viernes 29 de marzo del 2024

Las Invasiones Bárbaras: Brasil no necesita barras argentos

Hinchadas Unidas Argentinas estará en el Mundial y serán recibidos por el jefe de la torcida del Inter de Porto Alegre. Por qué el país organizador no quiere a estos huéspedes.

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En los últimos 12 meses uno de cada cinco brasileños fue víctima de algún tipo de violencia personal o tuvo su casa invadida por delincuentes. El 21% lloró a un pariente o amigo asesinado en el mismo período. Los jóvenes de 16 a 24 años fueron los blancos más afectados. El mapa de esta violencia muestra que ninguna región escapó de ese retroceso en la seguridad. Esta es una fotografía actualizada en el sensible álbum del país que organiza el vigésimo Mundial. A menos de cincuenta días de la ‘gran fiesta inaugural’, Brasil flota, en inesperada deriva, sobre las aguas turbias del PT (Partido de los Trabajadores).

Las asustadoras cifras de esa virulencia brasileña son fruto de una encuesta efectuada en los primeros días de abril (162 municipios de todo el país y 1.637 entrevistados) por el Centro de Estudios para la Violencia de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Según el confiable diario Folha de São Paulo, estas cifras –que confirman la percepción cotidiana– si comparadas con las del año 2000, cuando presidia la nación Fernando Henrique Cardoso, muestran que todas las ciudades clasificadas del décimo lugar hacia abajo, empeoraron.

Así las cosas, Brasil no precisa de las varias centenas de ‘barra-bravas’ argentinos que, según informa Buenos Aires, piensan desembarcar en junio en el país de Pelé, sin entradas, sin hospedaje, sin dinero y sin vergüenza. Brasil ya tiene lo suyo. No los necesita el Mundial que, de muletas y bajo protesta popular, mal llegará a cumplir mitad de sus promesas a la FIFA. Ni los precisa la Selección Argentina. Nadie los quiere porque su aliento es amenaza y su ayuda es presión; su voz insulta y sus movimientos agreden. La deteriorada imagen internacional que luce la Argentina ‘K’ sólo corre riesgos de agravarse con estos ‘embajadores’. Según sus prontuarios muchos trafican ó consumen droga. Se autofinancian delinquiendo; en el mejor de los casos viven de la vagancia subsidiada, aunque digan costearse el viaje con rifas. No son el jugador Nº 12.

Brasil no los precisa porque sus problemas actuales no son apenas los de la violencia, que no es causa sino consecuencia. El PIB –producto bruto– brasileño que tanto entusiasmó en 2010 (7,5%) no llegó a 1% en 2012 y por debajo de la meta, a 2,3% el último año. La Balanza Comercial, en 2013, registró su peor índice de los últimos trece calendarios. La tasa básica de interés bancario que en el primer trimestre de 2014 subió a 11% anual estaba en 7,12% en la misma fecha del año pasado. El índice general de precios de mercado, sorprendentemente de -1,71% en 2009, terminó 2013 en 5,53%. Ese descarrilamiento de la economía comienza a pisar en los juanetes más sensibles de la sociedad, se traduce en violencia y duele bastante en el día a día. El Mundial, esta vez, no será anestesia suficiente.

En vísperas de la Copa, el Brasil de Dilma Rousseff exhibe sus expectativas en luto nacional, si comparadas con las de 2007 cuando se lo eligió Sede mundialista. La tasa de crecimiento industrial terminó diciembre de 2013 con número negativo: -3,70. El índice de reajuste del salario mínimo tuvo –ahora– el menor crecimiento de este Siglo: 6,79%. La Bolsa de Valores que llegó a estruendosos 73 mil puntos en 2008 transpira sangre para alcanzar los 50 mil y necesita que la presidente caiga en las encuestas ‘de intención de voto’ (hay elecciones el 5 de octubre) para crecer: sólo desde diciembre la presidente cayó nueve puntos porcentuales, está con 37; poco después de electa su popularidad superaba el 70%.

