martes 16 de abril del 2024

Un clasicismo de morondanga

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“El mundo cambia, nosotros no. Ahí está la ironía que finalmente nos mata.” Antonio Banderas como Armanden ‘Entrevista con el vampiro’ (1994), dirigida por Neil Jordan.

En algún momento, alguien debe haber pensado que sería verdaderamente genial llamarlo “superclásico”, así como en los puestitos callejeros los viejos sanguchitos con salchicha y mostaza pasaban a ser “superpanchos”. Genios del marketing.

Boca o River, el país dividido en dos. Siempre es más sencillo pensar un mundo binario, dicotómico, partido en mitades, como en la cancha, cada una con su izquierda y su derecha. Así entiende la vida Maradona, por ejemplo. Los míos, los de enfrente y en el medio, nada. Blanco o negro. Amigos o enemigos. Unitarios o federales. Civilización o barbarie. Liberación o dependencia. Occidente o terrorismo. Patria o antipatria. Mmm… Ojalá fuese tan fácil, muchachos.

A ver. ¿Qué o quiénes chocan simbólicamente en este clásico? ¿Pobres contra ricos? Y... no. Ya no. Sobre todo después de esa extraña parábola iniciada en los noventa, cuando Mauricio Macri, nuestro Berlusconi cool, impuso su exitoso proyecto hegemónico, celebrado hasta el hartazgo por las sudorosas masas bosteras.

Para colmo, River amagó con ser su contracara y resultó un desastre. José María Aguilar, un robusto abogado de buenos modos y discurso progre, terminó sus días como presidente refugiado en los protectores brazos de Grondona, premiado con un puestito en la FIFA. “¡En la cancha yo los veía a Matute, Sandro y Chupete con las banderas, y para mí eran San Martín, Belgrano y Sarmiento!”, reconoció alguna vez con inocultable candor. Quizá por eso, la barra brava fue tan omnipresente durante su gestión. Iban, venían, cerraban negocios a los tiros, liquidaban gente… Hace días circuló una foto suya donde se lo veía tan escasez de kilos, como River de puntos para el promedio. En fin. Interesante paradoja sobre abundancia y escasez, compatriotas.

No hay caso. Es tan desangelado este choque entre el sitiado Falcioni y el pragmático López, que ni siquiera lo salvan las chicanas por la amenaza de Promoción que sufre River ni los rumores de nuevos odios cruzados en el vestuario boquense. Es lo que hay. Poco. El juego de ambos no enamora a nadie y tampoco sorprendió el enésimo ataque de malhumor de Buonanotte, que esta vez ni fue convocado.

Mariano Closs, extraordinario relator y periodista de curiosas reflexiones, trató de ponerle algo de picante a la cosa y criticó con impiedad al pobre Cellay en su programa de radio. Indignado porque una vez más se quedaba afuera por lesión, puso en duda su aptitud profesional y de paso se cargó un siglo de conquistas laborales y legislación desde los mártires de Chicago hasta hoy, comparándolo con un automóvil con fallas de fábrica, o algo así. Glup. Pragmático, precapitalista, más espartano que eficientista, para Closs el jugador cosificado (la máquina) debería ser reemplazado, o al menos debería devolver el monto de su salario como compensación a la empresa (el club), algo que ya hizo un culposo Riquelme después de su problemita de rodilla.

Caramba. Ignoro si algún nuevo partido político tendrá pensado agregar alguna de estas simpáticas propuestas a su plataforma, pero por las dudas reforzaré el cuidado de los cuatro dedos que uso para teclear esta columna. ¡De otra forma, PERFIL me reclamará una fortuna y no podré cambiar el auto en 2012! Horror. Me portaré bien, no me enfermaré nunca, rendiré a pleno y, sobre todo, no escribiré pelotudeces. Lo juro.

Gran parte de la prensa es injusta con River, quizá porque J.J. López es invendible como personaje. Su equipo no será brillante, pero sí sólido y con dos virtuosos: el arquero y Lamela. Con eso le alcanza para ser mejor que este Boca insulso que, además de sus eternos conflictos de convivencia, soporta una generación de dirigentes infalibles a la hora del error. Gente capaz de renovarle el contrato a Riquelme y salir a buscar al último técnico del mundo que lo pondría en su equipo. ¡Genial! Amontonan campeones y después los acusan de flojos si no ganan. ¡Capos! Dicen que el balance económico les cerró muy bien. Bravo. Pero para llegarle a los talones a Vélez todavía les falta bastante.

Eso. ¿Por qué hablo tanto de este Boca-River de morondanga si el tema acá es Vélez? El jueves, por la Copa y sin Silva, jugó a ser un Barcelona de Liniers, sin referencia de área pero con cuatro talentos deslumbrantes: Burrito Martínez, David Ramírez, Ricky Alvarez y Maxi Moralez. No le salió tan bien, es cierto, pero igual metieron tres, están ahí de las semis y siguen punteros en el Clausura. ¿Algo más?

Sus dirigentes hace años que son un ejemplo. Mantienen un plantel de excelentes profesionales dirigido por un técnico serio y de bajo perfil; venden bien, compran mejor y no dejan que su proyecto tambalee ante el primer mal resultado. Son un país posible, compatriotas. Quizá por eso no aparecen tanto en los medios. No venden.

Los ningunean, es verdad. Los embroman porque son pocos; previsibles, demasiado ordenados, medio aburridos, bien de barrio, orgullosos, tan ganadores los tipos, malditos sean.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil

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