jueves 28 de marzo del 2024

Niños ricos con tristeza

Estos futbolistas viven en las redes sociales y ganan obscenidades. El mismo sistema que los consagra y los pesa en oro, los descarta en cuanto dejan de ser rentables.

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–Todos hablan de fútbol y pocos lo entienden en forma concreta. Entonces hacen de un triunfo o una derrota una cosa de muerte.

–¿Cuál es su explicación para ese fenómeno?

–Que la gente vive frágilmente, y ayudada por la prensa, la radio y la televisión, ha quedado como alucinada.

Jorge Luis Borges (1899-1986), charla con Menotti después de que Argentina ganara la Copa del Mundo (Clarín, setiembre de 1978).

Jorge Luis Borges, que recibía a todo el mundo, no tenía mucha idea de quién era ese hombre de voz grave que habían sentado en el living de su departamento de la calle Maipú. “Usted debe ser muy famoso –le dijo a un asombrado Menotti, antes de iniciar la charla– porque mi empleada Fanny me pidió su autógrafo”. Finalizada la charla, después del saludo final, Borges suspiró y pensó en voz alta: “Qué curioso, ¿verdad? Un hombre amable, inteligente, que sin embargo se empeña en hablar todo el tiempo de fútbol”.

En la década del ‘60 era muy popular Polémica en el Fútbol, un programa creado por Carlos Fontanarrosa y conducido por él mismo, Julio Ricardo y Apo. Tenían dos tribunas con hinchas que pedían la palabra para  opinar desde la pasión y discutir a los gritos, hasta que el oportuno reto de los conductores los hacía callar. Un panel de periodistas aportaba seriedad, conocimiento, información creíble y otros exotismos.

Ya nadie necesita de los hinchas para decir, literalmente, cualquier cosa al aire y pelearse. Cada periodista, o un ex algo, construyen sus propios personajes –que son ellos pero no son, o algo así– enriquecen el guión y cumplen con la exigencia de una dirección artística que subirá más y más la apuesta si el rating acompaña. La misma técnica, oh no, cambió fatalmente el formato, los tiempos y la profundidad de los programas políticos, si tal cosa fuese posible, hoy.

Volviendo al fútbol: son demasiadas horas diarias para hablar de un tema que, es evidente, no da. La competencia es mucha, así que es imperioso inflar los ánimos y los temas hasta el infinito y luego rociarlos con nafta para que ardan, con humareda.

En ese contexto de desmesura planificada y especialistas que hacen de la sobreactuación un dogma, se hizo fuerte una de las ideas más estúpidas que haya escuchado: que Messi & Cía son unos fracasados que perdieron tres finales seguidas –en un Mundial y dos Copas América– y cómo nadie se acuerda de los segundos, no sirven.

La misma burla le hacían a Reutemann, enorme piloto de F1 capaz de hacer, solo y girando en la pista, lo que ahora resuelve un equipo entero de ingenieros: la puesta a punto del auto. Más allá del karma de llegar al equipo del último campeón –Ferrari/ Lauda, Lotus/ Andretti, Alan Jones/  Williams– y de haber sido boicoteado sin disimulo en 1981 –alguien con contrato de segundo piloto no podía llevarse el título–, su carrera fue fantástica. Hace 35 años que un piloto nativo no dura más que un puñadito de carreras en ese nivel de elite. Y encima, pagando.

A Reutemann, un tipo encerrado en sí mismo, no le importaba nada. Pero no sucede lo mismo con los niños ricos con tristeza de la Selección. La responsabilidad les pesa como un collar de melones, les come la cabeza. Cargar con la ilusión de todo un país no es para cualquiera. A la corta o a la larga, zás, la pifian y quedan en evidencia.

El más obvio es Di María, que se lesiona cada vez que llega a instancias decisivas. Higuaín –una máquina de hacer goles que firmó por 7.500.000 de euros al año en la Juve– afuera por fallar las que nunca falla. El Kun Agüero disfruta en las fiestas open style sin pelota, Pastore duerme, Dybala pasa de joya a bijouterie de La Salada, Icardi es Wanda y Mascherano, el que podía recuperar las Malvinas si lo dejaban, se lo jubila, minga de reparación histórica.

Por suerte y por desgracia no son Maradona. Son profesionales eficientes para el show global, pero por completo ajenos al concepto de patriada maradoniana. En este tiempo con ideas de bajísima intensidad, la entrega sin límite y el amor insensato son ingenuidades que atrasan. Son parte de “el pasado”, ese fantasma de época.

Hace un siglo, Rudyard Kipling escribía: “La victoria y el fracaso son dos impostores y deberíamos recibirlos con idéntica serenidad y un saludable punto de desdén”. Nada más alejado de nuestro espíritu, pueblo de un país virtuoso, cruel, elegante, tan salvaje que necesita ganar para existir y, sobre todo, para que no exista el otro.  

Sampaoli encontró una idea que le funcionó en Chile y en Sevilla, y no parece dispuesto –ni capaz– de cambiar pese a las urgencias del caso. No será fácil defender con línea de centrales sobre arenas movedizas, con laterales volantes que funden biela, enganches apichonados, delanteros  enceguecidos y un entrenador atacado por un severo cuadro de excitación psicomotriz que le dura los 90 minutos. Todos rezándole a San Massi menos Messi, harto, seco de fe.

Estos futbolistas no son como los de antes porque nada es como antes. Por eso viven en las redes sociales, ganan obscenidades gracias a la adicción que provocan y se comprometen con el negocio apoyados por un poderoso sistema que los consagra, los sostiene, los pesa en oro y los descarta en cuanto dejan de ser rentables.

A nadie le gusta perder, tampoco a mí. Lo que intento es comprender por qué pasa lo que pasa con esta talentosa generación ganada por la angustia y esa falsa suficiencia que devoró a media docena de técnicos en una década: Basile, Batista, Maradona, Sabella, Martino y Bauza, mientras el calvo de Casilda intenta no ser el próximo jamón del sándwich.

Confiemos en ellos, sí, pero convendría no esperar más lo que pueden dar. Son humanos, demasiado humanos, excelentes en lo suyo pero bien lejos de lo nuestro; eternos náufragos en mares de crisis, sedientos de brillo, ilusionados con seducir al mundo, salvarnos como sea y sentirnos parte, allá arriba, caiga quién caiga.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.