martes 16 de abril del 2024

Tiger Woods: la felicidad de volver a ser

Después de sus escándalos mediáticos y de lesiones recurrentes, el estadounidense se consagró en Augusta y sorprendió al mundo. Un camino marcado por el dolor.

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Tiger Woods quedó tirado en el minicampo de golf de su propia casa. Había intentado un flop sobre la arena, pero el movimiento activó un dolor en su espalda tan insoportable que se cayó. Ni siquiera pudo gritar o pedir ayuda. Quedó con su cara y su cuerpo contra el césped, paralizado. No se podía reincorporar, no podía moverse, y como no tenía su celular encima, tampoco podía llamar. Estaba solo con el dolor. Y el dolor le estaba ganando.

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Después de casi una hora, su hija Sam llegó y, sin entender mucho qué estaba pasando, le preguntó: “Papá, ¿qué estás haciendo tirado en el suelo?”. Tiger vio en su hija el final del calvario.

—Sam, gracias a Dios que estás aquí. ¿Puedes decirles a los chicos que están adentro para que saquen el carrito y me ayuden a retroceder?—le dijo.

—¿Qué pasa?

—Mi espalda no está bien

—¿Otra vez?

—Sí, otra vez, Sam. ¿Puedes por favor ir por esos tipos?

La escena la contó el golfista hace tres años, en una entrevista que le concedió al periodista y escritor canadiense Lorne Rubenstein para la Revista Time. En todo el largo rato que charló con Rubenstein en The Woods, su restaurant en Jupiter, Florida, Tiger tuvo una bolsa de hielo sobre su espalda. No soñaba con ponerse la chaqueta verde otra vez en Augusta, como sucedió el domingo: sólo soñaba con que sus dolores se atenuaran y le permitieran seguir jugando al golf.

Historia emotiva. La misma Revista Time que publicó esa entrevista dolorosa, esta semana definió la conquista de Woods en el Master de Augusta, once años después de su último Major y tras una década de escándalos y lesiones, como “la remontada más emocionante en la historia del deporte estadounidense”. El tigre americano, nacido en Florida y que con 32 años ya acumulaba 14 torneos grandes, volvió. Resucitó tras estar hundido.

Ya convertido en leyenda, había intentaba volver al circuito en 2016, pero no podía consolidarse. Era un espejismo: estaba y no estaba. Su espalda lo traicionaba a cada instante. No se parecía en nada al hombre que en 1997 irrumpió en el imaginario estadounidense y mundial como la superestrella negra del golf, un deporte históricamente de blancos. Hasta que en 2018, de a poco, empezó a construir el regreso que coronó hace una semana.

La remontada de Tiger, una moraleja que meritócratas y motivadores emocionales podrán dar en el futuro, no sólo dejó atrás la separación con Elin Nordegren, la madre de sus dos hijos, sino una serie de lesiones con las que no podía lidiar. Y que lo dejaban, incluso en su casa, sólo con su propio abismo. “Apenas podía caminar. No podía sentarme. No podía acostarme. Realmente no podía hacer casi nada”, contó el último domingo, después de ganar su quinto Master de Augusta (el último hace 14 años, en 2005).

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Los dolores lo llevaron al centro de los programas televisivos y de la prensa sensacionalista el 29 de mayo de 2017, hace menos de dos años, cuando la Policía lo detuvo dormido contra el volante de su vehículo en Jupiter, cerca de su restaurant. En tiempos de noticias virales, la foto y el video de su detención recorrieron el mundo en pocas horas. Su cara, notoriamente desmejorada, sirvió para llenar horas de televisión y elaborar conjeturas en portales y diarios.

El informe policial era lapidario. Informaba que Woods había sido detenido por “manejar bajo los efectos de la droga o el alcohol” y que era “incapaz de caminar por sí mismo”. Pero la razón de ese suceso siempre estuvo en el dolor. Para calmar sus espasmos en la espalda, Woods era capaz de armar cócteles con Vicodin, Solax, Etorix y Viox, todos análgesicos que mitigaban su calvario pero también lo llevaban a dormirse.

Imagen y semejanza. Los estadounidenses ven en Woods una síntesis del ser nacional. Lo adoptaron como icono de lo que podría pasarle a cualquiera. De ahí que desde que volvió al circuito, la audiencia televisiva aumentó sideralmente. Más que el golf, o que un campeonato de golf, en Estados Unidos importa que Tiger esté compitiendo. El año pasado, cuando obtuvo el segundo puesto en el PGA Championship, en Bellerive, la CBS Sports registró una suba del 73% en comparación con la de 2017. Ocho millones y medio de espectadores frente a los casi cinco millones que estuvieron frente a la pantalla el año anterior. Fue la cifra más alta desde 2009, cuando Tiger todavía estaba en la élite mundial.

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Quizás por esta razón, un comerciante de Wisconsin, James Adducci, apostó todo lo que tenía –¡85 mil dólares!– a que Tiger iba a ganar en Augusta. Fue con una maletín que había comprado en un supermercado hasta las casas de apuestas, que pagaban 14 a 1. Algunas ni siquiera aceptaron su oferta. La casa de origen británico William Hill se la tomó. Cuatro días después, cuando Tiger selló su renacimiento, Adducci ganó un millón doscientos mil dólares. “Estuve pensando mucho esto. Vi las performance de Tiger en el Tour Championship, y las cosas parecían salirle. Pero no era un tema estadístico para mí. El hecho de que iba a ser su primer Major frente a sus hijos me convenció de que lo ganaría”, dijo Adducci. Se refería a Sam y Charlie. Adducci no sabía que Sam, hace apenas unos años, debió pedir ayuda porque Tiger, el hombre por el que él apostó, no podía levantarse del piso por el dolor.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.

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