viernes 29 de marzo del 2024

Los que por la boca mueren

De los dichos de D'Onofrio, Gallardo, el Panadero Napolitano, Arruabarrena, Angelici y Osvaldo. A falta de fútbol, esta semana jugaron las palabras.

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“Aquellos que salieron temprano aún no llegaron… y no saben que no están yendo. ¡Oh, yeah! Aquellos que pierden guerras por los pelos. Aquellos que dicen: aquí está todo mal. Aquellos que dicen: ¡sonrían todos ahora! ¡Oh, yeah, oh, yeah!”. “Pasqualino Settebellezze” (1975), de Lina Wertmüller (1928); escena inicial: blues, con un fondo de imágenes de la guerra.

Hoy se juega el clásico de Avellaneda, la ciudad donde nací. Ojalá Racing, mi club, se descuelgue del travesaño donde pasó la mayor parte del partido que perdió con Guaraní en Asunción y, ya en el Coliseo, intente el milagro de acertar dos o tres pases seguidos en el medio, ese inquietante vacío que separa sus dos puntos fuertes: defensa y ataque. ¿Buen fútbol? No espero semejante exotismo. Pero seguro veremos fantasmitas de la B por aire y tierra, ataúdes, coronas, oiremos una marcha fúnebre, esas tonterías que, por alguna razón, divierten tanto a tantos.

Aunque los vecinos no han sido amables durante décadas, lo más conveniente sería eludir los excesos, sobre todo con tanto mono con navaja suelto. El mensaje de paz que los futbolistas les dedicaron a sus hinchas fue más sorprendente que conmovedor. Si falla ese último ruego, sonamos, muchachos. Y seguiremos vivos de milagro.

River jugó la Copa como si hubiese olvidado toda su carga de tensión, deseo y placer en la triste noche de La Boca. La selfie donde el plantel posó sonriente y con los dedos en ve –dos eliminaciones seguidas, la revancha por la manito abierta del 5-0 estival– fue lo último que hizo con entusiasmo y armonía. Frente a un Cruzeiro opaco, y de local, se lo vio desangelado, sin alma, sin poder evitar la resaca que le dejó esa batalla ganada entre sustancias y palabras tóxicas.

A Gallardo no le gustó nada. Ni la bromita innecesaria ni el juego errático de los suyos. Su equipo ya no es el que supo ser, pero él sigue siendo el mismo. Un técnico reflexivo, prudente, sereno; que no se mareó en las buenas ni perdió su eje en medio del caos o la derrota. Parece un estudiante recién recibido pero demostró ser un gran profesional. De lo mejor, entre tanta porquería.

A falta de fútbol, esta semana jugaron las palabras. Algunas, dichas en un estado de grave excitación psicomotriz, como las que D’Onofrio, a minutos del incidente, le dedicó a un Arruabarrena indignado. “Perdón, pero yo hablo con los dueños del circo, no con los monos”, dijo. Caramba, don Rodolfo… Le sugiero que lo vea en su análisis.

Otras palabras fueron liberadas por el incontrolable inconsciente. Decir una cosa por otra. Juego que Borges consagraría a la metáfora y los freudianos, al lapsus: la expresión involuntaria de lo reprimido, lo oculto.

Lo sufrió Randazzo con su frase del “proyecto manco”. Oh, no. Más allá de simpatías o antipatías, estoy seguro de que el pobre Florencio jamás hubiese elegido una chicana de tan mal gusto para dedicarle a Scioli, a quien había imitado con timidez citando algunos hits de su arsenal de frases hechas. Más difícil de justificar –pese a las disculpas de Forster– fueron las carcajadas de los miembros de Carta Abierta, su público. Paradojas de la psicología de masas. Que si así afecta a intelectuales brillantes, imaginen los estragos que puede provocar en el precario cerebro de un barra. Uf.

Un caso testigo, digamos, es el de Adrián Napolitano, alias “Panadero”. El gran irritador. En su mensaje al país, se mostró apichonado, mintiendo con mesura. “Lo hice sin darme cuenta, no creí que iba a pasar tanto. Soy un laburante, no sé qué hacer, tengo miedo”. Hasta ahí un bobo, un inimputable. Hasta que al final, desbarrancó: “Pensé que no había cámaras”, dijo, súbitamente sincero. Ah, los trucos del inconsciente…

“No es un barra, es un boludo”, lo definió el colega Brancatelli, algo generoso con otras bestias del tablón. “Es un Carlitos”, lo degradó Arruabarrena, que debe estar más al tanto que nosotros del estatus gerencial de La 12. Ni tanto ni tan poco. Es obvio que Napolitano tiene contactos políticos en Boca y hace lo suyo para unos u otros, más allá de ser un “patsy”, como se definió Oswald antes de la bala de Jack Ruby. Un perejil mandado por alguien que, obvio, ya no lo conoce ni lo conoció nunca. Todos vimos esa película.

Daniel Osvaldo, el Johnny Depp de Cinecittà, frustrado por quedarse sin el papel estelar que vino a buscar, le dedicó un furioso tuit a la Conmebol. “Me robaron cinco gordos de traje en un escritorio: ¡mafiosos!”. Horas después, arrepentido o advertido de una posible sanción, pidió disculpas: “Nunca tuve intención de dañar, injuriar ni menospreciar a nadie”, aclaró con humildad franciscana. Menos mal. Lo que debe ser este muchacho cuando se enoja, ¿no? Agarrate Catalina.

Angelici, virgen desde la escuálida Copa Argentina con Falcioni, necesitaba títulos con desesperación en un año doblemente electoral: en su club y en el país, donde es operador judicial del PRO. Era ahora o nunca, así que rompió el chanchito y le armó a Arruabarrena un plantel de Hollywood para apuntar a la triple corona. Era perfecto. Lo arruinó un Carlitos; que no es Tevez, precisamente.

Avergonzado, primero dijo que aceptaría cualquier sanción. Pero una vez conocida la sentencia habló de injusticia, de puntos que deben ganarse en la cancha y de una sofisticada operación política en su contra. ¿Contradicción? Nah. Pragmatismo criollo. Un sutil reacomodamiento del discurso. Nada, si se lo compara con virtuosos del looping como Carrió, Bullrich o De Narváez. Así se pelea el poder en estas pampas de crisis: sin pudor ni temor al archivo. A lo bestia.

Arruabarrena, un muchacho afable, sorprendió con una metralla de frases incendiarias. Habló de valores, rivales que sacaron ventaja, tácticas mezquinas. Una pena.

Bla, bla, bla. Discurso tribunero, un guiño o el saludito de siempre para los de siempre; otra versión del cabeceo de Orion, ese villano omnipresente.

(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.

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