jueves 28 de marzo del 2024

La Selección y los problemas de siempre

Sin identidad, sin proyecto todavía claro, la derrota con Venezuela agudizó esa sensación de desamparo que ni Messi puede salvar.

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Imaginemos por un momento a los ejecutivos de Adidas –en Argentina, en Madrid o en Alemania, lo mismo da– que se frotaban las manos esperando el estreno de la nueva camiseta de la Selección argentina contra Venezuela. Expectativas de ventas por las nubes, elogios, críticas y todo lo que hace a que la marca se posicione, se potencie y crezca. Imaginemos de vuelta a los ejecutivos que se frotaban las manos porque a priori cerraba todo: camiseta nueva, volvía Messi, el equipo iniciaba su preparación para la Copa América, primavera en Madrid, en el reluciente Wanda Metropolitano, y frente a un rival aparentemente accesible. Pero si todo cerraba, todo se derrumbó rápido.

Los jugadores que vistieron esa camiseta blanquita –con un celeste tan light como la defensa del equipo de Scaloni, un celeste tan tenue como las intervenciones de Lo Celso o el Pity Martínez– sufrieron lo que para muchas personas era imposible, impensado, inaudito: que Venezuela nos bailara. Que Venezuela tocara, gambeteara, se floreara ante el asombro de los hinchas que estaban en el Wanda o miraban por televisión.

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La selección argentina no deja de sorprender. Y sorprende no por lo bueno, sino porque en cada partido cae más bajo. No diremos nada nuevo, pero vale remarcarlo para los incautos que aún no se dieron cuenta o no quieren aceptarlo: no somos más una selección de élite. Estamos muy lejos de eso.

Porque si Venezuela –el país, no su selección– atraviesa una crisis política, social y económica, Argentina –la selección, no su país– atraviesa una crisis futbolística (bueno, también atraviesa una crisis política, social y económica, pero usted está en Deportes, lea eso en otras páginas). Y la crisis futbolística tiene múltiples causas. Hay una, insoslayable, que excede a este partido, pero que este partido la resume: el proyecto. No hay proyecto, todos nos damos cuenta, y César Luis Menotti llegó para que haya. Será cuestión de tiempo, de esperar, para que lo haya. Porque enfrente, ayer, lo hubo: Venezuela, la humilde Venezuela, la caótica Venezuela, puso en el césped de Madrid a la mitad del equipo que hace dos años salió subcampeón Mundial Sub 20. Hay una línea a seguir, y los venezolanos la están siguiendo.

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La identidad es otra de las causas, sin dudas: Scaloni prueba, cambia esquemas, cambia nombres, pero sigue sin encontrarle la vuelta, como tampoco se la había encontrado Jorge Sampaoli o el Patón Bauza. La calidad de los jugadores, también. No es que sean malos jugadores, por favor. Son buenos jugadores, pero se ubican en un nivel por debajo del de las potencias como Francia, Alemania, España o Bélgica, todos equipos que a la calidad innata le sumaron un proyecto que sostenían. Lo bueno no es excelente. Excelente es Messi, y lo demostró ayer con un centro milimétrico y en velocidad a Lautaro Martínez, con un tiro de media distancia o con cada participación. Pero con Messi solo no alcanza. Ya lo sabemos desde hace mucho. Y lo volvimos a evidenciar ayer.

(*) Esta nota fue publicada en el Diario PERFIL.