viernes 29 de marzo del 2024

La “autoinmolación” española en el Mundial

Una seguidilla de decisiones inauditas que llevaron a la Roja a un camino inesperado: de llegar como candidata al título a ser eliminada en octavos. El resumen.

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Difícilmente asistirá el fútbol mundial a una cadena de sucesos como la que expuso España en la Copa del Mundo en Rusia, una concatenación de decisiones inauditas que llevaron a su selección a un recorrido esperpéntico: de llegar como candidata al título a salir en octavos ante un rival inesperado.

España se despidió hoy del Mundial con pena y sin gloria después de caer en la tanda de penales 4-3 tras el empate 1-1 en el partido. Rusia sólo tiró penales en todo el partido, y así pasó. Fue suficiente para echar a un equipo irreconocible y que en Moscú firmó la nota de suicidio que comenzó a redactar hace dos semanas.

Fue concretamente el 13 de junio, dos días antes del debut en el Mundial ante Portugal, cuando el presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, anunció por sorpresa la destitución de Julen Lopetegui, el hombre que había regenerado el estilo del equipo y la ilusión de los hinchas. Adiós tras dos años sin perder.

Tan traumática decisión llegó después de unos hechos no lo suficientemente aclarados en la forma. El fondo sí se conoce: el Real Madrid hizo una oferta a Lopetegui para ficharlo después del Mundial, el entrenador la aceptó y Rubiales se enfadó por la supuesta deslealtad.

El club blanco lo anunció en su página web saltándose las normas más elementales y eso terminó de convencer a Rubiales de que "por encima de todo están los valores", como dijo para justificar el despido de Lopetegui. Incluso por encima de enterrar las posibilidades españolas en el Mundial.

Rubiales se saltó incluso el poder del vestuario. Casi todos los jugadores estaban con Lopetegui y le rogaron al presidente que no lo ejecutara. Pero el jefe, nuevo en el cargo, quería enviar un mensaje de autoridad. También a los futbolistas, también a sí mismo.

Echó a Lopetegui y eligió a lo único que había: Fernando Hierro. Un hombre que hasta entonces había actuado como enlace entre jugadores y dirigentes, y que apenas tenía un año de experiencia como entrenador en el modesto Oviedo, de la segunda categoría del fútbol español.

Al día siguiente se marchó Lopetegui con su tomo de informes sobre los rivales en la mano y despedido con abrazos por el núcleo duro del vestuario. Y Hierro asumió el mando.

El 15 de junio se produjo el debut de España en el Mundial y el único partido hasta la fecha en el que demostró su nivel. Sólo un hat-trick de Cristiano Ronaldo le impidió el triunfo y a pesar del empate 3-3 dejó buen sabor entre los hinchas.

Pero llegaron las dudas. Al triunfo mínimo ante Irán por 1-0 del 20 de junio le siguió cinco días después el empate 2-2 ante Marruecos. La fortuna, el VAR e Irán quisieron que España pasara como primera de grupo, pero ello no ocultó los terribles problemas que tenía un equipo paralizado y que no jugaba a nada.

Las decisiones de Hierro -sin tiempo material para realizar un trabajo efectivo- comenzaron a cuestionarse, así como el rendimiento de algunos futbolistas, con David de Gea, David Silva y los defensas a la cabeza. Fue entonces cuando varios jugadores recriminaron a la prensa. "Ustedes (los medios de comunicación) siendo españoles tendrían que hacer algo de autocrítica también", dijo Thiago Alcántara.

Progresivamente, el vestuario español se fue "bunkerizando" tras elegir a la prensa como enemigo. Los periodistas mostraron una enorme incomprensión por los reproches. Hubo tiempos mucho más duros. Los del final de la etapa de Vicente del Bosque, por ejemplo.

En este clima extraño afrontó España el partido de octavos. Y de nuevo fue una España menor, un equipo entregado a un juego de pases inanes y sin un fútbol capaz de transmitir la más mínima emoción. Esta vez no tuvo la suerte de la fase de grupos y se fue en los penales con los errores de Koke y Iago Aspas.

Así se marchitaron las opciones de una España que llegó al Mundial como clara candidata al título y que se marchó casi con vergüenza. Tiró una oportunidad única, con un cuadro de rivales muy asequibles y con una espléndida mezcla de futbolistas veteranos y jóvenes.

En el último Mundial de Andrés Iniesta -y probablemente de otros más-, la selección española hizo un ejercicio de autoinmolación. Dos semanas que quedarán para la historia como la constatación de un suicidio deportivo en el máximo evento futbolístico, en un torneo que se celebra sólo cada cuatro años.

Fuente: DPA