viernes 29 de marzo del 2024

A 80 años del pecado original

Un 30 de julio de 1930, Argentina perdía la primera final de un Mundial ante Uruguay. Por qué su dirigencia mucho tuvo que ver con ello. Galería de fotosGalería de fotos

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Del mismo modo que en Sudáfrica 2010, hace 80 años el fútbol argentino pagaba muy caros los errores de una dirigencia soberbia e insensata. Y lo hacía nada menos que en la final del primer Mundial de la historia, en la que el Seleccionado caía por 4-2 enfrentando a una representación uruguaya muy similar a la que dos años antes, en 1928, había también derrotado a la albiceleste por la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Amsterdam.

Con aquel antecedente tan cerca, se sabía que los uruguayos no iban a ser un hueso fácil de roer en aquel encuentro decisivo, que para colmo tendría lugar en la propia Montevideo. Más allá de la muy probada hombría y el buen juego de los jugadores uruguayos, estaba claro que la presión del público local influiría notablemente a favor de su representativo.

Eso quedó aún más en evidencia con las amenazas anónimas de muerte que el habitualmente muy combativo volante central argentino, Luis Monti, recibió en la concentración en los días previos a aquella final, que según él mismo confesaría años más tarde lo hicieron temer por su vida y la de sus familiares a tal punto que pidió no ser incluido en el encuentro decisivo.

Sin embargo, en un alarde de esa falta de sensatez que la caracterizaría en futuras ediciones de la Copa del Mundo, la dirigencia argentina no sólo decidió incluir a Monti en el equipo, sino además que volviera a la formación titular Francisco Varallo, por entonces un joven y pujante delantero de Gimnasia y Esgrima La Plata que, precisamente por sus ansias juveniles, no iba a oponer objeciones a esa decisión pese a que, como también él mismo reconocería muchas veces, estaba lesionado y por ende no debería haber jugado nunca esa final.

Días antes del partido decisivo, Varallo había sido revisado por el médico uruguayo Campisteguy (hijo del presidente de ese país), quien aconsejó su exclusión. Pero los dirigentes argentinos dudaron de lo dicho por el facultativo, suponiendo que como uruguayo deseaba eliminar a un jugador valioso. Y tozudamente lo incluyeron tras probarlo haciéndole patear la pelota contra una pared durante algunos minutos, como si eso fuera suficiente para contrariar el acertado diagnóstico de Campisteguy.

En realidad, detrás de la inclusión de Varallo se escondía un motivo más que ridículo, pero al parecer muy valedero para aquellos dirigentes argentinos: el presidente de Gimnasia y Esgrima La Plata había mandado dos barcos -de los que uno se volvió debido a la intensa bruma- con hinchas del club para que alentaran a la Selección en la final, por lo que al parecer había que complacerlos incluyéndolo en el equipo a su ídolo.

En definitiva, Argentina se presentó en aquella final con un jugador disminuido en su moral y otro en sus posibilidades físicas. El resultado fue el lógico: Monti jugó claramente acobardado y, al resentirse de su lesión, Varallo quedó prácticamente sin chances de aportar algo positivo para el equipo cuando no se había cumplido aún media hora de juego.

No obstante esas ventajas que dio, el equipo albiceleste terminó el primer tiempo ganando 2 a 1. Pero en la segunda mitad Uruguay hizo prevalecer su garra, y, con todos sus jugadores rindiendo a pleno, logró finalmente una victoria incuestionable más allá de algún fallo polémico del árbitro.

Luego del partido, los dirigentes argentinos se quejaron por las amenazas a Monti y otros aprietes similares, por los que terminaron rompiendo relaciones con la Asociación Uruguaya. Sin embargo, las actitudes más reprochables que contribuyeron a aquella derrota las habían cometido ellos mismos, en lo que fue un primer adelanto de muchas decisiones desacertadas que la dirigencia de la AFA tomaría en posteriores mundiales. Un verdadero pecado original.

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