jueves 18 de abril del 2024

El incendio y las vísperas

442

“Cuando estalla una guerra, la gente piensa: ‘Esto no puede durar, es demasiado estúpido’. Y sin duda una guerra es estúpida, pero eso no impide que dure. La estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si no pensara siempre en sí mismo”, Albert Camus (1913-1960); de “La peste” (1947), Capítulo 1.

Racing descendió luego de perder –en una paradoja de perturbadora simetría que le hubiese encantado a Borges– frente al Racing cordobés, 4 a 3 y en su propio estadio, el 18 de diciembre de 1983. La gente lloraba, o descargaba su furia destrozando las plateas de cemento y arrojándolas hacia la cancha. Los jugadores corrieron hacia el túnel, pero la lluvia de piedras no paró. Volaban hacia ninguna parte, algunas caían en el foso; otras, escaleras abajo. Hubo corridas y la montada repartió palazos. Lo de siempre. Pero una imagen quedó grabada en mi mente para siempre: la de un policía que, por descuido, quedó rodeado de hinchas, en un codo. Después de siete años de dictadura militar, ver a un uniformado recibiendo una paliza de un grupo de civiles que, de paso, le quitaban su palo de goma y la gorra, era algo increíble. Como ver cómo la infantería rompía su formación y huía, perseguida por la gente. El mundo al revés para alguien que había crecido en un país donde los uniformados eran los que mandaban, los dueños de la vida y de la muerte. La cancha quedó destrozada pero la cosa no pasó a mayores. Es más; cuatro días más tarde, el 22, Independiente cumplió el sueño perfecto de cualquier hincha: celebró un título dando la vuelta olímpica en su estadio mientras despedía con ironía al vecino que se iba a la B. No hubo incidentes. Sólo fiesta de un lado y lágrimas del otro. Estuve ahí. Fui a llorar. Los hinchas de Racing somos así; de la melancolía nace nuestra fuerza.

¿Qué sucedería hoy ante un escenario similar: Racing celebrando un título con Independiente descendido? Prefiero no imaginarlo. Sería una masacre. Quizá los harían jugar a puertas cerradas, en una ciudad sitiada. O nunca.

¿Qué sucedió en los últimos treinta años como para que el fútbol, en tanto espejo de la sociedad, haya mutado en esta guerra idiota, en esta barbarie? Buena pregunta. Habría que hacer foco en la década del 90 y en su industria más exitosa: la de crear marginalidad.

Pero mejor volvamos al fútbol, hoy amenazado por un monstruo que alguien creó, seguro de poder controlarlo. Error. Las barras, con dinero e impunidad, son inmanejables. El poder, que las usa y nunca las combatió con seriedad, pacta con ellas.

Mucho antes del polémico partido con Quilmes, Racing empezó ganándole a Argentinos, 2 a 0, y a San Martín, en San Juan, 3 a 0. Entre ambos partidos, perdió el clásico con Independiente 2 a 0, jugando como para hacerles un favorcito. Sin esos resultados, hoy Independiente estaría out. Que Cantero denuncie que los jugadores de Racing recibieron dinero para “ir para atrás”, en Quilmes suena más ridículo que irresponsable. En tanto dirigente y gente de bien, no debería hablar como un hincha de paraavalancha, por más que la angustia lo desgarre. Hay límites. Se equivocó, feo.

Esos jugadores sabían que si ganaban estarían obligados a entrenar lejos de Avellaneda, a no salir de sus casas, a preocuparse por la seguridad de sus familias. Fueron apretados groseramente mientras su dirigencia miraba hacia otro lado. Son humanos. Jugaron con miedo. Tanto, que hicieron muy mal lo que otros resuelven como expertos, y ni nos enteramos.

Cantero llegó con la frescura de quien no pertenece al sistema, y el sistema, poco a poco, lo fue devorando. Trajo a Gallego y no le fue bien, como con los refuerzos.

Desesperado, pactó con la barra y disparó las internas en su propio gobierno. Parece sufrir la patología de los que sienten un descenso como algo de vida o muerte; como una humillación intolerable. Terminemos con eso. Hablamos de un juego. Este país descendió, pero de verdad, en 2001. A no olvidarlo.

Bochini –como Alonso– tiene un don: fue un genio en la cancha y, ya retirado, da cátedra en el difícil arte de decir lo menos conveniente en el momento más inoportuno. Es infalible echándoles nafta a los incendios. Sin piedad con el hombre que movió cielo y tierra para que la calle del estadio llevara su nombre, dijo: “De adentro puedo dar todo, pero nunca me escuchan. Muchos dirigentes son contadores y de fútbol no entienden nada”. Facundo Moyano, fiel al estilo familiar, fue con los tapones de punta: “Cantero nos manda a la B”, canibalizó. Gaudio, previsible, siente el descenso “inminente”. Y Tontote, o como llamen al barra con careta de Frankenstein, prepara su revancha y está listo para reaparecer, triunfal, en el peor momento –más allá de que lo sufra mucho, poquito o nada– liderando el caos. Si vuelve, será una batalla perdida. Para todos.

Independiente la tiene difícil, pero no está descendido, pese al pesimismo general. Todavía falta y muchas cosas pueden suceder. Eso mismo escribí antes de que Caruso lograra algo que –nobleza obliga– creí imposible: logró serenarse, mentalizó a sus chicos y, perdido por perdido, le jugó un partido perfecto al River de Ramón.

Patética resultó la novelita de los cambios en la programación, acomodando la inevitable catástrofe post descenso al horario menos riesgoso, como si se tratara de un fenómeno natural. Como el Gregorio Samsa kafkiano, un día nos despertamos convertidos en un monstruoso insecto, y en esa cáscara informe nos resignamos a vivir. La enfermedad se hace carne, parece.

Eso sí es tocar fondo y no jugar el Nacional B, como lo han hecho River, Central, Gimnasia, Huracán; o hace años, San Lorenzo y Racing. Todos clubes con historia que cayeron y supieron cómo levantarse; gigantes, como Independiente, que no necesitan del vano consuelo de la infalibilidad para ser locamente amados.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil

En esta Nota