viernes 19 de abril del 2024

Liverpool y una final cruzada por las matemáticas

Las ciencias exactas juegan su partido y Klopp las utiliza para analizar a su equipo. Sin embargo, en el fútbol reinan los imponderables.

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A mediados de 2015 Jürgen Klopp se despidió del Borussia Dortmund luego de siete años ininterrumpidos de éxitos. Un par de meses antes, cuando el equipo iba último en la tabla de posiciones de la Bundesliga, había anunciado su salida anticipadamente. No creía que estuviesen jugando mal ni que ciclo estuviese agotado pero, a diferencia de los años anteriores, los resultados no se daban e intuyó que la institución precisaba un cambio.

Consumada su salida, comenzaron a golpearle la puerta algunos de los equipos grandes de Europa y a los tres meses ya tenía nuevo proyecto. Su llegada a Anfield era un crecimiento. Otro país. Otra liga. Otro nivel de competitividad y repercusión. A finales de 2015, Jürgen iba familiarizándose con la institución, sus jugadores y también los colaboradores del staff permanente del club, entre ellos Ian Graham.

Computadora en mano, Graham se presentó en la oficina de su jefe a mostrarle su trabajo. Formó parte del grupo que fundó “Decision Technology”, una empresa con sede en Londres que desde comienzo de siglo venía confeccionando modelos estadísticos predictivos sobre partidos y jugadores, lo que le abrió la puerta del Liverpool FC.

Graham nunca jugó al fútbol profesionalmente, tampoco tuvo “vestuario”: como se le dice coloquialmente en la Argentina a la capacidad de interactuar con futbolistas. Su formación, muy alejada de lo que se hace en un campo de juego, se destaca por el recorrido académico: un doctorado en física teórica en la Universidad de Cambridge. Más de uno estará pensando: ¿Qué méritos habrá tenido un físico para formar parte del staff permanente de uno de los finalistas de la Champions League? En la Argentina sería considerado un freak y el 99,99% de los amantes del fútbol lo ubicarían en las antípodas de la formación que uno esperaría para trabajar en fútbol.

Curiosamente, Graham no es el único freak que trabaja en el “Melwood Training Ground” en West Derby (Liverpool). Tim Waskett, un inglés que estudió astrofísica; Dafydd Steele, un galés que fue campeón juvenil de ajedrez antes de posgraduarse en matemáticas; y Will Spearman, un texano egresado de Harvard con expertise en física cuántica, lo acompañan en la oficina de Data analysis.

En la primera charla entre el nuevo entrenador y el Head Analyst, allá por finales de 2015, el tema no fue el Liverpool FC, sino el Borussia Dortumund. Ian, con la finalidad de mostrar su trabajo, había recopilado todas las variables de la última temporada del equipo comandado por el germano y las había procesado bajo su modelo estadístico descriptivo. En un momento, la charla alcanzó un nivel de profundidad, en el análisis de los datos y la precisión en la descripción de los partidos, que Jürgen se entusiasmó ante quien supuso que era un fan de la Bundesliga. Imagínese la sorpresa al dimensionar que el analista había sacado conclusiones, solo sopesando rendimiento de variables y resultados dentro de su modelo, pero sin haber visto ni un solo partido de la temporada.

El fútbol es un deporte donde la suerte tiene cierta injerencia, lo que genera un grado considerable de imprevisibilidad. Los futbolistas dejamos de ser héroes y pasamos a ser villanos dependiendo de si la pelota pega en el palo y entra o si pega en el palo y sale.

Pasó hace dieciocho años pero aún tengo fresco en mi memoria su vuelo rasante en dirección al travesaño en el último minuto de una semifinal por el ascenso a Primera entre Quilmes y Nueva Chicago. Si la jugada terminaba en gol, quedábamos eliminados. Llovía mucho en el Estadio Centenario. Agustín Alayes me ganó la espalda y remató. La pelota, después de dar en el travesaño, subió y subió hasta dar en el alambrado. El alma me volvió al cuerpo. Quilmes fue a jugar la promoción y con Chicago ascendimos a Primera (después vencer en la final a Instituto). Tengo claro que si la pelota en lugar de subir bajaba me hubiese cambiado la vida. Si no volvía a Primera en esa temporada, no sé cuánto más hubiese jugado al fútbol. Seguramente, me hubiese dedicado a la medicina. Todo por una pelota. Una jugada. Un momento.

En este mundo repleto de imponderables, que es el fútbol, hay infinidad de variables posibles de ser estudiadas y clasificadas. Variables que pueden mejoran enormemente las posibilidades de ganar pero no garantizan un resultado. Liverpool es un equipo pionero en cuanto al uso de la minería de datos en el fútbol. Su relación con los números duros precede a Klopp y se remonta a 2010, cuando el equipo pasó a pertenecer a un nuevo dueño: el grupo New England Sports Ventures (NESV), también propietario del equipo de béisbol Boston Red Sox. “Moneyball” es una película de lectura recomendada para quien quiera entretenerse y, a su vez, comprender cómo y dónde se fortaleció inicialmente el vínculo entre las ciencias exactas y el deporte.

En Anfield, el análisis de datos duros forma parte crucial de la toma de decisiones. No hay jugador ni entrenador que llegue sin haber sido scouteado. Naby Keita fue una de las revolucionarias incorporaciones que se sustentaron en este modelo. Sus estadísticas dentro del modelo matemático eran sobresalientes pudiendo alcanzar, en un mismo encuentro y de manera simultánea, registros de recuperación y distancias compatibles con un mediocampista defensivo y registros de ataque y asistencias compatibles con un jugador más ofensivo. Keita es un ejemplo, por motivos similares llegaron el resto de los jugadores, desde el arquero Allison y el zaguero Van Dijk hasta los reconocidos Sadio Mané y Mohamed Salah.

El sábado 1 de junio, en el estadio Wanda Metropolitano de Madrid, se definirá la Champions League 2019. En los números, enfrentando al Tottenham Hotspur, las estadísticas muestran al Liverpool como favorito: tiene más variantes, su plantel duplica en valor al de su rival y ha tenido mejores prestaciones y resultados durante toda la temporada. Sin embargo, lo que nos moviliza no está en la cabeza, está en el corazón. Por eso, a pesar de contar con más herramientas a medir y cuantificar, nos siguen enamorando por sus imponderables. Así es el fútbol, entre todos los deportes, el menos exacto.