viernes 29 de marzo del 2024

Funes Mori, el memorioso

La consagración de River, en clave borgeana. Un texto para leer, guardar y volver a emocionarse.

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Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales.

Tengo recuerdos parciales, aunque no podríamos hablar de un caso de “memoria selectiva”, porque no solo evoco los buenos momentos; las jornadas ruinosas también me vienen a la cabeza, me asaltan súbitamente, como un rayo o un cuchillo clavado por la espalda, sin posibilidad de defensa alguna. El grito del Beto el día de la pelota naranja contra Boca, la comba del petiso Montenegro que el Loco Gatti mira absorto, la tarde que Castrilli nos echó a cuatro y caímos 5-0 con Newell’s, la chilena del Enzo ante Polonia, el zigzag del Mencho contra Estudiantes, el nucazo de Guerra, la vaselina de Rojas, el largo gol de Chilavert a Burgos, las gambetas del Burrito, la “gallinita” de Tevez, la noche mágica de Crespo frente al América colombiano, la mano de Adalberto Román en la ida de la Promoción ante Belgrano…

Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entresueños.

Tenía apenas 10 años, pero lo recuerdo bien. Funes, el cronométrico. El que siempre llegaba a tiempo, a pesar de su físico robusto, casi pesado. ¿Cómo hacía para mover aquella osamenta con tanta presteza? Juan Gilberto se desplazaba por el verde césped como un caballo salvaje, aplastando defensores rumbo al arco, que casi siempre era el del triunfo. Búfalo le decían al puntano Funes, elogio que parece afrenta, pero que lejos estaba de serlo.

Lo recuerdo aquel 22 de octubre de 1986, en Cali, Colombia. Final de Copa Libertadores, el gran anhelo. Funes recibiendo de espaldas, girando hacia su izquierda, rematando de derecha para abrir la senda del triunfo ante el América.

Lo recuerdo también una semana más tarde, en el Monumental, en Buenos Aires. Funes recibiendo de espaldas, girando hacia su derecha, rematando de zurda para abrir otra vez la senda del triunfo ante el América. De América éramos reyes, por primera vez.

La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando…

Funes, aquel precursor de los superhombres, murió un 11 de enero de 1992 por un problema cardíaco (tenía corazón de búfalo dentro de un limitado cuerpo humano). Ese mismo año, en la localidad santafesina de Tostado, nacía Lucas Alario. Un año antes, en Mendoza, había llegado al mundo Ramiro Funes Mori, junto a su hermano mellizo Rogelio. Carlitos Sánchez era apenas un gurí de 8 años que sufría el abandono de su papá mientras su mamá Nelly lo llevaba a su primer club de fútbol: Nueva Juventud.

Alario, Sánchez y Funes Mori son memoriosos, aunque quizás no lo sepan del todo. Sus goles tienen memoria porque recuerdan gestas anteriores, porque traen al presente al Búfalo, al Beto, al Enzo, al Burrito, a Crespo, a un joven Marcelo Gallardo, nada más y nada menos. Ese cabezazo de Ramiro que pone el 3-0 y ensancha la senda del triunfo ante Tigres en la noche lluviosa del Monumental, cierra el círculo de una extraña manera. Funes Mori recuerda a Funes, aunque suene disparatado.

Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa.

Diecinueve años había vivido como quien sueña. Un 5 de agosto de 2015 el sueño de la tercera Copa Libertadores finalmente se cumplió. Y el presente se volvió rico y nítido, casi intolerable.

*En itálica, fragmentos de “Funes, el memorioso”, de Jorge Luis Borges.

** Especial para 442