jueves 18 de abril del 2024

Duran Barba y el arroz de Borges

Lionel Messi, las eliminatorias y su Barcelona humillado por el Real Madrid de Zidane. La suma de las partes, por encima de las individualidades.

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“De las comidas españolas me gusta la paella, sobre todo cuando está bien hecha; es decir, cuando cada grano de arroz mantiene su individualidad”

Jorge Luis Borges (1899-1986), citado por Esteban Peicovich en “El palabrista” (Madrid, 1980).

Borges adoraba el arroz. Era su comida preferida y de hecho, en su casa, en la Cantina Norte de la vieja Charcas o en el Maxim’s de París, lo pedía de la misma manera: una porción de arroz blanco con manteca y queso. Georgie, como su padre, era un devoto de la paella, colorida como una pintura, capaz de mantenerse tan unida como para que ningún ingrediente cayera al suelo si alguien daba vuelta la sartén.

Tal vez suene irónico, o absurdo, pero estoy seguro de que Jaime Duran Barba no sólo aprobaría esa visión borgeana sobre la individualidad de cada grano de arroz, sino que hasta uno podría sospechar que se inspiró en ella para crear sus estrategias de campaña. Grano por grano, timbre por timbre, vecino por vecino. La fórmula del pequeño mundo personal por sobre la visión totalizadora, esas paellas grandes como un mundo cuyo valor está en la suma de sus partes.

En el fútbol también pasa. ¿Son más efectivos los equipos que privilegian ese valor individual superior, insustituible? El histórico Barça de la última década fue así. Con una amalgama de sabores únicos, el touch Messi y sus granos dorados: Iniesta, Xavi, Busquets, Dani Alves, Piqué y, hasta el verano europeo, Neymar, el príncipe sumiso que jamás le discutiría la corona a su amigo Messi, hoy devenido en tránsfuga pesetero cegado por los brillos del París Saint Germain, dispuesto a ser, a fuerza de chequera, el gran equipo de la Ciudad Luz.

El imbatible equipo catalán que acumulaba títulos, preciso, estético, veloz, dueño de los tiempos y el balón, fue languideciendo casi sin darse cuenta, negando el paso del tiempo, ese ladrón. Xavi, el matemático que jugaba de circuncentro, envejeció y un mal día se rajó, como esos jarrones chinos que no admiten reparación. Iniesta, el cerebro, también perdió frescura y reflejos. Los dirigentes respetaron tanto el sagrado nombre de sus próceres que –conscientes o no– les trajeron relevos que no estaban a su altura, como para no herir susceptibilidades.

¿Messi? Con la lámpara humeante y el ceño fruncido. Sin Neymar, deberá fortalecer la dupla con Luis Suárez, y con quien fichen como refuerzo de urgencia; un peligro, porque al geniecillo los compañeros le caen bien o no le caen.

Ojalá, luego de sufrir la derrota más humillante de los últimos tiempos frente al Madrid –un 1-5, en el global–, tenga sed de revancha con el escudo nativo en el pecho. Ayer nomás las cosas estaban peor que mal, con él suspendido y Argentina en el repechaje. Pero, ¡oh sorpresa!, la cosa se dio vuelta, como en las elecciones en las que 2 + 2 suman 4, y no 0. Contra Uruguay jugará él y no Suárez, lesionado; y como parece que el TAS les quitará los puntos otorgados a Chile y a Perú, el equipo arrancará cuarto y clasificado. ¡Merde, Sampaoli!

Zinedine Zidane debe ser, con Claudio Borghi, el jugador más elegante que haya visto en toda mi vida. Lo recuerdo en un impiadoso 7 a 0 contra Las Palmas en 2002, en el Bernabéu. En un momento Miñambres, reemplazo de Salgado, el 4 titular, apuntó al cielo y cruzó un piedrazo brutal que iba a caer sobre su calva. Zizou retrocedió un paso, estiró la pierna derecha, dejó su empeine en paralelo al suelo como una palma que espera una hebra de oro y la pelota quedó allí, mansa, dormida. “¡Oooohhhh…!”, suspiró el estadio, entregado a su talento.

Pocos –yo el primero– lo imaginaban exitoso como técnico. Tal vez porque a los grandes cracks siempre les costó dirigir. Me equivoqué, por suerte. Zidane fue adjunto de Ancelotti en el Madrid y recibió una cátedra de cómo conducir en un club de vedettes. Algo que sufrió en carne propia siendo parte de los Galácticos, un equipazo que por culpa de la vanidad y los errores políticos ganó menos de lo que merecía. Aprendió de Carletto, de Lippi, su técnico en la Juve, y de su propia experiencia –buena y mala– en el Madrid.

Aquel equipo de Del Bosque era una máquina de ir e ir; con Roberto Carlos por izquierda, Figo por derecha, Raúl por el centro, Ronaldo bien arriba y él intentando calmar tanto vértigo. Entre tanto Schumacher, la clave resultó ser un moreno francés nacido en Congo, incansable, quirúrgico, capaz de equilibrar el autódromo del medio: Claude Makelele. El mismo que un día, harto de rogar por una mejora contractual, se fue al Chelsea. En su lugar llegó el rock star Beckham, y fue el caos.

En sus primeros partidos, presionado por el presidente Florentino Pérez, mantuvo a Bale, Benzema y Cristiano Ronaldo en un 4-3-3 que nunca fue solución. Modric y Kroos necesitaban un recuperador y ése no era James, obviamente. Hacía falta un Makelele y Zidane lo tenía, por ahí, olvidado. El brasileño Casemiro, cero carisma, cuerpo como tronco, había llegado en puntas de pie para ser un extra en Hollywood. Pero con ese antihéroe plantado en la mitad, más Isco, otro rescatado, para tenerla un rato si hacía falta, Zidane encontró el equipo. Y ganó siete títulos desde que asumió, el 4 de enero de 2016. Quién diría.

Messi y los suyos deberán empezar de cero. Algo que los seres humanos necesitamos hacer, de tanto en tanto, para crecer y no repetirnos. No será fácil contra este Zidane sabio, sereno, que sabe que si un solista brilla, como él brillaba, ahí atrás está el trabajo de los Makelele, esa noble fuerza de producción.

Casemiro, no tan tosco como parece, funciona como el condimento secreto del chef que mantiene la paella borgeana unida, en el punto exacto para que los sabores se repartan equitativamente. Pasa en un equipo, en una ciudad, en una provincia, en un país; en nosotros, compatriotas, los que jugamos igual se gane o se pierda, sin mentir ni mentirnos, y por eso damos la cara, así.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.