viernes 29 de marzo del 2024

Historias negras del arbitraje

Sobre el final del torneo crecen las dudas sobre la honestidad de los hombres de negro. La influencia de los dirigentes y el rol de Julio Grondona.

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El fútbol argentino podría ser una obra de teatro. Una en la que los protagonistas pueden cambiar de roles, pero el director resiste el paso del tiempo. Todo pasa, pasa el tiempo. Las escenas se encadenan y las tramas se cargan de tensión a medida que el campeonato avanza. Las suspicacias aumentan cuando los intereses más grandes puedan verse afectados. El sainete es posible los fines de semana con asistencia de público pasional, que aspira al triunfo. Pero a veces los partidos arrancan antes. Detrás de bambalinas, la pelota corre antes del pitazo inicial.

Escena I. San Lorenzo está a punto de irse al descenso. Carlos Abdo, que ganó las elecciones sin estructura política propia, ve complots por todos lados; su barco se hunde. Como capitán busca un salvavidas. No le importa sumergirse en la humillación de llamar al presidente saliente que tanto criticó:

—Rafael, me tenés que ayudar. Si San Lorenzo se va a la B, nos vamos los dos.

Savino decodifica el mensaje y teje un encuentro tripartito para sumar a su amigo, el director de la obra.

En la calle Viamonte, Grondona recibe a los hombres de San Lorenzo. Con la mano le indica a Savino que se siente a su lado. Abdo mira; le queda libre la silla más alejada al presidente de AFA. Savino entiende que el que se tiene que sentar más cerca es el que manda en San Lorenzo y no él. Grondona lo corrige:

—Para mí, el presidente seguís siendo vos.

Cada uno en su lugar, respetando el guión, se ponen de acuerdo.

El final de la escena es previsible y no tiene mayor intriga que una Promoción. San Lorenzo se salva del descenso.

Escena II. Los actores se ponen de acuerdo para hacer el “trencito o carrito”, según la jerga dirigencial. El concepto es al revés que el de los mosqueteros: todos contra uno. Los principales responsables de los clubes juntan voluntades para hacerle el vacío al que, probablemente, termine en el descenso. La letra a veces tiene la anuencia del director de obra. Aunque no siempre el que más manda está al tanto del juego perverso. La dinámica puede cambiar y algún vagón descarrilar. Acaso el reclamo desbordado de Daniel Passarella en la AFA por el arbitraje de Patricio Loustau en un Superclásico no fue gratis para River. Nadie lo rescató. El hombre que pateó el hormiguero pidió la cabeza de Grondona y desacreditó a los otros 19 presidentes. Consecuencia directa: River descarriló a la Promoción.

“Julio siempre quiere el mal menor”, aclara un allegado a la AFA. Con el equipo de Núñez caminando sobre el abismo, a Passarella se le concedió la elección de los árbitros para la doble definición ante Belgrano. Néstor Pitana y Sergio Pezzotta fueron digitados desde el Monumental. El blindaje no alcanzó: River descendió en su propio estadio y Pezzotta obvió un claro penal de Chiqui Pérez a Leandro Caruso. Todo puede pasar.

El peso. Hay quienes comentan en AFA que el papel de Guillermo Marconi, secretario general del Sadra, es inadmisible. Sin embargo, asumen que Grondona no lo cuestiona porque tiene códigos. El pacto sagrado viene de aquella huelga de 1989 llevada a cabo por la Asociación Argentina de Arbitros que Grondona gambeteó gracias a las huestes de Marconi. Cuestión de siglas, en aquel momento desde la AAA se expidieron contra la AFA: “Recurrió al Sadra, flamante gremio del interior, y a su interlocutor, Marconi, para romper la huelga”.

Marconi volvió a la escena central en estos días. Confeso hincha de Independiente, en su casa se reunieron Javier Cantero y Miguel Brindisi. En la sede inédita, el presidente del Rojo decidió contratar a Brindisi como entrenador.

Cuando la cancha se embarró, Aníbal Fernández alzó la voz: “A nosotros no nos van a tomar de pelotudos”. Quilmes había sido perjudicado en el partido ante Estudiantes, pero el senador/presidente del equipo del Sur apuntaba al affaire señalado. Ofendido, Marconi tomó una decisión: que los árbitros de su gremio no dirigieran a Independiente. Sobre los jueces de los rivales directos del Rojo en la disputa por no descender, no dijo nada.

En la AFA hacen equilibrio. Aníbal Fernández recorrió los pasillos con su espeso bigote y una sentencia: que con los demás hagan lo que quieran, pero que no se metan con él.

Jorge Miadosqui, mientras, declaró la semana pasada bajo emoción futbolera violenta. A minutos de terminado el encuentro entre Rafaela y San Martín, disparó en Fox Sports: “Ya nos mandaron a la B”.

Siga, siga. Grondona es el jefe. Manda. Dice. Decide. Sabe. Sugiere. Obliga. También, es el presidente del Colegio de Arbitros. Debajo del señor de los anillos está Francisco Lamolina, el que se supone decide sobre las cuestiones arbitrales. Entre los dos concensúan quiénes determinarán los fallos en los partidos. Para esta fecha, por ejemplo, la mitad de los jueces fue elegida a dedo, sin sorteo: Carlos Maglio (San Martín-Argentinos), Germán Delfino (Lanús-Independiente), Diego Abal (Newell’s-Godoy Cruz), Pezzotta (San Lorenzo-Boca) y Pitana (River-All Boys). El resto fue resuelto por bolillero, entre duplas o ternas.

“La camada nueva es más confiable”, remarca en off un dirigente de un club de Primera. Sin dar precisiones, compara: “Los árbitros más viejos tienen más manejo si te quieren perjudicar”. El gremio bajo sospecha juega sin hinchada. Pero ante la inminencia de la definición del torneo, los actores secundarios cobran protagonismo. La histeria se acrecienta por Independiente, el grande que este año tiene los pies metidos en el barro. Por ahora, el Rojo está en zona de descenso. En tanto, Quilmes y San Martín vigilan a los que tienen que vigilar. Para que no pase todo. De todo.

(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario Perfil.