La Selección se enfrenta al papelón, a la vergüenza, a esa mancha que no se borraría nunca más. A Perú, a Alemania, a Chile, a cada uno de los verdugos que provocaron frustraciones. Argentina le disputa un mano a mano al terror de los periodistas que temen perderse los viáticos de Rusia, al murmullo nervioso de los hinchas, a la euforia impostada de la barra contratada para la ocasión.
Juega contra Gareca y contra el gol de Gareca en el ‘85, contra aquel 6-0 dudoso y contra el milagro de Palermo bajo la lluvia. Se enfrenta a la ansiedad, a la tensión, a la incertidumbre. Choca con la eterna búsqueda de la pareja ideal para el mejor del mundo, con la inseguridad para definir once titulares, con las estrellas que no brillan. Lucha contra la rotación de técnicos y las desprolijidades que llegan desde Viamonte, contra sospechas, intrigas y especulaciones.
Combate el mito de la altura en Ecuador y la idea de un repechaje con Nueva Zelanda. Debe pelear contra toda la histeria gratuita que circula por las redes sociales, imponerse sobre las profecías apocalípticas, jugar contra una cancha que tiembla para disimular los temblores propios. Pero, sobre todo, Argentina se enfrenta al miedo. El miedo disciplina. El miedo paraliza. El miedo te puede dejar afuera de un Mundial.
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