viernes 19 de abril del 2024

Waterloo

Por Sergio Olguín (*) | El paso por la B le cambió el ADN a River. Por algo a Gallardo le dicen Napoleón, un general que no se caracterizó por el juego limpio.

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Antes que nada, comencemos derribando un mito originado en el marketing: el próximo Boca-River no es el partido más importante de la historia de estos dos equipos. Boca ya lo jugó el 28 de noviembre de 2000 con el Real Madrid y lo ganó. Ese partido puso a Boca en la más alta categoría del fútbol mundial junto a los grandes europeos, un lugar que simbólicamente sigue ocupando desde entonces (porque los grandes también pueden estar años sin ganar, sobran ejemplos). River también ya lo jugó el 26 de junio de 2011 con Belgrano de Córdoba y perdió (no el partido, la categoría).

Así y todo es imposible no dejarse invadir por la euforia y la ansiedad que significa jugar la final de la Copa Libertadores contra el clásico rival. Ni los hinchas de Boca ni los de River podemos concentrarnos en otra cosa que en esos dos partidos históricos. Yo me duermo pensando en cómo tiene que formar Boca y me despierto haciéndole uno o dos cambios al equipo imaginado durante la noche. A esta altura Youtube me ofrece solo videos de los clásicos anteriores. El algoritmo le indica que no me interesa otra cosa. El torneo local volverá a existir recién en diciembre. Serán semanas obsesivas de leer todo lo que se escriba sobre el superclásico, de ver esos programas tóxicos de los canales deportivos, de volver a escuchar radio AM.

Van a ser dos partidos duros, peleados. El que se ponga más nervioso pierde. Boca tendrá que tener cuidado de las malas artes riverplatenses. El paso por la B le cambió el ADN a River, hizo que Bilardo se convirtiera en un DT ejemplar al lado de las actitudes riverplatenses. Las patadas rastreras en los clásicos de copas (Libertadores y Sudamericana), jugadores de Boca quebrados sin que el árbitro sancionara, la negativa a jugar un partido arruinado por un idiota ajeno a los futbolistas valiéndose de algo legal, la inclusión durante siete (¡siete!) partidos de un jugador no habilitado en esta copa, el partido robado a Independiente y el punto culminante del bilardismo extremo: la trampa de Gallardo de dirigir a su equipo contra Gremio. Todo eso ya es parte de su ADN. Por esa razón, si Andrada vuelve al arco habrá que tener cuidado de los golpes en la cara de Pinola y Maidana, dos especialistas en esas lides. Por algo a Gallardo le dicen Napoleón, un general que no se caracterizó por el juego limpio. Y a todo Napoleón le llega su Waterloo, tarde o temprano.

Se vienen dos partidos inolvidables. El que gane tendrá envión por un buen tiempo para cargar a su rival. Pero será una final que pasará a formar parte de su historia, una historia que ya tiene triunfos y derrotas que tampoco se pueden borrar.

(*)Escritor