jueves 28 de marzo del 2024

Estaría vivo, dice Frankenstein

El dinero resucitó a un fútbol agónico, con clubes al borde del abismo. De todas formas, no deja de ser un cuerpo inerte, desmembrado, cosido a las apuradas.

442

—Vamos Spleen, ¡tú te fuiste!

—No. Ellos me abandonaron.

—¿El United? ¿El más grande? ¿Tenemos 300 millones de fans y te abandonamos a ti?

—Sí.

—¡Limpio mi trasero con tu casaca del FC United! Se puede cambiar de mujer, de partido político o religión, pero nunca, nunca de equipo.

—Somos pequeños pero, ¿sabes qué?(besa su escudo) ¡No tenemos ningún maldito dirigente que nos venda por treinta monedas!

De “Looking for Eric” (2009), dirigida por Ken Loach. Hinchas del Manchester United discuten con un disidente de los Red Rebels que, furiosos con la venta del club, en 2005 fundaron el FC United.

Acá las ideas no abundan y el dinero, menos. Pero una inyección de efectivo, en este tiempo de escasez, puede revivir cualquier causa perdida. Por la plata baila el mono y unos cuantos más. El agonizante fútbol jamás muere en el país de los milagros exprés. Cuando todo estaba perdido, aparecieron los cheques y los que jamás se sentarían en la mesa del otro celebraron, juntos, en la cubierta del Titanic.

¿Qué cambió? Nada. Los clubes siguen vivos de milagro, Los jugadores desconfían de su propio sindicato y los dirigentes que prometen austeridad saben que aquí nada es para siempre.

Todo es precario, salvo el sólido clima de indefensión que se instaló para que todos los caminos conduzcan al Santo Turner, el nuevo dueño que convertirá el fútbol nativo en un espectáculo comme il faut. Organizado, prolijo, caro; darwiniano en la certeza de que, por más historia que exhiban en sus vitrinas, no habrá lugar para clubes que no sean marca, productos rentables, convocantes. Dura lex.

Marcos Peña nos anotició de que –¡oh sorpresa!– la Comisión Nosecuántodora, atendiendo el ruego de los dirigentes ricos con tristeza, les pidió “rescindir el contrato de Fútbol para Todos, decisión que será respetada por el gobierno nacional”. ¡Bingo! Y antes que oscurezca, aclaró: “Habrá que llegar a un punto de consenso para que los argentinos no se vean privados de ver fútbol”. Un tierno. ¡Cómo no creerle!

Nuestro fútbol es un cuerpo inerte, desmembrado, cosido a las apuradas con hilo viejo y el cerebro que, de apuro, consiguió Marty Feldman, el desopilante Igor de El joven Frankenstein, de Mel Brooks, luego de estrellar contra el piso el recipiente que contenía el órgano de un genio. “¿Entonces, de quién es el cerebro que le puse a la criatura?”, se desesperó Gene Wilder, el nieto del Frankenstein original. “De un tal Abby... Normal. ¡A B Normal!”, contestó Igor, haciéndole ojitos.

Hay que tener talento para hacer todo mal. El monstruo de la organización del fútbol nativo, con cerebro abnormal, lo hizo. ¿Quién tiene la culpa? Peña no duda: el programa Fútbol para Todos. Ups. ¡Lo bien que estábamos antes de 2009 y recién nos damos cuenta! En fin, tal vez la culpa sea de Mary Shelley, la mamá del monstruo.

La idea nació en la madrugada del 17 de junio de 1816 en Villa Diodati, la mansión de Lord Byron a orillas del lago, en Ginebra. Mary, su marido Percy Shelley, su hermanastra Claire Clairmont, el lord y John Polidori, un joven médico todo servicio, pasaban las noches leyendo historias de fantasmas y citando al filósofo del siglo XVIII Erasmus Darwin que, se decía, supo cómo revivir la materia muerta.

Para matizar la velada, Lord Byron propuso un desafío: que cada uno escribiera su propia historia de terror. Percy y él escribieron simples esbozos. Sólo Mary y John finalizaron sus cuentos. El de la señora Shelley fue deslumbrante. Durante 1817, su esposo la ayudó a convertir su cuento en novela y así Frankenstein o el moderno Prometeo fue publicado en 1818. El inocente juego de verano se convertía en un clásico.

La muerte del fútbol gratis, pese a las promesas de un gobierno decidido a no pagar más nada, incluyendo el costo político de no cumplir otra promesa de campaña, flotaba en el aire hasta que la gente se resignó. El tema era quién ponía el dinero en un escenario recesivo, de consumo en baja, pautas de publicidad escuálidas y seguridad jurídica atada con alambre. ¿Entonces? Guiño de Obama. ¡Turner corazón!

¿Todos contentos? No todavía. Falta el viejo anhelo del Mauricio presidente de Boca que en 2000 fue aplastado en la AFA del papa Julio XXXV por 38 votos a 1: las sociedades anónimas deportivas (SAD). “Hay que permitir que el fútbol argentino entre en una nueva era”, se emociona Macri, que ya en 1995 quería comprar a un Deportivo Español en oferta.

Daniel Angel Easy las ve como “una buena opción para muchos clubes pero no para Boca, que está bien administrado”. En la vereda de enfrente, Rodolfo D’Onofrio advierte: “Las SAD no garantizan que se cumpla con el importante rol social que tenemos los clubes”. Nicola Russo coincide y el Superyerno Chiqui se espanta. “Es imposible gerenciar una pasión”, repite sin ponerse colorado. Víctor Blanco dice que ni, como siempre, y Armando Pérez pone como ejemplo su paso previo como privatizador de Belgrano de Córdoba, donde le fue mejor que con su empresa de cosméticos.

Para una asociación civil, un balance en cero es un logro. Para una empresa, es un fracaso. La gente de un club no puede ser tratada como empleados o meros consumidores. Tampoco un país resiste ser manejado con mentalidad gerencial: los ciudadanos no son un activo mensurable y manejable, y sus sueldos son bastante más que un costo a recortar. ¡Es la política, estúpido!, diría el marido de Hillary. Ay.

Nos guste mucho, poquito o nada, el nuevo “sinceramiento” llegará con la aparición estelar de las SAD. No será fácil, muchachos.

Veremos, entonces, si el amor insensato, un valor algo cursi, fuera de mercado, imposible de cotizar, comprar, vender o alquilar, es capaz de ganarles la pulseada a los que creen, tan ingenuos en su voracidad, que dos más dos siempre suma cuatro.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil.