miércoles 24 de abril del 2024

El fútbol y la muerte, ante la incomprensión humana

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La muerte de Christian Chucho Benítez exhibe de manera violenta e insospechada la vertiginosa carrera del futbolista. Una vida de altibajos, plagada de beneficios, expuesta a riesgos y donde las sorpresas se transforman en una constante. En pocos años, los jugadores viven situaciones que otras personas difícilmente puedan experimentar: ligadas a la fama, el dinero, el poder y las obligaciones, que derivan de su reconocimiento deportivo. Elegir en dónde, por cuánto y de qué forma, es menester de cada futbolista y de su entorno.

Conocí al Chucho cuando él daba sus primeros pasos como profesional en El Nacional y ya pintaba para crack por potencia y resolución. Un par de años después emigró a México donde con el tiempo se transformó en ídolo: primero saliendo campeón con el Santos Laguna (en el Clausura 2008) y después (previo fugaz paso por el Birmingham City de Inglaterra) con el América. Al club azteca llegó para llenar el hueco dejado por Salvador Cabañas y lo cumplió con creces: fue el goleador de los últimos tres torneos mexicanos.

El 26 de mayo se coronó campeón, por tercera vez, con el América y pese a la solicitud del entrenador, a la mejora en la propuesta económica por parte del club y a la competitividad con vistas a prepararse para la Copa del Mundo Brasil 2014. Esa fue la última vez que vistió su camiseta. A comienzos de este mes, consumó su traspaso al Al-Jaish SC de Qatar por 15 millones de dólares en tres temporadas.

Pero Christian Benítez ni siquiera alcanzó a disputar un partido completo con su nuevo club: apenas jugó el segundo tiempo del encuentro del domingo pasado, cuando su equipo venció al club Qatar (2 a 0) y se clasificó a las semifinales de la Sheikh Jassim CUP.

Liseth Chalá, su viuda, detalló las últimas horas del Chucho, tras el partido, en una entrevista a ESPN desde Doha (Qatar). Alrededor de las 20.30 empezó a sufrir dolores abdominales en el hotel donde se hospedaban y decidieron concurrir al hospital. Allí le dieron algunos sedantes y lo mandaron de vuelta al hotel. El dolor volvió al poco tiempo y de manera más intensa. Regresaron al hospital y estuvieron más de dos horas esperando, sin recibir atención médica. Benítez ya no soportaba el dolor. Después de sufrir mucho, según relata su mujer: “Se dio cuenta que podía morir, se despidió de mí y me encargó que cuidara mucho a los niños”. Momentos más tarde, comenzó con convulsiones y sufrió un paro cardiorespiratorio, que terminó con su vida.

Lo increíble de esta historia es que la muerte de Benítez fue producto de una afección tratable y que no requería de un procedimiento médico de alta complejidad. El Chucho murió por una peritonitis, una infección del peritoneo (la capa que recubre las vísceras) que al no ser diagnosticada ni tratada de la manera adecuada derivó en una septicemia (infección general).

Pero lo que mató a Benítez no fue solamente la septicemia, a Benítez también lo mató la incomprensión. La incomprensión humana que permite que en la noche de un domingo, al otro lado del mundo, en una sala de hospital, un joven y reconocido futbolista muera sin poderse hacer entender, sin encontrar atención médica adecuada, sin compañía del club que lo requirió, sin que importar el contrato millonario que acababa de firmar y dejando sin consuelo, y en soledad, a su mujer y a sus dos hijos.