martes 23 de abril del 2024

Boca, dirigido por Hitchcock

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“Y esto nos conduce al ‘suspense’, que es el medio más poderoso de mantener la atención del espectador. Ya sea el ‘suspense’ de situación o el que incita al espectador a preguntarse: ¿y ahora qué sucederá?”. Alfred Hitchcock (1899-1980), en charla con François Truffaut; “El cine según Hitchcock” (1966).

Mezcla de Gentle Giant –así se llamaba una banda inglesa de los años setenta que adoro– y gánster de novela negra, Falcioni pone la cara y habla. Larga la frase frente a los periodistas sin el mínimo pudor, como si realmente fuese cierta: “Román tiene las puertas abiertas. El es el ídolo máximo del club. Lo de él fue una decisión personal. Coincido con el presidente. Todos los días lo estamos esperando”.

Increíble, ¿verdad? Sólo faltaba la voz temblorosa de Troilo recitando: “Alguien dijo una vez que me fui del barrio. ¿Cuándo? ¡Pero cuándo! Si yo siempre estoy llegando…”. Un poeta, don Julio.

Daniel Angelici, Rey del Bingo, ex tesorero antirriquelmeano y hoy presidente de Defensores de Macri, fue aún más lejos. “Estoy dolido con la decisión de Román. Tenemos muy buena relación y yo tenía la ilusión de que se retirara en Boca, como él quería. Hay que creerle cuando dice que se quedó vacío, sin más que dar. Intenté convencerlo. No pude”.

Conmovedor. Pero: ¿dirán la verdad estos dos? Mmm…

Kaspar Hauser lo sabría. Werner Herzog nos explica cómo en el guión de El enigma de Kaspar Hauser, filmada en 1974, que cuenta la historia del adolescente que, en estado salvaje, fue encontrado en las calles de Nuremberg en 1828, después de haber permanecido aislado y encerrado en una torre desde su nacimiento, sin que nadie descubriera el misterio de su origen ni el motivo de semejante castigo.

—Kaspar, si estuvieras en un cruce y llegara un viajero, ¿cómo sabrías si llega del pueblo de los mentirosos o del pueblo de los que dicen la verdad?

—Le preguntaría si es una rana verde. Si contesta que sí, es un embustero.

Nadie le preguntó a Falcioni ni a Angelici por ranas verdes. Lo único que importa ahora, claro, es saber cómo terminará la apasionante novela del Enganche Melancólico, tan llena de amores incondicionales, desengaños, traiciones, odios e infinita incomprensión.

Como viene sucediendo después de su fallido paso por el Barcelona –allí Van Gaal, otro duro a lo Falcioni pero algo más sofisticado en sus esquemas, lo recibió en 2002 con una frase lapidaria: “Le aclaro que yo no lo pedí”–, por alguna razón el mundo insiste en ignorar su genio. Salvo por el modesto pero generoso Villarreal –que sí invirtió en él y le armó un equipo a su medida que jugó de manera brillante y quedó sólo a un paso de la final dela Champions League2006–, nadie que no sea Boca se animó a romper el chanchito y comprarlo. Ni siquiera en Brasil, donde Conca y Montillo son Gardel y Le Pera. ¡Oh, Johnny, la gente está muy loca...!

Ya cerrado el libro de pases deLa Mecabrasileña, Román no parece dispuesto a romper el corazón de sus fans luciendo otros colores. Ni en Tigre –aunque le quede cerca y sea casi hincha– ni en Central, donde lo esperaba Miguel Russo, un ex. ¿Y entonces?

Parece que hay arreglo. ¿Qué? ¿Vuelve? No. Ni ahí.

Daniel Bolotnicoff, su apoderado, acordó con los dirigentes del club dejar el contrato riquélmico en estado de hibernación. Congelado. Riquelme cobrará unos dinerillos que le deben –alrededor de 1.500.000 dólares cuyo color aún no fue identificado con exactitud– y se asegurará otros 500 mil con un partido de despedida, esas superproducciones del Hollywood futbolero donde todos nos emocionamos y comentamos lo redondas que se ven las viejas glorias. Ni afuera, ni adentro: en su casa. Jugando picaditos, tomando mates con amigos, esas cosas.

Por esa gentileza –que igual no impedirá que en cuanto el equipo no gane la gente les caiga encima a las dos ranas verdes con su nuevo grito de guerra: “¡Riiiiqueeelme...!”–, el club no le exigirá la cláusula de rescisión –2.500.000 dólares, más o menos– que según el contrato debería pagar cualquiera de las partes que decida la interrupción unilateral del vínculo. Porque acá no hay un corte. Hay, digamos, una licencia sin goce de sueldo. El contrato queda… en suspenso.

Pues de eso se trata, muchachos. Françoise Truffaut –que en 1955, en París, se cayó en un estanque de agua helada junto a Claude Chabrol intentando entrevistar a Alfred Hitchcock para Les Cahiers du Cinéma– logró hablar durante cincuenta horas con el maestro del “suspense” diez años después y convirtió esa charla en un libro indispensable para cinéfilos. Allí Hitchcock, involuntariamente, nos describe el caso Riquelme.

“La diferencia entre la sorpresa y el ‘suspense’ es sencilla, pero en los filmes suele ser confundida. Nosotros estamos hablando, acaso hay una bomba debajo de esta mesa y nuestra charla es anodina, intrascendente. Y de pronto, boom. Explosión. El público queda sorprendido después de una escena que no decía nada. Bien, examinemos ahora el ‘suspense’. La bomba está debajo de la mesa y el público lo sabe, quizá porque ha visto quién la ha puesto. Sabe que estallará a la una y es la una menos cuarto (hay un reloj en el decorado). La conversación aburrida de pronto se vuelve interesante porque el público ya participa de la escena. Quiere decirles a los personajes: ‘¡Deberían dejar de hablar tonterías: hay una bomba debajo de esa mesa y pronto estallará!’. En el primer caso, con la explosión, se le ofreció al público quince segundos de sorpresa. En el segundo, quince minutos de puro ‘suspense’. ¿Le queda claro?”.

Dos sillas. Una mesa. Un reloj. Imaginemos a Falcioni y Angelici hablando. Tranquilos por ahora, acaso liberados, sin apuro. Debajo de la mesa, tic, tic, tic, tic, queda la bomba Riquelme, activada.

(…)

Wow.

No vayan a pedirme ahora que les cuente el final.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil