miércoles 24 de abril del 2024

Madrid, Madrid, Madrid

Contrastes entre un Real Madrid imperial y copero y un Atlético de Madrid tragicómico y adorable. La historia, en primera persona, de un enamoramiento desquiciado. El recuerdo del Cholo.

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“Madrid, corazón de España, late con pulsos de fiebre.

Si ayer la sangre hervía, hoy con más calor le hierve.

Ya nunca podrá dormirse, porque si Madrid se duerme,

querrá despertarse un día y el alba no vendrá a verle.”

Rafael Alberti (1902-1999);de su poema “Romance de la defensa de Madrid”.

“¡Venga, hombre”, dicen en Madrid cuando algo los entusiasma. “¡Vamos!”, decimos nosotros cuando nos pasa lo mismo y claro, yo fui, impulsado por la certera patada en los glúteos que me dio el país en 2001; diciembre trágico, la increíble semana de los cinco presidentes y Racing campeón; el sonido de las cacerolas, los puños golpeando la puerta de los bancos, la sangre en las calles; esa manía tan argentina de estirar la cuerda hasta llegar al límite, superarlo y explotar, para después volver a empezar y repetir la historia, cíclicamente; príncipes y mendigos de un mundo impiadoso que insiste en ignorar nuestro genio.

En un exceso de argentinismo, me fui a vivir a la calle del Pensamiento, entre Bravo Murillo e Infanta Mercedes, no muy lejos del Bernabéu. Allí vi al pobre Nacho González atajar un penal y comerse siete jugando para Las Palmas. Cinco goles de Morientes, de cabeza; cuatro centros de Figo y otro del 4, Miñambres, desde la derecha y hacia el corazón del área. Mala tarde para el lateral zurdo y para Ballesteros, el central, una heladera amarilla que las veía pasar, todas.

Era 2002, el año del Centenario, y el Madrid había estrenado su imponente himno cantado por Plácido Domingo. Escucharlo mientras la atlética nube blanca trotaba sobre el manto verde, daba escalofríos. “¡Hala, Madrid!; juegas en verso; que sepa el universo, cómo juega el Madrid…”, decía la letra. Wow. ¡El universo, que ya no el mundo! En ese club nadie anda con chiquitas.

Y encima, Zidane. Una tarde lo vi controlar un cambio de frente de 40 metros, bombeado, de derecha a izquierda. La durmió en su empeine diestro, estético, delicado, como si recogiera a un bebé. El estadio se asombró. “¡Ooohhh…!”. Una sutileza celebrada con un suspiro, ochenta mil almas vibrando por simpatía, como las cuerdas de la guitarra de Yepes. “¡Pataaa Negraaa…!”, le gritó Manolo Lamas, que entonces relataba para la Cadena Ser, cuando la clavó de volea contra el Leverkusen de Ballack y le dio la Novena al Madrid en el Hampden Park, de Glasgow. Fui a los festejos de Cibeles, obvio, después de hartarme de comer Jabugo. Los vi eufóricos, tan imperiales. Exigían la Liga, la Intercontinental, un triplete, copas, todo. Mmm… Demasiado para un hincha de Racing.

Y entonces, descubrí al Aleti. Un club insólito, tragicómico, adorable, hecho a la medida de mi melancolía académica. Fue por un aviso de televisión. Plano del edificio Metrópolis, en Gran Vía y Alcalá; la cámara que desciende hasta rozar el asfalto; vuela una alcantarilla y se dispara un balón plateado; dos manos que se aferran y, poco a poco, se asoma una cabeza desde la sombra del hueco. Y una frase: “Ya estamos aquí”. Era el Mono Burgos, que atajaba en el Atlético de Madrid recién ascendido luego de pasar dos años en el infierno de la Segunda. Irresistible. Los empecé a seguir, mientras veía, absorto, cómo el gordo Ronaldo tocaba dos pelotas por partido y metía tres goles.

En 2003 tocó su Centenario. Y también tuvieron su himno, compuesto por Sabina. Otro estilo. Otra letra: “Qué manera de sufrir, qué manera de palmar, qué manera de vencer, qué manera de vivir, qué manera de subir y bajar de las nubes, ¡qué viva mi Atletiiii… de Madrid!”. “Esos tipos están locos, ¡parecen de Racing!”, pensé. Y ahí sí, me enamoré perdidamente de ese club desquiciado, conmovedor.

El Madrid lo tiene de hijo, desde hace décadas. Y si hablamos de títulos, la comparación es cruel. Pero la ciudad está más dividida de lo que uno podría imaginar si repasa los números. Los forofos del Aleti son muchísimos. Y disfrutan de su amor insensato por los colores, de esa identificación suicida que nada pide y todo lo da.

El primero que me habló sobre el Cholo Simeone en Madrid fue un taxista del Aleti que vivía del recuerdo del doblete Copa-Liga en 1996. “Vuestro Cholo sí que tenía dos cojones para jugar al fúbol”, se admiraba. Al 2003 volvió y lo vi en el Calderón, con menos despliegue, refugiado atrás, como central. La gente lo adoraba y pensé: “Tarde o temprano, va a dirigir aquí”. Su momento llegó en 2012, después de dejar subcampeón a Racing. Y en año y medio fue Europa League, Supercopa de Europa y Copa del Rey. Y, este año, puntero en la Liga y con la final de Champions por jugar. Milagros del cholismo, la nueva fe que profesa la mitad de Madrid.

La peña está que se sale. El derby del barrio es duelo top en el mundo. Lisboa recibirá a la Casa Blanca con el eterno Casillas, el deslumbrante Cristiano Ronaldo, Bale –que no vale tanto, pero vale mucho–, Di María, Benzema, el villano Pepe, Sergio Ramos; un plantel donde sobra más que lo que falta. Y Ancelotti, un técnico que, en dos partidos, terminó con la maldición del Barça y de Pep, su mentor. Deberían ganar con la camiseta. Pero…

Enfrente tendrán a los temibles Los 12 del Patíbulo en versión Cholo Simeone, con el cuchillo entre los dientes. Courtois en el arco, Miranda y Godín atrás; Koke en el medio, David Villa… y los de la guía. Con Diego Costa, ese brasileño al que nadie tenía muy en cuenta y terminó citado para la selección de España.

Fui hincha de los dos y de Madrid, la ciudad a la que siempre quiero volver. ¿Quién quiero que gane? La razón, la lógica, no duda: será del Madrid. Pero el corazón –y el eterno blues que comparten con mi Racing– desea que sea para el Aleti, el viejo pupas. Para que los vecinos pobres festejen en Neptuno, sin poder creer que están allí; con nada, con todo, a puro cholismo, más allá del cielo, de los galácticos y tal.

Quién diría. Madrid, mi querida Madrid; Madrid entera, en la cima del mundo.

(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario Perfil.