Esos números no se recuperarán ni la inversión extranjera aumentará porque Brasil involuntariamente ‘importe’ durante un mes a nuestros ‘barra-bravas’ (hasta tienen organización propia, HUA, Hinchadas Unidas Argentinas). No debiesen venir. La propia Argentina debería impedirlo. En Brasil no serán perseguidos pero nadie, en su sano juicio, los está esperando con los brazos abiertos (sólo Gilberto Bitancourt Viegas, alias Giba, jefe de la ‘torcida organizada Guarda Popular’ de Inter de Porto Alegre, su par local, que les garantiza 200 entradas, obtenidas con políticos malentretenidos, para un partido: ¿y el resto?).

Al menos, parece, los marginales de los tablones no cruzarán la frontera anónimamente. La Justicia argentina, controversialmente, desbloqueó el intercambio de datos ‘de los muchachos’, entre ambos países. Una jueza entendió que los peores 650 hooligans domésticos no integran una lista de Premios Nobel de la Paz y no pueden andar, por el mundo, juntos, cual delegación de la curia vaticana. Sí, seiscientos cincuenta es el número de los que aún no tienen ticket para los partidos, entre los 1.500 ‘fichados’ que en total viajarán. Brasil recibirá esas ‘fichas’ para saber a quién está alojando. Tal vez ejerza un riguroso ‘derecho de admisión’. La Selección de Sabella lo agradecería.

Las autoridades brasileñas, igual y por si acaso… ¡pidieron la colaboración de Interpol! No sólo por la Invasión Bárbara de ‘nuestros chicos’, el gobierno de Dilma teme que durante el Mundial se convoque alguna huelga policial con efecto dominó (hubo varias en los últimos tiempos y durante ellas el número de homicidios, por ejemplo en Bahía, se duplicó). Cualquier paro policial significaría una fiesta inesperada para los ‘barra-bravas’. La policía no apenas reivindica lo que merece, recela lo mismo que toda la ‘verdadera’ clase media –hay otra, inventada por los subsidios gubernamentales, casi analfabeta, fuera de realidad–: que el costo de vida continúe empeorando. La inflación de diciembre último fue la mayor desde abril de 2003, y su tendencia es creciente.

Los salarios policiales no son los de los cracks de la Selección. Los jefes policiales de São Paulo, por ejemplo, solicitan aumento de 100%. Difícil que lo consigan; fácil entonces que vayan a huelga. ¿Qué mejor momento para ser escuchados que durante la Copa? Casi todos los economistas coinciden en que combustibles, electricidad y transporte, con precios controlados por el gobierno, evitan que la actual inflación supere el 7%. Está contenida: ‘represada’ es el término técnico en portugués. Para ellos, tras las elecciones, cuando el gobierno vencedor libere los precios, la inflación brasileña trepará a 8%, volviendo a mostrar un fantasma que, en Brasil, parecía sepultado. No lo está. Peor que eso, agrava el mal humor cotidiano y genera reclamos preventivos que, de rebote, caen en la cuenta del Mundial.

Mundial que fabricó sus propias quejas por las abultadas cuentas en la construcción de los estadios –sus escándalos de corrupción fueron abordados en columnas como ‘Mundial Malquerido’–. Por ejemplo, el estadio de Manaos, capital de la húmeda región del Amazonas, compite en el absurdo con la Arena de Brasilia; pues, si uno es un ‘elefante dorado’, el otro es el típico ‘elefante blanco’: costó doscientos millones más de lo previsto, consumiendo 757 millones de reales, algo así como 2.600 millones de pesos argentinos, para recibir sólo cuatro partidos, todos de la Primera Fase mundialista y, después, como varias otras canchas nadie sabe para qué servirá.

