jueves 28 de marzo del 2024

A pesar de las emociones, acá no hubo crecimiento

La mayor cantidad de medallas doradas ganadas desde Londres 1948 invita a creer que el deporte argentino está en el rumbo correcto. Lo que falta hacer es enorme.

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Dentro de pocas semanas, en Glasgow, la Argentina jugará ante Gran Bretaña una nueva semifinal de la Copa Davis. La undécima desde 2003. Un récord de eficacia que supera al de cualquier otro equipo en el siglo. Inclusive a los que, en ese mismo período, ganaron el trofeo.

Hace una semana, Juan Martín del Potro redondeó una semana inolvidable –increíble, sensacional, inimaginable, sorpresiva, pongan el adjetivo que quieran y en ningún caso será exagerado–, y se quedó con la medalla plateada en el tenis olímpico de Río. El logró lo que aquí no pudieron desde Novak Djokovic hasta Serena Williams.

¿Alguien cree realmente que, pese a la elocuencia de estos resultados, el tenis argentino atraviesa una etapa floreciente?

Muy por el contrario. Atraviesa una época muy complicada. No tuvo representación femenina en Río –consecuencia directa de no tener jugadoras en un casillero razonable de los rankings– y, entre los varones, nadie termina de afianzarse con continuidad como para que volvamos a tener alguien cerca de los treinta mejores de la clasificación. Para una nación que, hace poco más de una década, tuvo cuatro jugadores entre los diez primeros, no es ilegítimo hablar de crisis.

La referencia sirve, por un lado, para recordar que no siempre los resultados en el deporte son el reflejo de los procesos por los que esos deportes atraviesan. Por el otro, constituye una introducción ideal para poner en contexto lo que ha sucedido con nuestros deportistas en los Juegos Olímpicos que concluirán esta noche.

Con la mayor cantidad de medallas doradas ganadas desde Londres 1948, muchos de nosotros, más cercanos o más distantes a esta pasión inexplicable que nos parte la cabeza cada cuatro años, nos tentamos y, ante la consulta, respondemos con firmeza que lo que acaba de suceder es la muestra del crecimiento del deporte argentino en estos últimos años.

Sería largo, tedioso y hasta injusto analizar caso por caso a cada uno de los deportes representados aquí. Y a los que ni siquiera lograron clasificar deportistas. Pero a cuenta de explicaciones futuras, desde ya les digo que no es así. Y que creer que se está en el rumbo correcto considerando al deporte argentino como una sola cosa es un error que sólo puede provocar un retroceso. Y beneficiar al lote de dirigentes de distintas federaciones que se empeña en que todo salga mal. Comenzando por la AFA.

La primera dorada la ganó Paula Pareto, un fenómeno deportivo, profesional y humano al cual quitarle el mínimo mérito adjudicándoselo a factores externos es una irrespetuosidad. Medalla de bronce en Beijing, quinta en Londres, subcampeona mundial en 2014 y campeona mundial en 2015 , su leyenda comenzó a escribirse mucho antes de que el deporte argentino soñara con los recursos con los que comenzó a contar a partir de la creación del Enard.

La segunda fue la primera en la historia para el yachting argentino, el segundo deporte más exitoso de nuestro país a nivel olímpico detrás del boxeo gracias a una formidable racha invicta en la que, desde 1996, siempre logró, al menos, un podio. Santiago Lange es olímpico desde 1988. Ganó dos medallas con Espínola en 2004 y 2008, estuvo ausente en 2012 y se reformuló de la mano de la primera clase mixta de este deporte. Superó serios problemas de salud y demostró ser el más notable hombre de vela de nuestra historia. A su lado estuvo Cecilia Carranza, una rosarina que participó en Beijing y en Londres en la clase Láser. A fines de 2012, durante la Fiesta Provincial del Deporte, en Santa Fe, me comentó sobre su tristeza porque la dirigencia de su deporte le negaba la posibilidad de dejar la clase en la que competía para intentar en Nacra. “Me dicen que si me cambio, me quitan la beca. Y no les importa cuando les digo que siento que en Láser ya llegué al techo que podría romper en la clase nueva”.

No creo que alguna gestión que intenté haya dado frutos. Es frecuente que los deportistas busquen algún atajo para llegar informalmente a gente del COA o del Enard para esquivar los escollos que con demasiada frecuencia le ponen dentro de sus propios deportes.

Finalmente, Cecilia pudo cambiar de clase. Y ganar su primera medalla olímpica. Dorada.

A tal punto los resultados están sujetos a muchas más variables que la de los recursos económicos –mucho mayores que en el pasado pero aún insuficientes–, que Cecilia y Santiago ganaron su título en una regata final en la que fueron penalizados dos veces. “Todavía no lo creo”, confesó Lange. “Es imposible llegar sexto en una Medal Race después de dos sanciones”, dijo este fenómeno, evidentemente capaz de provocar imposibles.

La tercera fue la de Los Leones, una creación colectiva entre un cuerpo técnico fenomenal encabezado por Carlos Retegui y un plantel de jugadores cuyo rango etario es de más de quince años. Fue un proceso que abarcó todo un ciclo olímpico que tuvo su génesis en equipos juveniles preexistentes al Enard: en la Argentina, sobre todo entre las mujeres, el hóckey cuenta con una base en colegios y en clubes que lo pone a resguardo aun de más de un desquicio producido en su estrato dirigencial desde hace varias décadas.

Ninguno de ellos ignora ni el valor de apoyo a las giras, ni lo que ayudan las becas. Sin embargo, hicieron buena parte de su preparación en la cancha del Cenard, que la administración anterior a la actual dejó en un estado tan lamentable que se debió instalar una carpeta nueva a un mes y medio de los juegos.

En algún rincón de los ciclos –por lo general, en muchos rincones– la real variable de las performances dependen, por encima de todo, de la mística de grupos de atletas que hacen las cosas a pesar de que se los exponen sistemáticamente a impedimentos absurdos. El hóckey está incluido en eso.

Pese a que muchas cosas mejoraron, lo que falta hacerse es enorme. Lejos de que estos juegos hayan expresado un crecimiento estructural de nuestro deporte, han dejado en evidencia el pecado profundo de no acompañar debidamente el talento y la capacidad de sacrificio de nuestros muchachos.

Nadie duda del valor de los recursos del Enard. Pero serán vanos si no se los acompaña con mejoras profundas en infraestructura y la instalación de políticas que vuelen por encima de los caprichos, las contradicciones y hasta la impudicia de algunos dirigentes.

El Enard necesita imperiosamente un brazo político que trabaje intensamente en el control, el debate y las coincidencias con las federaciones. Jugando al respeto mutuo: el de la autonomía de las entidades y el del dinero público que las nutren.

El futuro seguirá comprometido si no hay gimnasios suficientes donde entrenarse, pedanas donde fomentar la esgrima, pistas donde correr, cajones donde saltar, jaulas donde lanzar, piletas donde nadar y espejos de agua donde remeros y palistas se preparen sin enfermarse en el intento.

Sepan disculpar. Sepan, también, que las emociones de Río me conmovieron tanto como a ustedes.

Pero si nos quedamos en la borrachera de los triunfos, le estaremos haciendo un daño irreparable a nuestro deporte.

El auténtico sueño en el que debemos embarcarnos es en el de que las medallas, los diplomas y esas pequeñas grandes victorias que nos hacen llorar, sean la consecuencia de políticas estructurales que acompañen los esfuerzos y las capacidades individuales y colectivas, y ya no el mérito exclusivo de gente que se obstina en esquivar el “no se puede”.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.