viernes 29 de marzo del 2024

Messi, Bauza y los volantazos de la Selección

Los dirigentes tendrán vía libre para encontrar sustituto, aunque sigue sin estar claro cuál es el perfil buscado.

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Alea iacta est para Edgardo Bauza. Se ha consumado el despido más anunciado, desprolijo e incomprensiblemente demorado de la historia reciente de la Selección Argentina. El Mundial de Rusia 2018 está a la vuelta de la esquina y un nuevo entrenador, el tercero en este breve ciclo de tres años, será el “responsable” de obtener un lugar: el Tata Martino se fue en el momento de mayor caos institucional y el Patón Bauza se va en lo que se considera como el inicio de reorganización. Todavía no está definido quién será el sucesor pero todos los cañones apuntan a Jorge Sampaoli.

Como balance de gestión probablemente sea Bauza, sea quien más se cuestione las decisiones tomadas durante su breve ciclo de nueve meses. La Selección nunca representó, en estilos y formaciones, la idiosincrasia que supo construir el entrenador a lo largo de más de veinte años de dirección técnica. Cualquiera que lo haya tenido como entrenador o que haya compartido un vestuario, previo a su paso por el predio de Ezeiza, sabía claramente qué podía esperar y cuáles eran los lineamientos básicos.

“Tenemos que ponernos de acuerdo sobre dónde vamos a pararnos para defender. Es un tema importante para resolver”, fue una de sus primeras frases al frente del seleccionado y toda una declaración de principios. El orden o también llamado equilibrio ha sido un puntal en el San Lorenzo campeón de la Libertadores, también lo fue cuando estuvo en Liga de Quito, en Colón de Santa Fe clasificando a las copas y en sus inicios en Central. Esa impronta solo se vio desdibujada durante este último año.

El bajo perfil, con la declaración casetera que repetía siempre los mismos principios y desinflaba falsas expectativas, fue otra constante del Bauza entrenador que se vio alterada en su breve paso por el seleccionado. “Vamos a salir campeones del mundo” o el retruco del “No sé qué voy a hacer después de salir campeón del mundo”, son declaraciones que en su momento se interpretaban con cinismo y hoy, consumada la destitución, causan pena y gracia.

Cierto es que en estas horas se conocerán, en conferencia de prensa, los detalles de la rescisión de Bauza y los dirigentes tendrán vía libre para encontrar sustituto, aunque sigue sin estar claro cuál es el perfil buscado. Repasando la historia cercana, los vaivenes de estilo en la selección argentina fueron una constante. Luego del primer título mundial, el equipo saltó, sin solución de continuidad, del culto a la pelota de Menotti al tácticismo tajante de Bilardo. Abriendo desde allí una sucesión de oscilaciones difícilmente explicables para un proyecto que estuviese pensado a largo plazo. Las libertades futbolísticas del Basile, desembocaron en las concepciones defensivas pretorianas de Passarella. La presión asfixiante sobre el rival y la finalización sin escalas del Loco Bielsa fue reemplazada por la tenencia en Pekerman: como prioridad máxima. Al retorno sin suerte de un entrenador experimentado, como el Coco, lo siguió el debut absoluto de Maradona como único entrenador principal. Del “tengamos al Barcelona como ejemplo” de Batista, pasamos al férreo y trabajado equipo de Sabella; y del “volvamos a tener al Barcelona como ejemplo” de Martino, saltamos al supuestamente equilibrado Bauza. No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta que la coherencia no ha sido una virtud de la dirigencia, al momento de elegir entrenador, en todos estos años.

Con cuatro meses por delante, hasta el próximo partido por eliminatorias y con la espada de Damocles pendulando sobre la cabeza, la selección se encuentra sin entrenador y en la zona de repechaje de la tabla de posiciones. Los dirigentes miran a Europa para buscar reemplazante y encolumnar a los jugadores. Sería importante reflexionar sobre la actuado y definir un plan de largo plazo: si no será un nuevo volantazo, uno de esos tantos que nos llevó raudamente hacia el lado opuesto justo antes de estrellarnos, pero no sirvió para nada.