viernes 29 de marzo del 2024

Julio César Toresani: un tipo noble pero no fácil

El Huevo era calentón, para bien o para mal siempre dejaba una marca. Como entrenador no llegó a ser lo que fue como jugador.

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El Huevo no era un tipo fácil. No era de esos a los que todo le da lo mismo y pasan por tu vida sin pena ni gloria, sin dejarte nada. El Huevo no era así. Era calentón. Te dejaba marca, para bien o para mal. No pasabas por al lado de él y compartías un tiempo sin darte cuenta de que estaba. Tal vez por eso, pese a los años y los grandes contextos que nos separaban, yo lo apreciaba tanto y guardaré para siempre aquel excelente recuerdo.

Promediaba el 2002, cuando lo conocí. Mi carrera en Primera División estaba comenzando y pasar de Nueva Chicago a un Colón que prometía pelear títulos o al menos la clasificación a una Copa, era un progreso deportivo. Él ya estaba más allá del bien y del mal, disfrutando de sus últimos años de fútbol. Me llevaba más de diez años, pero no sé qué habrá visto en mí que me abrió las puertas a relacionarnos casi como pares. Cuando se enteró que íbamos a vivir a un par de cuadras de distancia, en pleno centro de Santa Fe, me dijo que si alguna vez necesitaba algo lo llamara. En esa época recién se empezaban a popularizar los teléfonos celulares. Él ya tenía uno bueno, pero no se mandaba la parte.

De tanto en tanto, lo veía sentado en el café de la esquina de casa y me sentaba con él, si me invitaba, para charlar un rato. Surgido de las inferiores de Unión había jugado en varios equipos grandes de la Argentina. Primero en River, a comienzos de los 90, bajo la dirección técnica de Passarella. Luego, tras un breve paso por Colón (muy recordado por su pelea con Maradona) recaló, justamente, en Boca por solicitud expresa de Carlos Salvador Bilardo y luego llegó a Independiente por sugerencia de Cesar Luis Menotti. Claramente, a mediados del 2002, no sólo era un jugador de Colón, era una figura importante en la ciudad.

En el café, cuando se soltaba, era interesantísimo (especialmente para alguien que recién empezaba su carrera deportiva), sentarse a escucharlo hablar de fútbol y de cómo él interpretaba que sus decisiones le habían condicionado la carrera. Entre anécdota y anécdota, la gente interrumpía para saludarlo o pedirle algo. Amaba jugar al fútbol, lo vivía con mucha energía y se mostraba orgulloso de sus éxitos.

Pero a todo futbolista le llega el momento en que su historia pierde vigencia y que queda en el recuerdo profundo de la gente. Después de aquel año compartido, nos cruzamos poco. Dos o tres veces máximo. La última vez fue hace como seis años. Ya no lucía igual. Estaba apagado. En líneas generales, los futbolistas cuando son niños no se sueñan entrenadores de fútbol, se sueñan futbolistas. Luego, ser entrenador es la forma más cercana de seguir vinculado a la pelota cuando ya no te contratan más para jugar pero no es lo mismo. La vida del entrenador es distinta de la del jugador y no necesariamente haber sido exitosos en una faceta te habilita en la otra. Como entrenador, el Huevo no llegó a ser lo que fue como jugador. Su carácter noble pero exigente y rígido no creo que lo ayudara con estas nuevas camadas de jugadores. Es una hipótesis. Tal vez otro esté en mejores condiciones para interpretarlo.

“Empowering the health of retired professional footballers: the systematic development of an After Career Consultation and its feasibility” es una revisión publicada en el BMJ Sport Exercise Medicine de diciembre, donde Gouttebarge, Goedhart y Kerkhoffs cuentan el trabajo realizado por la World Players Union (FIFPro) en Holanda con futbolistas retirados. Se trabaja sobre cinco dimensiones principales: el desentrenamiento, las patologías osteoarticulares, la promoción de un estilo de vida saludable, la prevención de problemas de salud mental y cognitiva, y las posibilidades de empleo y educación. En la Argentina, no existe nada parecido.

Las cinco dimensiones vitales que trabajan los holandeses en su programa de asistencia al ex jugador estaban afectadas en Julio César "Huevo" Toresani, aquel tipo lleno de energía que conocí como jugador, que tomó hoy la decisión de quitarse la vida. Se suicidó en la habitación donde vivía, dentro del predio de la Liga Santafecina de Fútbol: en un techo prestado por las autoridades de la federación porque no tenía donde dormir. Cuentan que hacía rato que no la venía pasando bien en lo familiar, en lo psicológico, en lo laboral y en lo económico. No aguantó más.

¿Es posible que veinte años después de haber salido campeón y de haber jugado en los mejores equipos de Argentina un ex futbolista se suicide viviendo sólo en la miseria absoluta? ¿Qué nivel de padecimiento hay detrás para llegar a ese punto y tomar semejante decisión? ¿No podemos hacer algo para registrar estas situaciones y acompañar de manera institucional? ¿Qué hacemos en las etapas formativas para evitar que los futbolistas de hoy no sean los Toresani de mañana? Adiós, Huevo. Lamento, sinceramente, no haberme enterado antes.