jueves 25 de abril del 2024

Los abuelos de Lionel Messi

Don Eusebio y Doña Rosa atienden una panadería en lo que fuera un cuarto de la casa que habitan desde hace 50 años y de la que no se quieren ir. Fotos. Galería de fotosGalería de fotos

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En el living de la casa y en el negocio no hay ningún póster gigante de su nieto, sí alguna foto que, igualmente, no ocupa un lugar especial. Tampoco hay muchas fotos familiares o al menos no se distinguen a simple vista. Pero en el barrio todos saben que ellos son doña Rosa y don Eusebio, los abuelos paternos de Lionel Messi. Y los aprecian con un cariño especial, como si fuera una prolongación del orgullo que en los vecinos del barrio Las Heras produce el pertenecer a la cuna donde el crack argentino nació y se crió. En varias de las paredes de esa zona periférica de Rosario, disputan su espacio pintadas que tributan a dos glorias que trascendieron la ciudad: Leo y Alberto Olmedo.

Una señora vestida de riguroso negro que dice vivir en el barrio desde hace cincuenta años y que se dirige presurosa por calle 1º de Mayo a tomar el colectivo señala la casa familiar que todavía conservan los Messi, los padres del jugador. Allí transcurrió la historia familiar y podría convertirse en un centro de referencia turística si prospera una propuesta gubernamental. En esa zona del barrio las calles son más angostas de lo habitual, al punto que los vecinos estacionan sus autos con dos ruedas sobre las veredas para no bloquear la circulación. En Las Heras todavía viven los amigos a quienes Messi visita religiosamente cada vez que regresa a Rosario para disfrutar de unas vacaciones que son siempre fugaces. Y por supuesto están sus abuelos, doña Rosa María y don Eusebio Messi Baró.

Herencia. Es muy probable que la humildad y sencillez que la mayoría de los argentinos aprecia en Leo en casi igual medida que su habilidad haya sido heredada de don Eusebio, quien a sus 86 años sigue levantándose cada amanecer para atender el modesto negocio de venta de pan y facturas que instaló en su casa, en lo que fuera una habitación. “Si alquilara, debería cerrar”, confiesa cuando se le pregunta sobre la marcha del negocio, y se lamenta por la competencia que presentan los nuevos supermercados, que absorben a la clientela que solía tener. “Antes esa heladera exhibidora estaba llena de productos”, dice con un ademán que deja ver las mismas manos grandes que tiene su nieto, a quien ve mucho menos de lo que desearía, igual que a su hijo y al resto de la familia. Según escribe el periodista Leonardo Faccio en Messi –libro que se lanzó hace un mes en Argentina–, la última vez que vieron al jugador fue hace un año y medio. A quienes sí ven a veces es a sus bisnietos, los hijos de Matías, el hermano de Messi que vive en Rosario.

Sin embargo, el orgullo se advierte en sus ojos claros cada vez que habla de la Pulga, a quien llevaba de niño al club Grandoli para jugar al fútbol infantil, cuando la abuela materna ya fallecida –Celia Cuccittini, a quien le dedica todos los goles– no podía cumplir con ese menester. Como en la mayoría de las personas de su edad, don Eusebio recuerda con dolor nostálgico tiempos pasados. La angustia parece fijarse en objetos que para él tenían un valor sentimental, como el Rastrojero en que llevaba a Lionel a jugar a la pelota y que vendió no hace mucho.

El periodista Leonardo Faccio explica en su mencionado libro que Eusebio “trabajó de albañil, de transportista, y compró el terreno donde él mismo construiría su casa y también la casa del futbolista y sus tres hermanos”.

El abuelo menos conocido de Messi dice que su mujer pensaba que, al ser su nieto una celebridad en Barcelona, algún día tendría la fortuna de poder viajar a la tierra de sus ancestros catalanes, para conocerlos. Sin embargo, admite que eso no será posible porque los parientes de su esposa ya fallecieron. “Hay cosas que en la vida no esperan”, dice. Y además ella no puede tolerar viajes extensos porque su salud no atraviesa el mejor momento: en el último año y medio se sometió a diez operaciones y no puede estar mucho tiempo de pie porque se cansa. Don Eusebio reconoce que no podría cambiar de vida y que, a pesar de la celebridad de su nieto y prosperidad familiar, él seguirá cada día abriendo al alba su humilde negocio de venta de pan y facturas. “Nos ayudan, no nos podemos quejar”, dice.

Timidez. Siendo una figura consagrada, en una visita al barrio, Messi volvió una tarde a su escuela para ver a su primo Bruno Biancucchi. “Llegó de sorpresa, con su timidez habitual, prácticamente colgado del cuello de su tía Marcela, muerto de vergüenza”, recuerda la directora Graciela Riboldi, un día antes de jubilarse. Pero no le costó demasiado conectarse con los chicos: recorrió cada una de las aulas, firmó autógrafos y se tomó fotos.

Su maestra de 1º a 3er grado, Mónica Dómina, recuerda su timidez en clase pero que se transformaba en un niño muy travieso cuando podía salir a jugar con sus compañeros. Lo que más le costaba era enfrentar aquellos lunes en que su madre, Celia, aparecía con la intención de mostrar a sus compañeros los trofeos, copas y medallas que había ganado en los torneos de fútbol infantil. “Ahí perdía su timidez, salía corriendo de su banco y frenaba a su madre en la puerta para que no pudiera entrar al aula”, relata.

Silvana Suárez, su maestra de 7º, recuerda que una mañana, preocupada por el interés desmesurado por el fútbol de sus alumnos, les recomendó que “también estudien para poder progresar (...) lamentablemente no cualquiera puede ser como Maradona”. Hoy, rodeada por sus alumnos de la escuela Nº 66 Las Heras, recuerda ese momento con la sonrisa inevitable de aquellas personas que aprendieron que la vida puede sorprendernos con una gambeta.

Esta nota fue publicada en la Edición Impresa del Diario Perfil

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