Fernando Aguerre, un icóno en la cultura del surf. Foto: Gentileza
Surf

El nuevo desafío del padre del surf olímpico: construir un barrio surfero y sustentable en su lugar en el mundo

Fernando Aguerre vivió 35 años en California pero volvió a Mar del Plata y encontró en Chapadmalal su lugar en el mundo. Quiere compartir un lugar especial con quienes busquen una calidad de vida distinta. La historia y los detalles.

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lunes 09 de diciembre de 2024 | 06:04

“Lo que hice toda mi vida fue crear comunidades y ésta es la última creación…”. Parado al lado de unos de los pinos de su nuevo barrio, que el paisajista Carlos Thays le dijo que “tienen olor a mar, a agua salada”, Fernando Aguerre reflexiona sobre su nuevo desafío en la vida.

Y hace una comparación con los otros que enfrentó, desde aquel primer torneo de surf que organizó hace 46 años. Pero este marplatense no se detiene, aunque ya haya cumplido los 66. No importa que haya creado una marca a nivel mundial (Reef), que haya logrado lo imposible, como era meter a su amado deporte en los Juegos Olímpico… Su esencia es hacer. Y por eso, feliz, sigue.

Era 1999 cuando una mañana iban a surfear con su hermano Santiago, desde Mar del Plata a Miramar, por la ruta interbalnearia N° 11, cuando vieron que alguien de una inmobiliaria estaba subiendo un cartel de “se vende” a un campo. Justo era el bosque que habían visto crecer de chicos. Pararon, hablaron y a la vuelta terminaron señando el terreno, 100 hectáreas en el extremo norte de Chapadmalal.

“Como fue con el surf olímpico, todos me dijeron que estaba loco, que con ese dinero me compraba una manzana en el barrio Los Troncos en Mar del Plata. Era una zona a la que pocos iban… No había nada ahí, pero eso era lo que nos atraía. Siempre buscamos el paraíso en otros lugares, como puede ser Hawai, Tahití o California, pero aquel día me di cuenta que estaba acá, en Chapa”, recuerda hoy.

De a poco ahí se construyeron sus casas de vacaciones, para visitar en sus viajes anuales desde su California adoptiva.  Unos años después, Fernando decidió afincarse nuevamente en su amada Mar del Plata, luego de 35 años, yendo y viniendo. Y fue durante la pandemia cuando le cayó una ficha.

“Todos me decían ‘qué suerte tenés de pasarla en un lugar así, déjame poner una casa rodante, vendeme un lote’ y ahí me apareció la visión, de poder compartirlo con otra gente que tuviera los mismos gustos, valores, estilo de vida… El mar, el campo, cerca de Mar del Plata. De chicos, pasábamos bastante tiempo en un campo que mi padre tenía en Rausch y quería repetir ese estilo de vida, pero ahora cerca de las olas”, cuenta.

Así arrancó la idea de armar un nuevo barrio, distinto, con otra impronta, que llamaría, como no podía ser de otra manera, Olas de Chapadmalal. Armó un grupo de especialistas, incluyendo al ingeniero Juan Pablo Linares, la arquitecta Victoria Salas, el urbanista Pedro Pesci y el paisajista Carlos Thays, para empezar a trabajar con “algunas intenciones que teníamos claras y no era negociables, que se apoyaban en no construir arrasando sino pidiendo permiso a la naturaleza. El bosque en esa tierra fue plantado en 1948 por la familia Bemberg, un total de 6000 árboles, más los otros 6.000 que plantamos nosotros. Un campo no había tenido nunca ganadería ni agricultura, por lo que nunca estuvo en contacto con agroquímicos. Tierra sana. El plan fue y es preservar eso, su tierra y vegetación, y ahí poder armar una nueva comunidad, al lado del mar, entre árboles, con lotes amplios, para poder vivir otra vida, despertando con el cantar de los pájaros y con el ruido de las olas golpeando el barranco de Chapa… La idea es que, acá, florezcan también los vínculos familiares que un poco se están perdiendo en las grandes ciudades”, explica Aguerre.

Se trata de un proyecto ambicioso, en un lugar que tiene un lago, un arroyo y humedales. También una huerta comunitaria, con plantas comestibles, aromáticas y hasta medicinales. Una idea que ya prendió en propietarios, “El otro día me llamó uno que empezó con palta y ahora sigue con moras”, revela Fernando, a quien se ve tan emocionado con este proyecto como en aquel, que pareció una remada interminable, el lograr que el COI aceptara que el surf fuera olímpico.

En total son 350 lotes, cada uno de 1.500 cuadrados, que comercializa la Inmobiliaria Robles. Una pequeña ciudad con calles que hasta llevan nombres hawaianos. Tiene esa impronta, claro. Si detrás está uno de los personajes clave de la historia del surf mundial.

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