viernes 29 de marzo del 2024

Una pelota entre los fusiles y el horror

Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la Navidad y una pelota lograron lo imposible: que un campo de batalla se convirtiera, al menos durante unas horas, en una cancha de fútbol.

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Hace más de un siglo, durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la Navidad y una pelota lograron lo imposible: que un campo de batalla se convirtiera, al menos durante unas horas, en una cancha de fútbol donde soldados alemanes y británicos improvisaron un partido, se repartieron pequeños regalos y cantaron, todos juntos, villancicos navideños.

“La tregua de Navidad”, como se conoció el hecho, sucedió en el frente occidental de Ypres, en Bélgica, a finales de 1914. Alemania, que había invadido ese país con el objetivo de llegar hasta Francia, se encontró con la resistencia aliada, que en ese lugar estaba integrada principalmente por británicos y soldados locales.

El momento, para muchos inverosímil, pudo comprobarse con el correr de los años por los testimonios de los que estuvieron allí. “Ha pasado algo extraordinario. Esta mañana, un alemán gritó que querían una tregua de un día. Así que, con mucha cautela, uno de nuestros hombres se levantó por encima de la trinchera y vio cómo un alemán hacía lo mismo”, escribió el general inglés Walter Congreve en una carta a su esposa.

En la Nochebuena, entre el frío y la nieve del invierno europeo, se escuchaban de trinchera a trinchera las canciones navideñas que entonaban, en sus respectivos idiomas, los dos ejércitos. Adeste, fideles de un lado. O come, all ye faithful, del otro. Todos terminaron aplaudiéndose unos a otros. Fue la primera señal de lo que vendría el día después.

El 25 de diciembre, ya en Navidad y con un sol que entibiaba el suelo belga, las dos tropas salieron de sus trincheras pero no para disparar sus fusiles. Con una actitud inimaginable, los contendientes –de manera no oficial– decidieron soltar las armas y compartir el día. El británico Willie Loasby dio el primer paso con las manos en alto. Del otro lado, el alemán que había pedido una pausa lo recibió con seis cigarros y un chocolate. Después, cuando todos disfrutaban de un intervalo de paz y humanidad en medio del horror, un soldado escocés del regimiento de los Seaforth Highlanders apareció con una pelota y propició un partido de fútbol que pasó a la historia. “Ellos hicieron el arco con sombreros y nosotros hicimos lo mismo. No era sencillo jugar en un lugar congelado, pero eso no nos detuvo. Mantuvimos las reglas del juego a pesar de que no había árbitro”, describió el teniente alemán Johannes Niemman.

En 2014, al cumplirse los cien años de esta tregua mágica, Michel Platini, en ese entonces presidente de la UEFA, inauguró un monumento para recordar aquella situación. En ese mismo año, la cadena de supermercados Sainsbury’s retrató el momento que describe Congreve en su publicidad de fin de año, destinada también a recaudar fondos para los veteranos de guerra británicos.

Sobre ese partido, mucho más acá en el tiempo y en el espacio, también escribió el uruguayo Eduardo Galeano, en ocasión de la muerte de Bertie Felstead, el último sobreviviente de aquel momento mágico.

(*) Nota publicada en el diario PERFIL.

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