Mauro Zárate tiene razón. El jueves pasó el equipo grande. Incluso se quedó corto: pasó el más grande de Argentina. Claro, lo que no dijo es qué entiende por grandeza. Equipo grande podría querer decir muchas cosas. Vamos a ver algunos ejemplos que nadie seguramente discutiría: el Boca de Bianchi, el Independiente de Bochini y Bertoni, el River de Gallardo, el San Lorenzo de los Matadores, el Racing del Chango Cárdenas, el Huracán de Menotti, el Vélez también de Bianchi, claro. Son equipos que juegan a lo grande, que ganan a lo grande, que deleitan a quien tiene la suerte de verlos. Que ganan sin dejar dudas de por qué ganan, equipos que van más allá de cualquier otro equipo de su tiempo, que enamoran hasta a los hinchas de otros equipos. Evidentemente, en ese sentido este Boca de Zárate está muy lejos de ser un equipo grande. Pero Zárate tiene razón.
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Este Boca es incluso el más grande en otro sentido: maneja políticamente la AFA, con lo que eso significa en cuanto a arreglo de fixtures, cronogramas, favores de árbitros y jueces de línea. Y también de compra y venta de jugadores. Boca maneja el negocio del fútbol argentino. Y lo hace a lo grande si eso quiere decir descaradamente, sin ninguna otra ética que la del provecho propio y de los negociantes que se dicen dirigentes. Es el que más vende y por eso mismo el periodismo más vendido a ese negocio no se cansa de ensalzar y adular a este Boca. Así compró Boca a Zárate. Y por lo que parece, a uno y a otro les encanta ese negocio. Zárate encontró su casa. Que la disfrute. Como en su momento disfrutó mezclarse en la tribuna de la Lazio con el grupo más fascista de su hinchada. Se acomoda fácil el hombre a lo que le conviene. Es una virtud, sin dudas.
Entonces, hay equipos grandes que mirados desde otras perspectivas se vuelven muy pequeños. Los que en su cancha suman defensores ante un equipo que consideran menos grande. Los que necesitan de los árbitros para dejar afuera a los que dicen ser menores. Los que se ven superados en el juego y, sobre todo, en el alma. Porque, convengamos, este Vélez de Heinze tiene un alma inmensa. En un mundo competitivo, individualista, salvaje, uno ve el alma generosa, solidaria, cooperativa de este Vélez y no puede más que sacarse el sombrero, aplaudir de pie, emocionarse hasta lo más profundo de la vida.
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Tiene razón Zárate: Vélez no es un equipo grande, como Zárate piensa la grandeza. Nunca lo fue: desde José Amalfitani, que hipotecó su casa para salvar al club pequeño que se hundía de deudas. Vélez siempre confió en otras cosas: en el trabajo, en el esfuerzo, en el conjunto más que en las estrellitas individuales. Este Vélez de Heinze es gigante porque honra nuestra historia, la más profunda, la que nos permite ser lo que somos: un gran club. Y además lo hace con una belleza, un cuidado y una elegancia que nos hacen explotar de orgullo a todos los que queremos a Vélez. Qué bueno que estés donde estás, Zárate. Qué bueno que hayas estado este año y medio con nosotros, Gringo enorme, ojalá te quedes a vivir en Vélez. Y si te vas, nos quedará el mejor recuerdo de un gran tipo que supo honrar nuestra historia. Y nos quedará también este equipo en el que encontraste pibes y ahora son hombres que dejan la vida en cada pelota, que no se guardan nada, que se matan en condiciones desiguales y “casi” logran lo imposible. ¿Qué digo? Lo imposible lo han logrado en estos dos partidos: que lo pequeño parezca gigante y el más grande, una cosita insignificante.
(*) Filósofo. Hincha de Vélez.