jueves 28 de marzo del 2024

La hipocresía gana por goleada

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El 2 de octubre de 1932, Quilmes venció a Independiente por 3-1, y las reiteradas faltas sobre los delanteros rojos Luis Ravaschino y Manuel Seoane provocaron que los hábiles y talentosos jugadores quedaran en inferioridad de condiciones. La defensa cervecera, liderada por el uruguayo Adolfo Rodríguez, golpeó demasiado a Ravaschino, que no pudo jugar las seis fechas finales ni tampoco el partido de desempate en el que River se coronó campeón por primera vez en la era profesional.

Las sospechas se confirmaron cuando varios testigos observaron a dos jugadores quilmeños cobrando un dinero en la sede riverplatense. En aquel momento –hace exactamente 80 años- tomó estado público el primer caso de incentivación. En su Historia del Profesionalismo, el investigador Pablo Ramírez señala que “hay constancias de protagonistas del partido, en cuanto a que River premió a los jugadores de Quilmes por vencer a Independiente”.

Casi un siglo después y con la incentivación penada por el Reglamento de Transgresiones y Penas de la AFA, un jugador uruguayo que desconoce nuestra historia reveló que Patronato había sido incentivado por River Plate. El cuadro entrerriano le ganó 1-0 a Rosario Central y con ese éxito benefició a un tercero, el equipo de Almeyda. El mediocampista Daniel Pereira lo expresó en una radio de Paraná, y armó tal revuelo que cuatro horas más tarde decidió negar lo que había dicho, expresando –como siempre sucede- que lo habían malinterpretado.

Enseguida se corrió el telón y aparecieron los actores menos inocentes de esta historia: los compañeros de Pereira negaron todo, y el presidente de Patronato explicó que ellos habían prometido un premio doble por ganarle a Central desmintiendo a su propio vicepresidente, que había negado la existencia de tal recompensa minutos antes. Los dirigentes de River se ofendieron y prometieron ir a la Justicia para exigir una retractación: tardaron poco y nada, mucho menos que cuando se les pidió desde la Fiscalía de Saavedra que colaboraran para esclarecer el crimen del joven Saucedo, asesinado en las propias tribunas del Monumental.

Varios medios de comunicación, aquellos mismos que plantean sin escrúpulos que “tal equipo espera un llamado telefónico de Cachito” o que titulan alegremente “Mengano dice que aun no le llegó la valija con la plata para derrotar a Zultano F.C.” elaboraron críticas a la situación sin advertir su complicidad, su colaboración inestimable con semejante situación. La bola de nieve no paró hasta hoy y en realidad, todos imaginamos cómo terminará esta historia.

No pasará nada. No habrá sanciones para nadie como marca la reglamentación porque Pereira negará haber dicho lo que dijo. Todo se reducirá a un error del periodista que lo entrevistó. La incentivación, algo que ha sido moneda corriente desde hace 80 años, nunca existió. El silencio cuasi mafioso que envuelve a dirigentes, entrenadores y jugadores se rompe muy pocas veces porque hay algún estómago resfríado que lo cuenta. Generalmente, es de episodios anteriores, lo hacen casi como para demostrar que las sospechas tienen fundamentos y no para aclarar nada.

En el medio de todo, hinchas y periodistas somos los estúpidos de esta historia. Están los necios que dicen a los cuatro vientos que las irregularidades nunca ocurrieron, que faltan pruebas, que hay que ir a la Justicia y bla, bla, bla. Están los descreídos que dudan de todo lo que sucede en el fútbol argentino porque tienen elementos aislados de sobra, pero les faltan pruebas concretas. Estamos, la mayoría, los que consideramos que ni todo está podrido ni todo es tan sano como para creernos que nada sucede.

¿La credibilidad de los jugadores? Cada vez menos. Son estrellas fugaces en cada equipo, no consiguen establecerse en ningún club y por lo tanto escasean las figuras y los ídolos. Los planteles cambian tanto como mudan de ropa las actrices famosas. Así, es más fácil engañar el fanatismo y el amor apasionado y muchas veces irracional de la gente. Los hinchas, con tanta hipocresía y doble discurso, terminan amando los colores, el nombre del club y poco más. Ya ni los jugadores son dignos de confianza plena. Es que nadie puede tirar la primera piedra.