James Neilson escribió en NOTICIAS «El mundo está argentinizándose». En su columna afirma que muchos paÃses, entre ellos España, suponen que el populismo es una enfermedad tÃpicamente argentina que nunca padecerán pueblos menos frÃvolos. «Se engañan», dice Neilson. Efectivamente, se engañan, al menos en el caso español. Porque no sólo el populismo está sobrevolando peligrosamente la vida polÃtica, sino el virus de otra enfermedad tÃpicamente argentina hoy dio señales de haberse propagado en el tejido social: la insoportable capacidad de escaparle a las responsabilidades contraÃdas en cuanto se presenta una oportunidad mejor. Con papelón e inconvenientes evitables asegurados.
Julen Lopetegui, con la inestimable ayuda del Real Madrid, puso en entredicho la credibilidad del fútbol español. Que no es poca cosa. Estamos hablando de la primera o segunda Liga del mundo. Estamos hablando de su selección, una de las candidatas, hasta hace nada, de ganar el Mundial. Ahora todo es duda y conmoción. Para jugar con los paralelismos el paÃs vive un estado de aturdimiento similar al que vivió la Argentina en el Mundial de Estados Unidos (1994) cuando se conoció la noticia de positivo de Diego Maradona en el control antidopaje.
Maradona jugó al lÃmite y Lopetegui sobrevaloró su excelente reputación, tras llevar a España al Mundial por la puerta grande. El Real Madrid, acostumbrado a las genuflexiones de una parte importante de la prensa local, pensó en su interés sin importarte si era adecuado o no anunciar a tres dÃas del debut de la Roja la contratación del entrenador vasco. Para peor, sin siquiera guardar las formas – lo mismo va para Lopetegui – con el presidente de la Federación Española de Fútbol (FEF), LuÃs Rubiales, quien se enteró de la movida cinco minutos antes de que el Madrid haga pública la contratación del ex arquero de la Real Sociedad y del Barcelona como técnico del primer equipo.
Lopetegui se vio sentado en el banco más deseado del mundo y perdió el sentido de la responsabilidad. Responsabilidad con su equipo. Equipo que aglutina a todo un paÃs. Incendió su propia casa a tres dÃas de tener que lucirla en el gran escenario. El entrenador es el lÃder del grupo, el que lleva la responsabilidad de guiarlo al éxito. En definitiva, el ejemplo en el que sus dirigidos tienen que verse reflejados. Debe además transmitir lealtad al grupo. ¿De qué forma hubiese podido Lopetegui cumplir con este último requisito cuando no pocos periodistas deportivos tacharon a Rubiales de «cornudo», el hombre cuya primera decisión al frente de la FEF fue renovarle el contrato dos años más?
Hay más. Con el contrato por tres años con el Madrid firmado, ¿cómo iba a manejar el vestuario a la hora de armar el equipo sin que surgiesen susceptibilidades? ¿Qué hubiese pasado con los cambios que traen polémica? Si pone a más jugadores del Madrid que del Barcelona. Si los cambios perjudican más a los futbolistas que no juegan en el Madrid. La lista de probabilidades es demasiado extensa como para detenernos más tiempo en ella.
En cuanto al Real Madrid, dolido por la marcha de Zidenide Zidane y el fracaso en la contratación de Mauricio Pochettino, creyó en la necesidad de mandar un mensaje rápido y efectista, tanto que no quiso o no le importó esperar al 15 de julio, dÃa en que se juega la final en Moscú. Porque Florentino Pérez, su presidente, está convencido que el Madrid representa a España. Error. España se viste de rojo, no de blanco.
Zidane no anunció por sorpresa su renuncia a continuar dirigiendo el Madrid tres dÃas antes de la final de Kiev. Esperó a ganar la Champions. Festejó, y se fue a su casa. Otras formas. Quizás el Madrid extrañe al francés en más de un sentido.
(*) Exclusivo para 442. Desde Madrid, Sergio Manaut.
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