sábado 20 de abril del 2024

Superclásico: de devaluado a histórico

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Suele ser dificultoso contextualizar históricamente un hecho que acaba de ocurrir. Pero, a partir de varias razones, no es aventurado decir que el Superclásico que ganó River podrá inscribirse como una de esas historias inolvidables por los tiempos de los tiempos.

Por empezar, porque pese a la patética puesta en escena que montó la dirigencia de Boca tratando de esconder lo inevitable, una vez más, una victoria contundente de River expuso al técnico de Boca a irse tras un Superclásico. Al igual que como había pasado con Brindisi en el Apertura 2004, y en el marco de una situación que la dirigencia xeneize se había propuesto que nunca más volviera a suceder, River le echó el técnico a Boca. Al margen de que, en efecto y tal como señalamos en la columna anterior, Borghi se había ido antes de que empezara el partido. Pero a la hora de la gastada, el hincha de River podrá esgrimirlo como argumento.

Pongan música porque la danza de nombres nos acompañará hasta fin de año. Obviando formalismos que en este fútbol caníbal han quedado en desuso, los dirigentes de Boca tienen en mente todos entrenadores con trabajo. A pesar de que suenan y sonarán Blas Giunta, Ricardo Gareca o Gustavo Alfaro,  los principales candidatos siguen siendo Julio Falcioni y Miguel Russo. Ambos aunque no lo digan públicamente están absolutamente dispuestos a dejar sus lugares en Banfield y Racing, respectivamente para aventurarse en las tentaciones del Mundo Boca.

En la previa del partido observamos que el trámite del juego dependería como pocas veces de un solo hombre: Juan Román Riquelme. De lo que hiciera o de lo que no pudiera hacer dependería mucho el resultado. Tan así fue que Riquelme no jugó. Deambuló, lesionado, por la mitad de cancha, abusivamente minimizado por el doble cinco conformado por Acevedo y el gran Matías Almeyda. Inevitablemente y obviando su lesión este clásico quedará en la memoria del hincha millonario como el del  “día que Riquelme se c…”. Aunque diste mucho de ser cierto. La crueldad incomparable de la burla futbolera así lo dispone y no está mal.

River jugó un buen partido, con actuaciones individuales que fueron de muy buenas a correctas, sin excepción. Apostó, pese a los eufemismos discursivos del Negro J.J.López en la conferencia post-partido, a la línea de tres en el fondo, soltó a Ferrari al medio y sumando gente en la franja central, desde la presión, empezó a ganar el partido en el aspecto táctico y estratégico. Además de anular a Riquelme, los mediocampistas presionaban a todos los receptores de Boca y generaban salidas rápidas hacia el arco de García (como impusiera el Passarella entrenador en los ’90 con su “contraataque ofensivo”). Lo inolvidable, igualmente, más que la buena actuación de River será la paupérrima actuación de Boca, y vale la pena aclarar que la correcta acepción de paupérrima es precisamente: la peor de todas. Difícilmente, Boca pueda volver a jugar tan mal. Sin patrón de juego, sin respuestas individuales y llamativamente entregado desde lo anímico. Boca, contrariamente a lo que dice su historia, se entregó sin luchar, sin tirar un solo tiro. En este caso ni un tiro al arco, o casi. En el aspecto mental, en la convicción de lo que se busca, River lo goleó.

Puede agregarse otra razón para sostener lo de partido histórico: el gol, el único gol del partido lo marcó no sólo un defensor que no tenía ni un gol en Primera, sino que lo hizo y lo gritó, como corresponde, un ex Boca. Y no sólo un ex Boca sino que un jugador con la marca bostera en el orillo. Porque cuando llegó Maidana era mirado con recelo no sólo por su pasado xeneize sino también por su estilo, bien a lo Boca. No hay antecedentes, al menos en los últimos veinticinco años, de que el único gol del Superclásico lo haya hecho uno que cambió de camiseta.

Otro aspecto que hará inolvidable a esta versión del clásico más importante de Sudámerica es el de las tribunas. Los hinchas de Boca llegaron al Monumental con camisetas que mostraban un fantasma del descenso y hasta jugaban con la palabra “Riber”. Increíblemente, el espaldarazo más grande para empezar a soñar con olvidarse de la lucha por la permanencia parece habérselo dado, a este golpeado River, nada más y nada menos que su archienemigo.  Boca, presuntamente el principal interesado en ver a River en el descenso le tiró el centro, para que River cabeceé, casi como en el gol de Maidana. Curiosa burla del destino o inconsciente deseo de no perder la fiesta inigualable del mejor partido del planeta fútbol.

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