martes 16 de abril del 2024

Defender los clubes es defender el futuro

Por Matías Dalla Fontana | Una mirada a la importancia que tienen las instituciones culturales, sociales y deportivas en la Argentina.

442

Los clubes argentinos no deben transformarse en un negocio. Nacieron como órganos que concentran el impulso natural al juego y son sostenidos en el entretejido vital de las familias asociadas, a quienes les pertenecen estas instituciones. Intentar reducir el fenómeno humano a la dimensión materialista del lucro individual es una idea fracasada que atrasa, sabemos de dónde procede y a dónde conduce. La maximización del beneficio individual en el encuentro de agentes que pujan unos contra otros, no derrama nada. Pareciera acaso una pulsación periódica el apremio de señalar que el hombre no es un mono: su auténtico ecosistema es la historia. Y no se aplica para la edificación comunitaria de sus destinos la mezquina ley de la selva.

Con agudeza expresó recientemente Felipe Contempomi, ex Puma y actual coach del seleccionado nacional de rugby Argentina XV, que “ser profesional no es recibir plata, es una actitud de vida”. Es justamente en los clubes culturales, sociales y deportivos donde estos valores del amateurismo se trasmiten intergeneracionalmente, estableciendo las bases morales, físicas y psicológicas para la constitución integral de la persona. No exclusivamente de quienes pueden acceder circunstancialmente a la élite del alto rendimiento: referimos al club como órgano local en el cuerpo multiforme del mundo de la vida, donde se opera el crecimiento de las personas que participan de alguna pertenencia, en cualquier nivel que sea del proceso de formación de la identidad de un pueblo. Nada nos exime de pensar homólogamente a las naciones como seres vivientes. Como un cuerpo, llevan ínsita en su mínima unidad, la posibilidad de edificarse -coaligándose desde lo micro hacia lo macro- o de enfermarse -como en el cáncer.

Para albergar esperanzas es apremiante asumir la realidad. Y la realidad que se impone es que tenemos problemas de mayorías. Según la OMS, Argentina encabeza el ranking regional de obesidad infantil.  Según la SEDRONAR es ya epidémico el crecimiento del consumo de cocaína en adolescentes. El masivo abandono de nuestros viejos en una cultura del descarte. Esta asunción del cuadro de situación nos demanda superar partidismos y pequeñas tendencias, resguardándonos del relativismo de la opinión. Una política sanitaria  no admite sucedáneos, requiere de una política interior. Y una política interior requiere una política comunitaria que contemple las formas cotidianas por definición: los clubes.

El Papa Francisco ha exhortado a caminar más junto a las ovejas. Esto vale asimismo para desarrollar una nueva democracia. Objetivos como justicia y paz nos requieren una configuración donde el sistema de instituciones intermedias garantice la presencia de disciplinas -el deporte, entre ellas- en la elaboración y la ejecución de la voluntad de las mayorías. Este tipo de conocimiento por connaturalidad de nuestra tierra informada por un nomos singular, quinto-centenaria y mestiza, nos muestra que la estructura donde se asentó el deporte argentino está conformada por los clubes, las asociaciones, las federaciones y confederaciones u organismos similares. Sobre este esqueleto se desarrolló, durante décadas, todo el deporte en la Argentina y con él, un tipo de hombre y de mujer cuya fisonomía implicaba una solidaridad interna en los  grupos, que enseña al niño que amar es dar, siendo ese el punto de partida para ponerse a salvo de los males actuales. El psicoanálisis ha aportado extensa bibliografía acerca de las patologías graves que se instalan como una especie de falta de ser, de desnutrición simbólica,  cuando el auxilio ajeno no se hace presente ante el inicial desvalimiento (hilflosigkeit) del ser humano. Emanados de estas fuentes arquetípicas donde se inscriben “todos los motivos morales”, los clubes del pasado, originarios y originantes, son los clubes del futuro, a pesar de los ataques ideológicos externos.

En el porvenir, podríamos empezar por cumplir la ley. La del deporte, suscitada en 1974, la cual organiza la universalización del deporte como derecho de la población y como factor coadyuvante a la formación integral, y la ley de Asignación Universal por Hijo en el Deporte, la cual fortalece con recursos a los clubes, para realizar la inclusión concreta de no menos de tres millones de niños pobres. No por un mero rigorismo leguleyo, ideológico o estatista. Sino porque leyes realistas como estas, a diferencia de otras que son pura forma, son la manifestación conceptualizada de un modo de vivir cotidiano argentino bueno, bello y verdadero, con potencia para contrarrestar de modo resolutivo la disociación social creciente: el club como escuela de vida.

(*) Ex Puma, psicólogo, fundador de Proyecto Deporte Solidario

En esta Nota