Manaos no tiene ningún equipo en la Primera División nacional, ni siquiera en la Segunda. Ni en Tercera División… Sus clubes son de la Serie ‘D’, se corresponden en jerarquía a Victoriano Arenas ó Central Ballester aunque su construcción equivaldría a hacerlo en Rio Grande, Tierra del Fuego. ¿Para qué, si en las márgenes del río más caudaloso del mundo acaba de terminar el torneo amazonense con una media de público de escasas 447 personas por partido? Algunos cotejos totalizaron, apenas, 12 ‘pagantes’. Grotesco. Sumados todos los espectadores de los 80 encuentros disputados en el certamen, se llega a 37.971 personas, cifra que no llenaría la mundialista ‘Arena da Amazonia’ una única vez: su capacidad total alcanza las 47 mil personas…

El mayor clásico local, San Raimundo vs Nacional, llevó mucha gente en relación a lo habitual: 1.181 espectadores. Argentina, si allí jugase, colocaría más ‘barra-bravas que lugareños… Ridículo. El estadio sólo tuvo esa envergadura para que algunos bolsillos se llenen de dinero. Nada lo justifica. Eso se llama corrupción. Está claro que el problema brasileño, fuera y dentro de los estadios y más allá de la Copa del Mundo, es superior a su tristemente recuperada violencia, aunque no por ello precisa aumentarla con la bárbara invasión de ‘nuestros muchachos’, los ‘barra-brava’ cuya abogada los defiende, en su viaje al Mundial, ‘porque van a dormir en campings’:¡¡¡como si el problema fuese cuando duermen!!!

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IN TEMPORE: la ‘patria burra’ cruza las fronteras. Un lector que se dice argentino y de argumentación púber-izquierdosa aunque, al menos cronológicamente es adulto (confiesa llevar 24 años viviendo en Brasil), despotrica por la columna ‘Un Mundial estilo K’. Defiende a la actual situación socio-económica brasileña acusándome (tradicional deporte ‘argento’) de prejuicioso, oportunista y relator de medias verdades. Lo hace desde la supuesta potestad que se auto-confiere por su larga vida en el país vecino, que le permite opinar ‘desde adentro’… Sólo por este motivo me doy derecho a ‘tréplica’ –como dicen los brasileños cuando contestan una réplica–, ya que otros lectores, inducidos, pueden convalidar a quien responde ‘desde el lugar de origen’ sin otras interiorizaciones.

Su demandante respuesta es larga, pero puede pinzarse un párrafo que lo define y disuelve; dice, al mejor estilo Maradoniano: “En relación a los números, obviamente no los conozco en detalle, pero veo falta de rigurosidad en repetir (…) los costos de construcción de un hospital (…) fuera de la realidad (…) lo que me hace pensar que son poco serios”. Atención: admite ‘no conocer los números’ de los que habla la nota, pero no calla; y, enseguida, hace una cuenta errada: confunde reales con dólares.

Dejemos el error. Reproduzco para él y para quien pudo sumarse a su cuestionamiento, la última noticia oficial publicada, y que poseo, sobre los costos de construcción en Brasil: “O Índice Nacional da Construção Civil (INCC/Sinapi) fechou o ano 2013 com alta de 0,52% informou o Instituto Brasileiro de Geografia e Estatística (IBGE); o custo nacional da construção alcançou R$ 860,10 por metro quadrado em dezembro” .

Me permití publicarlo en portugués, tal como lo vehiculó el diario Estado de San Pablo, el último 10 de enero de 2014, para que nuestro ‘argento’ (argentinos eran Alberdi, Justo, de la Torre…) no implique con una supuesta manipulación del traductor. Seguramente cree que construir cuesta el precio al que se vende el m2, cuya diferencia, en media, es de diez veces. Como también me acusa de estar influenciado por ‘cierta’ prensa brasileña, por fin, le recomiendo el artículo del domingo 20 de abril, ‘The beautiful game exposes Brazil's ugly flaws’ [‘El hermoso juego expone las horribles fallas de Brasil’] del prestigioso Financial Times, de Londres, que describe los nubarrones que cubren el país y su Mundial de fútbol.

Las desilusiones vigentes del Brasil de Dilma y su Copa no son invento mío. Como tampoco es mi culpa que el lector viva hace 24 años en Brasil y no haya aprendido a decodificarlo en sus alegrías y tristezas (que también las tiene).

(*)