miércoles 24 de abril del 2024

La generación que mira desde arriba

Por títulos, por nivel sostenido, por tratarse de un deporte masivo, la Selección argentina es la mejor de la historia contando todos los deportes.

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Cuando Julio Lamas se sentó en una de las sillas del escenario salteño y escuchó la pregunta de un periodista que quería saber sobre el compromiso de la Selección en esa etapa inicial de la preparación, dudó. Así que se tomó un segundo, se sirvió agua y agarró el micrófono. “Mirá –arrancó el DT la conferencia de prensa–, acá yo entreno con jugadores de 35 años que tienen la energía y el hambre de chicos de 25. Jugadores que habiendo hecho cosas increíbles en su vida deportiva, trabajan para mejorar y seguir dándole cosas al equipo. Los días se me pasan rápido. Es tan enorgullecedor lo que pasa con este grupo... Para mí el seleccionado de básquet es el mejor equipo de todos los tiempos del deporte argentino”. Todos quedaron en silencio. Sorprendidos por la declaración. Pero Lamas no se inmutó. Sabía que no había exagerado ni una palabra.

Julio fue el gestor de la Generación Dorada, el responsable de darle cabida a un grupo de jugadores que, ya de jovencitos, desesperaban por asumir el compromiso que evadían las generaciones anteriores, tan llenas de internas y egoísmos. Julio sólo les dio la oportunidad, allá por finales de los 90, el resto lo completaron ellos. Hace más de diez años que la Selección conmueve al pueblo. Han pasado jugadores, entrenadores y dirigentes pero la base fundacional concretó su máximo anhelo: transmitir una conducta. No hay otro caso así en la historia deportiva del país. Las comparaciones no están a la altura: ni Las Leonas, ni la Legión argentina de tenis, ni el equipo de vóley que se distinguió en los 80, ni Los Pumas pueden considerarse a la altura de la GD. De fútbol ni se habla. El despegue del básquet argentino, sostenido en el tiempo, convirtió en referencia mundial a su seleccionado en una de las disciplinas con mayor cantidad de países potencia (sobre todo luego del disolución de la URSS y Yugoslavia). El pequeño dilema de ser contemporáneos a este equipo impide poner en dimensión el contexto, los triunfos sobre los NBA estadounidenses en 2002 y 2004, el subcampeonato de Indianápolis, el oro de Atenas, el bronce de Beijing y esta nueva semifinal.

Historias mínimas. Emanuel Ginóbili debía renovar con San Antonio pero la negociación estaba dura. Corría el año 2009. Le dijeron que si no renunciaba para siempre a representar a su país, todo se complicaría. Manu no sólo no renunció, sino que les comentó en esa misma reunión que jugaría el Preolímpico de Mar del Plata y los Juegos de Londres. Y cumplió. Igual le renovaron y lo volverán a hacer esta temporada. Carlos Delfino no sabía si reír o llorar el día que le dieron fecha para el nacimiento de sus mellizos: su mujer daría a luz en plena preparación olímpica. La historia se complicó cuando Martina, su señora, le tiró al pasar que otros jugadores, en igual situación, renunciaban a la Selección. “Yo voy a estar el día que nazcan, despreocupate… Pero al otro me voy. No me pierdo este torneo ni loco”, le contestó. Y ahí anda por la Villa de Londres, aún averiado y sin contrato. Andrés Nocioni lloró el día que los Sixers lo bajaron del Mundial de Turquía. Pablo Prigioni, lesionado y todo, ignoró los pedidos de la dirigencia del Real Madrid y se tomó un avión desesperado para jugar el Premundial de Puerto Rico 2009. Llegó un día antes del debut. Leo Gutiérrez le explicó a su esposa que, si lo quería ver feliz, lo dejara disfrutar de la Selección. Ahora ella lo obliga a ir a todos los torneos. Luis Scola va, incluso, más allá: participa desde hace años del armado de giras. Y llega al día en que comienza cada preparación con ritmo de trabajo. Sacrifica sus vacaciones desde hace siete años. Como éstas, hay mil historias. La mística de este equipo nace de sus propios protagonistas. Aunque su origen sea imperceptible, la mística está ahí, justificada desde los actos. De ella se realimenta esta secta.

El valor de los valores. Lo que engrandece aun más a la Generación Dorada es el hecho de que ha contagiado nuevas actitudes en todos los estamentos de la disciplina. La dirigencia se profesionalizó y el cuerpo técnico supo ponerse a la altura cuando Lamas convocó a Sergio Hernández para trabajar con él (Oveja ya había hecho lo propio en 2008, cuando estuvo a cargo). Es un plantel que purifica a partir de sus valores. Y lo practica desde hace más de una década. Escribió Alejandro Dolina: “Uno juega mejor con sus amigos. Ellos serán generosos, lo ayudarán, lo comprenderán, lo alentarán y lo perdonarán. Un equipo de hombres que se respetan y se quieren es invencible. Y si no lo es, más vale compartir la derrota con amigos, que la victoria con los extraños indeseables”. De eso se trata, más o menos, la historia de este grupo.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil