jueves 18 de abril del 2024

Barcelona, un imperio que tambalea

Por Germán Del Pozzo | Por primera vez en muchos años, el Barça se volvió un equipo vulnerable y Messi ya no es el genio impredecible. Las razones del declive.

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El Barcelona se degeneró a la vista de todos. Fue un declive gradual aunque evidente, como la decadencia de una estrella de teatro que envejece en los escenarios. Hasta la temporada pasada, las actuaciones de un equipo insípido podían ser rescatadas por un rayo de inspiración de Lionel Messi, un ataque de furia de Luis Suárez o una ocurrencia de Neymar. Este año, Barcelona parece ser una fruta que está a punto de caerse del árbol, y el rosarino, una isla a punto de ser golpeada por un tsunami. Esta versión terrenal de Messi, similar a aquella que con la camiseta del seleccionado argentino transmitía más dudas que certezas, es la que vendrá a Montevideo el próximo 31 de agosto a jugarse el pellejo contra Uruguay.

Neymar se adelantó a la erosión del Barcelona. No eligió irse a París porque sí. Olfateó algo. Sabía que el proyecto de La Masía, el pozo petrolero que alimentó al mejor equipo del mundo durante una década, estaba agotándose. En ese hundimiento de sus divisiones inferiores, Barcelona no importó jugadores con la clase suficiente como para mantener los altos estándares de calidad. Esa postura desató el alboroto.

La culpa, como titula el periodista británico Simon Kuper en un artículo publicado en la revista Orsai, es de Johan Cruyff. El holandés revolucionó la institución. La llenó de sentido con una cantera bestial, un laboratorio construido para crear futbolistas perfectos: jóvenes inquietos en el campo de juego, dotados de técnica, capaces de pasarse la pelota con la precisión de un químico. El proyecto Cruyff fue exitoso. La panacea sucedió en 2008, cuando Pep Guardiola, un discípulo de esa escuela, orquestó a un grupo de elegidos.

Barcelona fabricó un equipo que jamás se repetirá: una serie única de jugadores que coincidieron en un plantel inmortal. El club se encontró con que en sus tierras habían florecido Andrés Iniesta, Carles Puyol, Gerard Piqué, Víctor Valdés, Xavi Hernández, Sergio Busquets, Francesc Fábregas, todos integrantes del seleccionado español campeón del mundo en Sudáfrica 2010. Y había surgido, también, el mejor de todos: Lionel Messi.

Creyeron, entonces, lo que Steve Jobs creía de Apple: que no precisaban nada de afuera porque eran autosuficientes. Las incorporaciones, a lo sumo, servían para tapar algún bache. Sin embargo, en los últimos años la falta de juveniles prometedores y la ausencia de refuerzos de jerarquía provocaron la caída del imperio.

El mundo la vio durante la última serie de la Supercopa de España, cuando el Real Madrid lo mutiló como una manada de leones que despedaza a un ciervo herido. A pesar de la catástrofe futbolística, Barcelona como club no está agotado: lo que está en discusión es el paradigma La Masía. ¿Era acaso una fábrica perfecta o es en realidad una buena cantera que tuvo la fortuna de engendrar a un conjunto de jugadores magníficos que encajaron en el mismo tiempo y espacio?

Aquel Barcelona de frac involucionó en tres etapas hasta caer en el estado de confusión que atraviesa durante estos días. Primero fue un sistema impecable en el que cada pieza trabajaba en una especie de fordismo del fútbol donde Messi era el único capaz de salirse de la línea de producción y romper el esquema. Cuando el funcionamiento integral comenzó a fallar, Barcelona mutó en un equipo dependiente de la lucidez de sus tres bestias, de su tridente de ataque: Suárez, Neymar y Messi. Barcelona siempre depende de Messi. Pero Messi no puede en soledad, y en esta última etapa solamente lo acompaña Suárez. El resto del equipo es olvidable: donde antes bailaba Neymar, ahora pasea Gerard Deulofeu, un futbolista sin las credenciales para llenar el vacío que dejó el brasileño; donde brillaban Xavi, Fábregas o Thiago Alcántara, ahora deambulan Sergi Roberto, un producto de La Masía interesante aunque sin el linaje de sus antecesores, o André Gomes, un chico que de momento no demostró nada; donde Puyol se hacía Tarzán ahora se ubica Samuel Umtiti; en la mitad de la cancha sigue Andrés Iniesta, aunque diez años mayor; y al surco que hizo Dani Alves en la derecha de la cancha de tanto pasar al ataque para asociarse con Messi le crecieron yuyos desde que Aleix Vidal intenta ser el lateral en ese sector. El argentino carga con la obligación de resolver en solitario. Y ese desamparo lo tiene triste.

Mientras Messi continúa parado sobre tierras que empiezan a sacudirse, Jorge Sampaoli trabaja en Ezeiza como un intelectual que planea una nueva revolución. De las ideas de Cruyff, el técnico del combinado nacional toma lo esencial: quiere recrear el sistema que transformó a Messi en el mejor futbolista del siglo. En ese sistema, Messi es el sol. El casildense recorrió Europa para llevar ese mensaje: para contarles a todos los futbolistas que, si quieren viajar a Rusia, van a tener que darle la pelota al diez. Y acobijarlo bien para que entonces se sienta capaz de volar y apabullar a Uruguay y a Venezuela.

(*) Esta nota fue publicada en el Diario PERFIL.