viernes 29 de marzo del 2024

Nattkemper: "Debo ser pariente de Highlander"

Alberto Nattkemper tiene 61 años, es ciego, y ya se alzó con dos diplomas en Londres. El Nonno argentino y ese "divino dolor" llamado ciclismo.

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En el circuito lo bautizaron El Nonno. Alberto Nattkemper se mueve con total naturalidad en un medio donde al paso del tiempo se le suele colgar el cartel de "impedimento". Tiene 61 años y hace apenas diez que se subió por primera vez a una bicicleta. Desde entonces participó de todos los campeonatos de ciclismo adaptado que se hicieron en el país. “Creo que gané nueve de diez”, confía y ríe. Cuando compite, Alberto apenas distingue luces y sombras: una retinosis pigmentaria le quitó la visión progresivamente. Alberto no puede disfrutar del paisaje, pero no cambiaría por nada del mundo el placer que le produce sentir el viento sobre su cara cuando corre. Como ahora, en los Juegos Paralímpicos de Londres 2012, donde ya se hizo de dos diplomas y todavía le restan carreras por pedalear.

Cuerpo adaptado. Alberto habla con admiración de su amigo Juan José Méndez, un ciclista español que en un accidente perdió un brazo y una pierna. Juanjo se convirtió en uno de los mejores en su disciplina y si bien contó en un video para Elmundo.es que su discapacidad lo hizo más fuerte, aseguró que cambiaría su gloria paralímpica por volver a tener el cuerpo que tenía antes de aquel fatídico día. Alberto dice que es emocionante lo que le describen quienes lo ven competir: el hombre, sin contemplaciones de ningún tipo, realiza todas sus carreras con la mitad de sus extremidades. No utiliza prótesis. No puede ni siquiera limpiarse la cara. ¿Se agrega mérito por haber podido adaptarse a una nueva condición luego de haber vivido parte de la vida sin limitaciones? Alberto elude la pregunta y ensaya una explicación, similar a la de Méndez: “El ser humano nació para estar entero, entonces cuando vos perdés algo nunca lo vas a asumir. Es como que yo pierda un hijo. No me cansaría de extrañarlo”.

Pérdida progresiva. “Yo casi no veo nada, veo luz. Luz y sombra, como la música”, bromea Alberto. La retinosis pigmentaria que padece comenzó a dar señales cuando apenas era un niño y vivía en su Salta natal. Su diagnóstico llegó años después."En mi caso, desde chiquitito, nunca me ha permitido ver de noche. Y de ahí según la cantidad de luz que había. Mi infancia, mi escuela primaria y mi escuela secundaria no fueron muy felices porque era una enfermedad desconocida en el mundo, entonces nadie me creía cuando decía que no veía", recuerda. También repasa los problemas que tuvo a raíz de la falta de conocimiento médico. “No veía el pizarrón, no veía para copiar, entonces nunca hacía los deberes. Encima como no era aplicado, me echaban del banco de adelante y me mandaban al fondo. Y yo no quería estar en el fondo porque no veía. Pese a que les explicaba de distintas maneras a los maestros no me creían. “No, no, vaya al fondo”. En esa época había un gabinete psicopedagógico, y yo estaba más ahí que en clase. Pero era por un desconocimiento de los maestros”.

Cuando Nattkemper supo que dejar de ver era una cuestión de tiempo, se lanzó a hacer lo que -sabía- luego sería tarde. “Esquié muchos años. En base a eso tengo cinco fracturas todas juntas. Y eso por tonto, por haber ido a esquiar por lugares complicados. Tendría que haber ido por donde estaba permitido. Cuando te dicen ‘vos de acá a tantos años no vas a ver’ pensás ‘bueno, tengo 17 años, hasta los 22 me quedan cinco, voy a hacer todo lo que pueda’…, entonces te quebrás cinco veces. A esta altura de mi vida ya tengo 14 fracturas. No creo que nadie se haga tantas. No me duele, no me hace nada los días de humedad. Debo ser familiar de Highlander”.

Ese divino dolor llamado ciclismo. “Yo en realidad nunca hice ciclismo, hasta que empecé a hacer ciclismo”, repasa con gracia. Es que Alberto arrancó de grande, luego de una carrera de veinte años de maratonista en la que también representó al país en unos juegos mundiales. Todo arrancó cuando un amigo lo apuró para que se suba a una bicicleta. “Un día me comenta por teléfono que venía pedaleando desde Misiones con un programa de televisión que se llamaba Sorpresa y Media, y me dice: ‘¿Por qué no me esperás por San Pedro vos que tenés una bici?’. Yo nunca me había subido a una. Me fui a San Pedro alegremente como si fuera a llegar en dos minutos, pero claro, son 150 kilómetros de acá… ¡No sabés cómo llegue! Destruido. No pude caminar por dos semanas”.

