión, respaldados por el Comité Olímpico ruso, y que ahora no podrán formar parte de la competencia. La política se entremezcla directamente en esta contienda por la amistad entre el presidente del Comité Olímpico Internacional, Thomas Bach, y el ex presidente ruso Vladimir Putin. Bach, como máxima autoridad del COI, está en contra de las sanciones y, de esta forma, quedó en el medio de una puja de intereses. Hasta el momento, cerca de veinte asociaciones deportivas se han dirigido al presidente por intermedio de misivas que instan al COI a suspender a rusos y chinos de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.

El caso de la saltadora Daria Klishina, que se entrena en Miami y fue autorizada a competir por la Junta de Revisión de Dopaje de la IAAF, es una excepción. Probablemente ella sea la única atleta de pista rusa en Río de Janeiro que “probó” su inocencia. Yuliya Stepanova sería quien podría sumarse a Klishina; en este caso, gracias a un indulto luego de declararse culpable y testificar contra las autoridades y el sistema ruso. Su labor como denunciante le valió la animadversión de sus compatriotas, e incluso el mismísimo Putin la tuvo entre sus preocupaciones y la calificó como “Judas”. Por el contrario, la IAAF la protegió por ser “colaboradora para un deporte limpio”; pero queda pendiente aún la aprobación del COI para que pueda competir como atleta neutral. Se estima que la postura de la IAAF se esparcirá hacia otras asociaciones. Ya se sabe que la Federación Internacional de Halterofilia (levantamiento de peso) está analizando que se dictamine una sanción similar para el equipo ruso (junto con Bulgaria, Bielorrusia y Kazajstán).

“Decepción, ira, tristeza e incomprensión” es lo que dice sentir la campeona de salto en altura Mariya Kuchina que hace un año ganó la medalla de oro en el Mundial de la IAAF “Beijing 2015” y era candidata número uno a llevarse la presea dorada en los Juegos Olímpicos. Tanto funcionarios como atletas rusos continúan rechazando los informes brindados por la WADA y consideran el accionar como una persecución internacional guiada por los Estados Unidos contra Rusia. La saltadora con garrrocha Yelena Isinbayeva, campeona olímpica en Londres 2012, quien estaría perdiéndose su quinto y último JJOO, describió la situación como un “exitoso trabajo político para enterrar el atletismo ruso.”

Recordemos que, en el último año, la Agencia Antidopaje Rusa (RUSADA) ha sido noticia frecuente debido a: la sanción que le aplicó la Asociación Mundial Antidoping (WADA), acusándola de implementar un mecanismo sistemático de dopaje habilitado y protegido desde el Estado; la suspensión del Laboratorio Antidoping de Moscú donde se evaluaron todas las muestras de los Juegos de Invierno “Sochi 2014” y la inesperada muerte (por sendos ataques cardíacos en un intervalo de doce días) de los dos ex directores de la Agencia (Viacheslav Sinev -fundador de RUSADA y responsable máximo hasta 2010- y Nikita Kamaev -director general desde 2011 hasta el momento de la suspensión-).

Históricamente, los Juegos Olímpicos han sobrevivido a escándalos como éste o peores. Casos como el de Ben Johnson en Seúl 88, el desarme de la estructura dopante en la extinta Alemania del Este o el “affaire Balco” del Bay Area Laboratory Co-Operative, para mencionar algunos ejemplos contrapuestos en lo ideológicos pero similares en lo actitudinal. Hace años que culminó la Guerra Fría, pero aún siguen vigentes los modelos antagónicos de desarrollo deportivo, entre occidente y el antiguo bloque soviético. En la previa de Rio 2016, está claro que la histórica contienda sigue vigente.