Fue precisamente ese dolor, el que a cualquiera le significaría un juramento definitivo de jamás volverlo a hacer, el que lo sedujo y le abrió las puertas de una nueva actividad. “No me podía sacar la ropa o levantar las piernas para ducharme, pero seguía pensando que estaba bueno. Así empecé… y me quedé”, repasa. No hubo carrera desde entonces a la que le dijera que no. Además de las competiciones internacionales, corre en las fechas que el ciclismo adaptado junto a la Federación Nacional de Pista y Ruta organizan en el país. Santa Fe, Entre Ríos, Chaco… “cada vez se van sumando más localidades”, explica con orgullo.

Experiencia Londres. No es la primera vez que el salteño participa de los Juegos Paralímpicos: ya vivió los de Beijing, y volvió con un diploma. “Lo hice en velocidad que es una prueba atípica para mí; a mi edad nadie corre la velocidad, pero es lo que mejor hago”, explica. En lo que va de Londres ya cosechó dos diplomas más: en sprint B donde quedó séptimo y en persecución B, donde culminó octavo. Se le escapó la prueba de un kilómetro B al quedar en el puesto número once, y todavía le quedan dos disciplinas más por realizar: carrera de ruta y prueba contrarreloj. Esta vez junto a él viajó Jonatan Ithurrart, el integrante del tándem que se ocupa de pilotear.

¿Cómo es correr de a dos? “El tema es así -explica Alberto-. Por ahí la gente, por desconocimiento, le dice al piloto: ­-‘ah, vos lo llevas’. -No. -‘Ah, te lleva él’. -Tampoco. Es imposible llevar un tipo de 80 kilos. ¿Cuánto lo podes llevar? Dos cuadras. Entonces la dupla es un equipo: son cuatro piernas las que empujan, tenés cuatro pistones ahí”. Terminada la explicación formal, el ciclista retoma las metáforas… y los chistes. “Es como un matrimonio. Después de tantos años, de tantas horas de entrenamiento, él a mi no me tiene que decir nada. Cuando se para yo ya me paré, cuando se sentó yo ya me senté, cuando dobló a la izquierda yo ya incliné el cuerpo. Ni hablamos para eso. Ahora, si vamos corriendo una carrera de ruta y hay una subida, en el tándem siempre la culpa la tiene el otro. Entonces uno empieza: ‘Che, pedaleá, me estás dejando solo’. ‘No, pedaleá vos”. Bueno, las puteadas, los insultos… es como una pareja”.

Correr, a pesar de. Ni la ceguera ni la edad fueron impedimentos para que Alberto pudiera subirse a una bicicleta. Cruzar el viento, sentir la adrenalina de la velocidad, disfrutar. “Tengas piernas o no, manos o no, veas o no, hables bien o no, siempre podés hacer algo. Tengas la edad que tengas. La edad tiene impedimento para los mediocres pensadores que tenemos por muchos lados. Llegás a una cierta edad y tenés que dejar de hacer todo. No. Los ingleses hacen un campeonato convencional para personas mayores y fijate como es la categoría: hasta 70 años y más. Nunca dejan afuera a nadie”, comenta, y asegura que el deporte, en cualquier momento de la vida, suma, aunque llegue más tarde de lo que se cree correcto. “Hay que tener en cuenta que cuando tenés una discapacidad no arrancás a la edad que tenés que arrancar, porque tu vida tiene otra prioridad: aprender braile, sumarte a una escuela. Hasta que agarrás el deporte y te das cuenta que te ayuda. El deporte siempre sirve: no importa si tenés piernas, manos, orejas, lengua o años”.

Alberto vuelve al dolor. El entrenamiento lo dejó agotado. “Me duele todo pero viste ese dolor… no sé si uno es masoquista, pero ese dolor muscular bueno, que no es de desgarro, en el fondo me gusta”. Ese dolor, las carreras y el lugar que encontró para sentirse bien. “Siempre les digo a los pibes, los cargo, ‘van a tener que aguantar porque mientras me guste voy a seguir’. En las carreras me pongo el casco, y cuando te vestís de ciclista somos todos iguales. A veces me pongo un pañuelo hasta arriba de los ojos y todos me dicen ‘¿para qué te tapás la cara así?’. ‘Para que no se me vean las arrugas’ les digo, y se ríen. Me dicen nonno. La verdad, les digo que me tapo la cara para que el público no se dé cuenta que les gana un viejo. Parecemos todos iguales. Las piernas mías son iguales que las tuyas, y no sé si tengo mejor musculación todavía. ¿Sabés que se ríen?”. Lo que le gusta, a la edad que sea, cuando quiere. Y las risas. El motor de un hombre que busca –y encuentra– el placer sobre dos ruedas.

(*) De la redacción de 442